Mujer en una sociedad muy machista y simple cantante al amor y de origen humilde, nadie ha tenido su poder de convocatoria transfronteriza en el mundo árabe ni unificado a tantas gentes con semejante fervor. En plena esperanza descolonizadora de los años 50-60, la egipcia Fāṭima ʾIbrāhīm al-Baltāǧī (1988-1975), de nombre artístico Om Kalsoum, Oum Kalthoum, Umm Kulthum, Um Kulzum… fue un gran sueño de unidad cultural.

En tiempos liberalizadores de hábitos y creencias, la intérprete, reservada en lo personal y conservadora en lo religioso, abrazó desde la pura tradición vocal y orquestal autóctona influencias occidentales (chelo, guitarra o contrabajo eléctricos, acordeón y otras novedades) que modernizaron la imponente canción egipcia. Mayormente de la mano poética de Ahmad Rami (que le escribió unas doscientas canciones) o Ahmed Chafik Kamel y de Mohamed Abdelwahab, Riad el Soumbati o el laudisa Mohamed El Qasabgi en lo musical, el “Astro de Oriente” protagonizó una amplia labor cantora. Unos 14 LPs, que incluyen la colección “Oum Kalthoum. Diva of Arab Music”.

Hay que olvidarse del habitual esquema occidental de canciones de tres minutos para dejarse llevar por las largas introducciones de la multi orquesta y la entrega de la diva que, en este segundo disco oficial, necesita las dos caras para ofrecer su emblemático “Amal haai” (“La esperanza de mi vida”).

Dicen que influyó en Dylan y la han sampleado desde Shakira al rapero Notorious Big. Su voz dolorida en los tonos altos, acariciante en los medios y endurecida en los momentos trágicos y su presencia escénica (alto cardado, largo vestido bordado, pañuelo de seda en mano) hechizó a sus gentes.

No se cumplió la esperanza panárabe de sus músicas y de las ideas de políticos como su amigo Gamal Abdel Nasser, gran presidente egipcio. Pero los casi cinco millones de asistentes a su funeral, los 200 millones de discos vendidos y su imborrable presencia certifican que Arabia vivió en su día un bello sueño de amor.