Iñaki ZARATIEGI
DONOSTIA

Adiós a Rafa Berrio, bohemio rockero a la donostiarra

El rockero Rafael Berrio falleció ayer en su Donostia natal, pero no por el Covid-19. Tenía 56 años y llevaba un tiempo enfermo. Fue pionero del pop local con UHF, formó luego Amor a Traición y Deriva y acumuló una rica trayectoria bajo su propio nombre.

Vamos casi a mazazo por día. El invierno, la edad, el siniestro corona… Chato, Madero, Solís… Iruñea, Madrid… Y ayer Donostia. Se fue el vecino y amigo Rafael Berrio García. El día de su partida sí era desangelado, hibernal. Para nada su edad (56 años). Y no hubo virus de por medio: Rafa estaba malo antes de la pandemia. Lo disimulaba bien bajo su calado sombrero a lo Woody Allen en esos mediodías de deambule de soltero con la colorida bolsa de la compra de la que solían colgar frescos puerros, San Francisco abajo.

Había llegado a su alto nido de la calle Zabaleta, desde las colinas proletarias de Egia, sin romper su despechada promesa de «no quiero bajar más al Centro» porque Gros está al noreste de Ñoñostia. Era pintor de brocha gorda, como su progenitor, de cuya antigua sede aún debe quedar un deslucido rótulo en este mismo barrio. Un territorio de compadreo barero y rockero. Con el gran Poch, con el pluma inquieta de su hermano Iñaki Spleen, con la vieja guardia musiquera donostiarra...

La bohemia y la música

Dicen que los Berrio tienen algo de gitano y a Rafa le picó desde joven la bohemia, lo tasquero, arrabalero, tanguero. Hasta vivió durante una temporada, con su perro, en una caravana. En el camping hondarribiarra de la esquina de Higer. Eso fue después de sus primeras andanzas juveniles con los UHF, cuando su avispado amigo, el pionero promotor Santi Ugarte, etiquetó a algunos inquietos grupos locales como Donosti Sound.

Después vendrían Amor a Traición y Deriva. Y, ya en la madurez, fue prolífico cantautor presentándose con su propio nombre. Con un santo mayor de cabecera: Lou Reed.

Logró colarse (vía Santi Ugarte) en el restaurante donde el neoyorquino cenó en su primera visita a Donostia para vigilar, fetichista, el devenir del ídolo desde una mesa cercana. Era incapaz de disimular su influencia, remedo o ¿se dice homenaje? hacia el ex Velvet Undergound en la manera chulescamente cadenciosa de recitar sus personales textos.

Porque Berrio medio cantaba medio contaba.

El último trabajo

Fue nuestro pequeño Reed, nuestro Reed de andar por casa. Ilustrado (tenía a Pérez Galdós en la mesilla), independiente, certero en la rima. Con discos brillantes como “Diarios”, “1971”, “Harresilandia”, “Paradojas”... Metido en mil fregados y colaboraciones, presentó el pasado otoño su última obra “Niño futuro” en el Antzoki Zaharra donostiarra, con la bella “Dadme la vida que amo” como primer himno.

Había titulado una composición como “Mis ayeres muertos” y se atrevió a cantar-contar: «Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro».