Las relaciones de poder son las que moldean la economía
El énfasis en los aranceles de Donald Trump es parte de un plan más amplio que, según la interpretación de Yanis Varoufakis, busca reconstruir las relaciones económicas en el ámbito de influencia de Washington. El viraje ha puesto de relieve el papel clave que tienen las relaciones de poder en la economía.

Hace algún tiempo, un emprendedor francés creó una plataforma para organizar viajes del estilo de Booking, pero no pudo desarrollarla. Se quejaba amargamente de que en Europa no se apuesta por los proyectos digitales propios. Decía que es bastante difícil lograr financiación del capital riesgo, pero que además ni los gobiernos ni los medios de comunicación hacen ningún caso a estos proyectos locales y, sin embargo, a la menor oportunidad, promocionan sin límite los estadounidenses, como si no existiera otra cosa en el mundo. Finalmente, cansado de no poder completar su proyecto, se lo vendió a Tripadvisor y se marchó a China.
La historia pone de relieve que lo que hace que las empresas estén localizadas en un país o en otro no es su productividad o la existencia de mercados competitivos, como no se cansan de repetir los neoliberales, sino el poder puro y duro. Posiblemente, ese emprendedor fue una de las víctimas de un reparto implícito de actividades económicas entre Europa y EEUU por el que la información y el espectro digital quedaba en manos de Silicon Valley -en Europa no hay ninguna aplicación ni empresa relevante en este sector- mientras que Europa vendía a EEUU sus automóviles y productos químicos y farmacéuticos. Con ese tipo de tratos se fue configurando una localización de la producción en el mundo diseñado desde Washington en función de sus intereses estratégicos. Así, determinadas manufacturas se instalaron en Corea o Japón, la fabricación de chips en Taiwán, la plataforma de mensajería bancaria Swift en Bélgica o la fabricación de máquinas de litografía, imprescindibles para ensamblar chips, se situaron en Países Bajos. Por eso, cuando EEUU decidió prohibir la venta de estas máquinas a China, a los neerlandeses no les quedó otro remedio que aceptar la imposición.
EL PLAN DE TRUMP
Da la impresión de que la nueva administración de Trump ha decidido que la actual configuración ya no le sirve y la quiere cambiar a base de aranceles. El peso industrial de China posiblemente haya trastocado el reparto vigente hasta ahora, pero no es el único factor.
En un reciente artículo, Yanis Varoufakis sostiene una interpretación interesante sobre el plan de Donald Trump que subyace a los aranceles. A su juicio, el equipo de Trump considera que el excesivo déficit comercial refleja una gran debilidad: ha convertido a EEUU en un país rentista que ha descuidado la industria. Una de las causas de ese declive es el papel del dólar como moneda de reserva, que hace que la demanda de dólares en todo el mundo mantenga a la moneda estadounidense revalorizada con respecto a las de sus competidores, lo que hace que las exportaciones estadounidenses sean relativamente más caras. Por esa razón, Trump acusa al resto de países de estar aprovechándose de EEUU. Y cree que puede llegar un momento en que los dólares dejen de aceptarse, y entonces EEUU se quedará sin dinero para importar; y sin producción propia.
Evidentemente, Trump no quiere que el dólar pierda el carácter de moneda de reserva -es un valor añadido-, pero tampoco quiere soportar los inconvenientes, de ahí que, a juicio de Varoufakis, Trump haya decidido utilizar los aranceles para inquietar y hostigar a los bancos centrales del resto de países para obligarles a que revaloricen sus monedas con respecto al dólar. El inquilino de la Casa Blanca quiere un dólar que sea moneda de reserva, pero que esté devaluado con respecto al resto de monedas. Soplar y sorber a la vez
LOS ARANCELES, INSTRUMENTO NEGOCIADOR
Por otra parte, los aranceles, por sí mismos, no reducirán el déficit comercial, pero dan una herramienta para la negociación, que es el terreno en el que Trump se siente a gusto. Si aceptan sus demandas, retirará los aranceles; y si no, los mantendrá. El resultado final será que algunos países acepten el trato y aprecien su moneda, lo que provocará una pérdida de plantas manufactureras a favor de EEUU -aunque esta posibilidad no es automática, pueden deslocalizarse a terceros países o buscar nuevos mercados- y compras forzadas de productos estadounidenses, incluidas armas. Será el precio a pagar por la seguridad estadounidense. Los que se nieguen, quedarán estratégicamente más cerca de China y Rusia, con un comercio más reducido con EEUU, pero que proporcionará ingresos arancelarios a Washington.
La interpretación de Varoufakis puede ser más o menos acertada, pero sin duda dibuja la dirección en la que se está moviendo Washington. Después de que implícitamente haya asumido que entramos en un mundo multipolar en el que no tiene intención de actuar como hegemón, EEUU se contenta con delimitar su zona de influencia y su posición política en ese espacio.
El plan puede colapsar por muchas razones. Mantener el dólar como moneda de reserva y a la vez devaluada con respecto al resto exige una fuerte intervención política que se puede quebrar rápidamente si la economía no evoluciona como se espera. Por otro lado, puede que no llegue la esperada industrialización. Y si el déficit comercial se reduce, el dinero extranjero dejará también de fluir hacia EEUU, lo que puede llevar a una caída generalizada del precio de las acciones e inmuebles que arruine no solo a los especuladores de Wall Street, sino también a la gente corriente que invierte sus ahorros para asegurarse la vejez.
Por último, esa retirada en el ámbito internacional puede animar a otros países, especialmente a China y con ella a los BRICS, a crear un nuevo sistema internacional anclado en el yuan o en una cesta de monedas, lo que minaría todavía más la posición del dólar. Muchas cosas pueden salir mal. Los planes iniciales son una cosa, pero el resultado final suele ser bien distinto.
LO QUE SÍ HA LOGRADO
La Administración Trump ha conseguido desmontar el discurso mistificador neoliberal sobre los mercados competitivos y productividad para volver a subrayar que el factor económico decisivo es el poder político. Y lo está utilizando sin complejos en Ucrania a cuenta de las tierras raras: protección a cambio del control de sus recursos naturales. En realidad, no es tan diferente de lo que se hacía hasta ahora utilizando al FMI: han suprimido las fábulas económicas que lo justificaban y muestran de manera descarnada las relaciones de dominación.
Y la Unión Europea no se queda atrás. El miércoles Bruselas sacó del armario un acuerdo de asociación estratégica para la explotación de materias primas que firmó con Ucrania en 2021. Al día siguiente, el ministro de Defensa francés, Sébastien Lecornu, desvelaba que París llevaba meses negociando con Kiev para el uso de las tierras raras en la industria militar. Imperialismo sin tapujos.
El poder político vuelve a aparecer como el factor central en la organización económica, cruda y descarnadamente, lo que sitúa de nuevo en el centro del debate político de cualquier país la cuestión de la soberanía.

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