Anjel Ordoñez
Periodista
JOPUNTUA

Libelo de sangre

En la Europa de la Baja Edad Media, las comunidades judías fueron acusadas frecuentemente de cometer lo que las autoridades cristianas denominaron «libelos de sangre». Según estas acusaciones y coincidiendo con la Pascua judía, un niño cristiano que aún no había alcanzado la pubertad era secuestrado o comprado, y ocultado durante días o semanas hasta la fecha del sacrificio. Llegado el día, la muchedumbre judía se reunía en la sinagoga para contemplar como el niño, atado y desnudo, era torturado y mutilado. Agonizante, la víctima era subida a una cruz de madera con una corona de espinos en la cabeza. Finalmente, moría de una lanzada o puñalada.

Fueron frecuentes y famosos los libelos de sangre, especialmente entre los siglos XII y XIII, pero también se registraron otros posteriormente. Todavía a finales del siglo XIX, la comunidad ortodoxa griega acusó a los judíos de la isla de Rodas del asesinato ritual de un muchacho cristiano. Lo curioso fue que numerosos cónsules de estados europeos dieron crédito oficial a los infundios, apoyados en confesiones arrancadas mediante tortura.

Michael Caputo es, desde abril, el secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos en Estados Unidos. Para entendernos, el hombre de Trump para los  asuntos de la pandemia. Antes de jurar el cargo, y quién sabe si para hacer méritos, había declarado en las redes sociales que «millones de chinos chupan la sangre de los murciélagos rabiosos como aperitivo y se comen el culo de los osos hormigueros». Una forma muy gráfica de responsabilizar directamente a los chinos de una pandemia que se está cobrando decenas de vidas en todo el mundo.

Caputo y Trump se desnudan ante el mundo con estas acusaciones, que no son las únicas, porque también culpan a los judíos de favorecer la propagación del virus para multiplicar sus beneficios financieros. Y si para el común de las inteligencias estos dos sujetos no son sino la caricatura de una estupidez desbordada, no debemos olvidar que, en tiempos de crisis y desolación extremas, esta suerte de emesis dialécticas terminan por arrastrar apoyos inesperados, inmensurables e imprevisibles. Como los libelos de sangre. Como el NSDAP.