«Ahora soy uno de los luchadores europeos más cotizados»
Rodeado de su gente, el txantreano Mikel Fernández se proclamó campeón mundial de muay thai en el pabellón Anaitasuna, la primera vez que un cinturón de estas características pisaba suelo europeo. Afincado en Tailandia, el iruindarra se ha convertido en uno de los luchadores de referencia.

En estos últimos años, Mikel Fernández está disfrutando de las mieles del triunfo, pero como él mismo reconoce en esta entrevista a GARA, ha sido fruto de muchos sacrificios. Entre ellos, tener que hacer las maletas e instalarse en el país del muay thai para mejorar sus capacidades a base de duros entrenamientos y madurez mental.
Tras ser campeón intercontinental hace dos años, el pasado día siete se enfundó el cinturón mundial. ¿Llevaba mucho tiempo soñando con este título?
Sobre todo por conseguirlo en mi Iruñea y por ser la primera vez que un combate de esta categoría se disputaba en Europa. Ya logré un título de este tipo en el estadio Rajadamnern en 2023, que supuso romper con toda una serie de barreras en esta modalidad deportiva.
¿Supone el culmen de su carrera deportiva?
Bueno, a día de hoy, ya tengo dos mundiales de dos federaciones diferentes, aunque este segundo título está claro que es más prestigioso.
¿Cómo fue el combate?
Lo había trabajado mucho con mi entrenador en lo que se refiere a la estrategia. Mi rival, el tailandés Yodudon Phet Anuwuat, es muy escurridizo, especialista en sacar muy bien los codos y golpear mucho a la contra. Pero, al ejecutar patadas y ser zurdo, baja las manos, algo de lo que me aproveché. Mi entrenador me mentalizó para salir a tope desde el primer asalto y le golpeé muchas veces con ‘low kick’ (‘patada abajo’), le cogí a la primera acción.
¿Más fácil de lo que pensaba?
Es verdad que me encontraba bien y preparado para ese momento, porque he vivido muchos infiernos. Estaba concentrado en seguir las instruc- ciones de mi entrenador, que es de los mejores del mundo, sino el mejor. Me aconsejó que aguantase las patadas de mi adversario y, en una de ellas, cuando se movió hacia atrás, le tiré como un crochet y una derecha, le alcancé en la nariz y se la rompí. Fue la primera cuenta, luego ya le hice dos más seguidas y acabé muy bien la pelea.
Pelear ante su gente, ¿también ayudó?
Por supuesto, ver a tu gente más cercana entre el público es algo que te motiva mucho. Todo el rato diciéndote «boxea, boxea» te espolea y, a diferencia de los peleadores asiáticos, más técnicos, nosotros tenemos que meterle mucha fuerza y contundencia.
Ahora le ha llegado la gloria, pero detrás de ello ¿cuánto hay de sacrificio y esfuerzo continuado desde hace años?
Mucho, mucho. Tenemos entrenamientos muy estrictos, no nos saltamos ni uno, tanto a mi hermano como a mí nos conocen, en plan de cachondeo, como los rusos del gimnasio. Corremos diez kilómetros diarios y estamos todo el día entrenando. ¿Sacrificios? Pues, familia, trabajo, relaciones, todo. Y, bueno, es momento de celebrarlo y también emocionarse, pero ya estoy pensando en próximos retos.
Para los no iniciados en el muay thai, explique en qué consiste.
El muay thai deriva del muay boran, que para los tailandeses era una especie de modalidad guerrera. Es el arte marcial de las ocho extremidades, en el que puedes golpear con los codos y rodillas, pero no dar cabezazos o golpes en tus partes. No se puede golpear en el suelo si alguien apoya las manos o las rodillas. En 2019 se convirtió en deporte olímpico, lo que provocó que cambiasen un poco sus reglas.
¿Cómo fueron sus inicios en esta modalidad deportiva?
De pequeño, era un chaval feliz y risueño, aunque con un perfil bajo, por decirlo de algún modo. Por ese motivo, comencé a practicar deportes de combate y mi autoestima empezó a crecer, comencé a sentirme bien conmigo mismo, ir a clase contento, además de ponerme unas metas y mi vida fue cambiando poco a poco. Ahí fue mi primera toma de contacto con el muay thai, mi hermano también empezó a entrenar conmigo y así hemos seguido desde entonces.
Muy joven tomó la decisión de hacer las maletas en dirección a Tailandia. ¿Cómo fue su aterrizaje y aclimatación?
Para ser campeón en un arte marcial tienes que ir a su país originario, porque aunque aquí seamos buenos, allí tienen esa fortaleza mental en las peleas que da el hecho de haber sido los inventores de dichos deportes. Me costó adaptarme a mi nueva vida, pasa- ron ocho meses hasta que disputé mi primera pelea, porque fui de los primeros boxeadores extranjeros que se instalaban en Tailandia. Al final, nos veían como una competencia peligrosa porque enfrente estaba un chico blanco, que les quitaba el dinero y la comida que necesitaban, muchos luchadores buscan salir de la pobreza en el ring. Pero soy una persona muy constante, que creo que es mi mayor virtud, más que el golpeo o el físico.
¿Cómo se defiende un txantreano a miles de kilómetros de su barrio?
Siempre me dicen que soy alguien que vive en guerra (se ríe). No es así, pero es que me gusta ser ordenado y respetuoso, tanto mi hermano como yo intentamos pasar desapercibidos en el gimnasio, que, por cierto, es una cochera, no es elitista para nada. Eso sí, yo no lo he dejado todo simplemente para pasar un verano y conocer Tailandia, con la mochila al hombro.
¿Cómo es su día a día en Tailandia?
Nos levantamos a las seis menos cuarto de la mañana, tomamos un café a las seis y media, y a las siete salimos a correr. Ya en el gimnasio, tomamos proteínas para recuperarnos, descansamos durante algo más de media hora y realizamos ejercicios de fuerza. Después hacemos la primera comida, que es como la nuestra aquí al mediodía, solo hacemos dos al día para estar en definición y quemar. Mantener la dieta y el peso es lo que peor llevamos, pero tenemos un nutricionista que trabaja con deportistas de todo el mundo, incluidos futbolistas de clubes importantes. Echamos una siesta y nos levantamos hacia las doce, tomamos otro café o electrolitos y volvemos al gimnasio. El entrenamiento comienza con media hora de comba seguida y después llega el sparring de boxeo, con tres asaltos de cinco minutos y unos guantes muy grandes, que pesan más de medio kilo cada uno, y casco, porque es un ejercicio muy agresivo. Después iniciamos prácticas de técnica con los pavos, intercambiadas con más sparring, sumado a entrenamiento con mancuernas. Luego toca técnicas de clinch (agarre) durante unos 40 minutos, para proseguir con cambios de ritmo y sprints en el exterior. Recuperamos energías y continuamos con patadas y pavos para aumentar potencia cardiovascular y en los gemelos. Finalizamos con otros ejercicios para fortalecer abdominales y cuello.
Será difícil sacar tiempo para las relaciones sociales, pese a las distracciones que puede tener una ciudad tan grande como Bangkok.
Vivimos en la periferia, en una zona denominada Taling Chan, que es un barrio muy humilde, donde también está el gimnasio. Es muy grande de tamaño, pero como una pequeña aldea a la hora de relacionarnos, nos conocemos todos y nos tienen un poco controlados, porque allí los luchadores están muy bien considerados. Ya llevo trece años y te saluda el del supermercado, el de la frutería. Además, es un país turístico y con una cultura abierta. Supongo que, ahora cuando regrese y después de haber quedado campeón mundial, estarán locos. Cada barrio tiene su gimnasio y se mueve mucho dinero en torno a ellos.
En el intervalo entre sus estancias en Tailandia, pasó por un gimnasio de Sevilla.
El dueño de dicho gimnasio es amigo mío y, durante mi estancia allí, me cuidaron un montón. Cuando iba por la calle, desde las ventanas me gritaban: «vajco, vajco, ¿cuándo peleas?». Vivía en un barrio un tanto peculiar, el de Los Pajaritos, concretamente en la calle Palomas. Como anécdota, te contaré que la primera vez que fui, el taxista me dejó a 200 metros de mi piso, porque no se atrevía a entrar. Cuando me bajé y caminé hacia allí con las maletas, algunos yonkis, a mi paso, me lanzaron carros de la compra. Pero, con el tiempo, me gané el respeto porque tuve una pelea con un italiano que fue muy agresiva, la gente del barrio vino a verme y, a partir de ahí, siempre me preguntaban cuándo iba a ser el siguiente combate.
Visto con perspectiva, ¿le ha compensado todo ese cúmulo de sacrificios?
Te diría que incluso más a nivel personal que deportivo. Cuando me fui con 19 años, yo quería ser un día lo que ahora mismo soy. Este deporte me ha dado unos valores, he tenido que aprender idiomas, buscarme la vida por mi cuenta, desde hacerme las tareas del hogar hasta conseguir un sponsor como referencia. He alcanzado la independencia económica y, cuando voy a un gimnasio a dar un curso, los niños me vienen y me dicen que soy su inspiración. Bueno, si todos los sacrificios me han llevado a servir de ejemplo, pues ya lo doy por bien hecho. Y ver a tu familia y tus amigos el otro día animándote, pues compensa mucho.
¿Cómo ve la progresión de su hermano, Ion, que también apunta alto?
En Anaitasuna no pudo pelear por el título estatal debido a que su rival se lesionó, por eso luchó contra un campeón tailandés, que fue un combate mucho más arriesgado. Ahora volverá a Tailandia para pugnar por un título mundial y está totalmente preparado para conseguirlo. Lleva mucho tiempo metiendo piedras en su mochila y esta, más pronto que tarde, va a reventar. Está afrontando retos muy difíciles y me siento identificado con él, porque está siguiendo un poco mis propios pasos. Se encuentra a un gran nivel y va a empezar a recoger los frutos.
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