AMAIA EREÑAGA
BILBO

El viejo patriarca del pop Robert Wyatt inspira un lisérgico viaje audiovisual

Barba blanca y mirada dulce, sentado en la silla de ruedas desde que en 1973 se cayó por la ventana de un tercer piso, el músico británico Robert Wyatt (Bristol, 1945) parece casi un Poseidón sabio. Él, su pareja, la artista Alfreda Benge, y su disco mítico “Rock Bottom”, del que este año se cumplen cincuenta años, han inspirado el musical de animación de la valenciana María Trénor que, tras pasar por los festivales de Annency y Donostia, llega a la salas.

Bon, el alter ego de Robert Wyatt, viviendo la vida a tope.
Bon, el alter ego de Robert Wyatt, viviendo la vida a tope. (AVALON)

El próximo 13 de diciembre llega a las salas comerciales “Rock Botton”, una película de animación para adultos que combina el cine documental y el musical. Una propuesta muy potente -onírica, lisérgica... un regreso al amor libre de los hippies- que, tras su estreno a competición en el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy, se pudo ver en Zinemaldia, desde donde siguió el recorrido de festivales, por, entre otros, el bilbaino Zinemakumeak gara! y el Atlántida Film Festival. La película está nominada a Mejor Largometraje de Animación en los premios Forqué y ha sido preseleccionada como candidata al Feroz Arrebato de Ficción.

Aunque el proyecto en sí arrancó hace más de una década, porque no ha sido fácil llevarlo adelante, el filme se estrena precisamente el año en el que se cumple medio siglo de la publicación de “Rock Bottom” (1974), la obra icónica y experimental que Robert Wyatt concibió en Deià (Mallorca) y que grabó con la ayuda de Nick Mason, de Pink Floyd, Brian Eno, Fred Frith y Mike Oldfield.

«Robert Wyatt es el viejo patriarca pop británico, quizás el último comunista del rock», explica el especialista musical Iñaki Zaratiegi, al que le hemos “robado” su definición para el título de este artículo. Figura clave en la que se llamó “escena de Canterbury” de los años 60-70, fue miembro fundacional, junto a nombres como Kevin Ayers, de la banda The Wilde Flowers. Fue también baterista de Soft Machine y Matching Mole (siendo líder en esta última). Era entonces la época del rock sinfónico, pero el suyo «era más valiente, más experimental y menos comercial que el de Pink Floyd y otros», añade Zaratiegi.

CAÍDA Y RENACIMIENTO

Su caída, en junio de 1973, desde un tercer piso, que le dejó paralítico y en silla de ruedas, fue un punto de inflexión en su vida. «Tuvo que dejar la batería. Pero lo que fue un accidente y un desastre, supuso, sin embargo, un renacimiento, porque pasó a cantar en solitario e hizo unos discos muy importantes, en particular ‘‘Rock Botton’’», añade Zaratiegi.

Composiciones de pop rock, con mucho free jazz... «no es una música fácil, sí es experimental, a veces repetitiva, atrevida, muy romántica, muy introspectiva -añade el crítico- y él no ha sido un gran artista de masas, pero ha aguantado ahí durante años con discos muy interesantes como ‘‘Ruth Is Stranger Than Richard’’ (1975)».

Artista comprometido y militante, ha cantado a Violeta Parra, al Che o a Víctor Jara. «Ha sido grabado en euskera por Ruper Ordorika con una versión de ‘‘The Age of Self’’ (incluida en ‘‘Ez da posible’’, 1990), que es una canción antiimperialista muy interesante. Es un músico muy especial, con una voz muy fina, muy muy romántica, que crea escenas instrumentales muy atmosféricas», añade Zaratiegi.

Robert Wyatt, efectivamente, ha sido un artista querido por los músicos vascos. «Wyatt es para muchos de nosotros uno de los ejemplos más destacados de coherencia cultural», escribía en estas mismas páginas Andoni Tolosa “Morau” en 2014, cuando el británico anunció que dejaba la música para dedicarse «a cosas más importantes», léase la política. Ese año editó un libro y un recopilatorio (ambos de título “Different Every Time”), pero en abril de 2015 sacó un nuevo sencillo, ‘‘Stella Maris’’, en colaboración con el cantante ruso Boris Grebenshikov. ¿Se retiraba o no? Él no tenía que dar cuentas a nadie.

«Ha sido muy generoso con nosotros -reconocía el pasado mes de setiembre la cineasta María Trénor en la revista de Zinemaldia-. Le conocí casualmente, cuando me llamó la televisión mallorquina para participar en un programa sobre artistas internacionales que habían residido en Mallorca. Para mí, fue una gran sorpresa. Tierno, encantador, cercano. Te escucha, puedes hablar de cualquier cosa. Le pregunté si le parecía bien que hiciera una película sobre él, y que fuera de animación, y me dijo que por supuesto».

EL AMOR LIBRE, EN UN PAÍS BAJO LA DICTADURA

De los cortometrajes -‘‘Ex-libris” (2009) es uno de los más conocidos-, María Trénor ha saltado con este a su primer largometraje. De un equipo de cuatro personas, a uno de 400. El guion lo firma junto a Joaquín Ojeda. Y lo que han hecho es una película de autor, que describe a «aquella generación de los 70 y al fin del largo verano del amor hippy, por el enganche a las drogas. En los 70, hubo un fenómeno curioso: artistas noreuropeos buscaron la California norteamericana en la costa española; es decir, buscaron la libertad en un país bajo dictadura militar. Quería mostrar también esa diferencia de trato del franquismo entre los locales y a los extranjeros», añade.

La cineasta ha tomado como punto de partida el álbum “Rock Bottom” para crear una sorprendente, poética y lisérgica película de animación en la que nos zambulle en la historia de amor al límite de Bob y Alif, inspirada en la del propio Wyatt y la ilustradora y letrista Alfreda Benge.

Pero no es un biopic, sino un homenaje psicodélico a un músico y a su generación. Tampoco los hechos relatados pretenden ser exactos: en la película, casi todo sucede en Mallorca y en Nueva York. Así, ese Bob parecido a Wyatt se emborracha y cae por la ventana de un edificio durante una fiesta que tiene lugar en Nueva York, mientras que, en realidad, el accidente que lo dejó parapléjico sucedió en Londres. Sin embargo, fue en Nueva York donde Wyatt ingresó en un alcoholismo del que no se libró hasta mucho más tarde.

El disco se publicó el 26 de julio de 1974 y tenía una de las portadas más bellas de la historia del pop, firmada por Alfie. Un paisaje subacuático representado por flores, algas, musgo, con un volcán en erupción. Era la época y la épica del amor libre y promiscuo (antes del sida), también de las adicciones.

La película capta ambas vertientes. Es el paraíso en una isla: Mallorca antes de la invasión turística, en la que nadar desnudos y bucear a la luz de la luna, tras vaciar alguna botella y bailar en una playa despoblada. Un mundo que ahora regresa a la pantalla.