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Al menos 18 muertos en el tiroteo más letal de la historia de Canadá

En plena crisis del coronavirus, Canadá sufrió ayer el mayor tiroteo masivo de su historia moderna. Un conocido y respetado dentista de 51 años, disfrazado de policía, mató a al menos 18 personas en una serie de ataques que se alargaron durante 12 horas. El país y sus dirigentes se mostraron conmocionados con la «incomprensible» tragedia.

Es el peor tiroteo en masa de la historia moderna de Canadá. Con leyes para portar armas bastante estrictas, hechos de este tipo son relativamente raros. El país pocas veces había vivido en sus propias carnes algo similar, aunque sí estaba acostumbrada a verlo desde la distancia, en casa de su vecino del sur, EEUU. La noticia conmocionó a un país que, como todo el mundo, estaba ya muy estresado a cuenta de la pandemia del nuevo coronavirus.

Ayer emergieron nuevos detalles de la masacre. Según informaron fuentes oficiales, Gabriel Wortman, un dentista de 51 años muy conocido en la provincia de Nova Scotia, disfrazado con uniforme policial y moviéndose con un coche que tenía adosados distintivos de la Policía Montada de Canadá, sembró el terror durante la madrugada del sábado y buena parte del domingo. Tras más de 12 horas de tiroteos por diferentes comunidades y una persecución en coche que terminó en una gasolinera al norte de la capital de la provincia, Halifax, donde la Policía abatió al autor de la masacre, al menos a 18 personas habrían muerto, aunque los datos son todavía provisionales y la Policía sigue atando cabos.

Entre las victimas se contaban una oficial de Policía de 23 años que acudió a responder a las primeras llamadas de auxilio, dos profesores, una enfermera, diferentes miembros de la comunidad sin aparente vinculación entre ellos. Se investiga si hubo alguna «motivación inicial» antes de que se convirtiera en una cascada de muertes aparentemente aleatoria.

Según testimonios de sus vecinos, Gabriel Wortman era dueño y operaba en una exitosa clínica de prótesis dentales en Dartmouth y «era un conocido y respetado miembro de la comunidad». El superintendente en jefe de la Policía Montada, Chris Leather, declaró que no constaba que Wortman tuviera antecedentes por violencia u opiniones políticas extremistas, y descartó la hipótesis del «acto terrorista».

Devastación e incomprensión

Las reacciones no se hicieron esperar. El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, visiblemente afectado, dirigiéndose ayer por la televisión al país, describió el ataque como «una tragedia, una situación terrible para el país» y señaló que «la violencia de cualquier tipo no tiene sitio en Canadá». Así mismo, Trudeau recordó que su gobierno estaba «a punto» de introducir prohibiciones para la compra de armas de asalto antes de que el Parlamento se disolviera en medio del brote de coronavirus. «Tenemos toda la intención de avanzar», una vez que el brote se haya frenado, dijo con voz grave.

Por su parte, el primer ministro de Nova Scotia, Stephen McNeil, dijo a los periodistas que fue «uno de los actos de violencia más devastadores e incomprensibles en la historia de nuestra provincia», que remarcó era reputada por ser un refugio de paz y tranquilidad.

La masacre de Nova Scotia, un hecho poco común en un país donde no abundan los tiroteos en masa –el último en 2017, cuando un universitario mató a tiros a seis fieles en una mezquita de la ciudad de Quebec– en comparación a lo que ocurre en EEUU, superó en número de víctimas a la «Masacre de la École Polytechnique», también conocida como la «Masacre de Montreal», que quedó grabada con horror en la memoria colectiva de Canadá.

Catorce mujeres fueron muertos a tiros y diez más resultaron heridas el 6 de diciembre de 1989 cuando Marc Lépine entró en una clase de ingeniería mecánica y ordenó a las mujeres y los hombres situarse a lados opuestos del aula. Separó a nueve mujeres, dejando a los hombres que se fueran. Según dijo, estaba «luchando contra el feminismo» y tras decir esas palabras, abrió fuego. Hasta anteayer, fue el tiroteo masivo más mortífero en la historia de Canadá, que muchos caracterizaron como un ataque «antifeminista» representativo de una violencia social y estructural más amplia contra las mujeres.