Koldo LANDALUZE
EXTRAÑA FORMA DE VIDA

Espuelas lejanas

En los últimos años, da la sensación de que Pedro Almodóvar se ha aplicado en la tarea de quitar “lastre” a su discurso, centrándose en lo que de verdad le interesa, y sintetizando así su particular microcosmo en una serie de secuencias que captan con precisión lo que el cineasta manchego ha plasmado a lo largo de su carrera.

Lo hizo por ejemplo en su anterior cortometraje, titulado, “La voz humana” -con permiso de Jean Cocteau y delegando todo el peso en Tilda Swinton- y lo hace en una nueva ocasión en este ejercicio de estilo con apariencia de western.

En realidad, “Extraña forma de vida” no aporta nada nuevo, ni al discurso almodovariano ni por supuesto al western, un género que Pedro Almodóvar utiliza en su beneficio propio para explorar, sobre todo, nuevas fronteras visuales.

DISTANCIAS CORTAS

Todo ello queda manifestado en lo mejor de la película, es decir, su prólogo, en el que un cowboy canta con la voz de Caetano Veloso el fado de Amália Rodrigues que dota de sentido al título del filme, ‘‘Extraña forma de vida’’.

El resto transita por derroteros ya visitados por anterioridad en multitud de filmes. En su intento por realizar un western de temática queer y teniendo presente referentes mucho más aplicados como “Brokeback Mountain”, el director de “Todo sobre mi madre” se limita a centrar su talento en las distancias cortas, los cruces de mirada y roces compartidos por unos más que notables Pedro Pascal y Ethan Hawke. Sensual y emotiva, la película gana enteros en esas contadas situaciones en las que asoma el pasado y pierde su rumbo entre tanto efectismo estético -comenzando por un vestuario lustrosísimo a cargo del mecenas Yves Saint Laurent-, un cruce de balas con revólveres igual de impecables, y un par de galopadas sin excesivo fuelle.