EDITORIALA

Manteros, entre el acoso policial y la solidaridad

La plataforma Manteroekin Bat convocó una movilización ayer en Bilbo para denunciar el aumento de las redadas contra los manteros, que a veces se saldan con detenciones y se tornan violentas. Es lo que ocurrió el pasado miércoles cuando la Policía Municipal detuvo violentamente a una persona que se dedica a la venta ambulante mientras caminaba por la calle. El uso de la fuerza fue tan desproporcionado que decenas de transeúntes reprendieron a los agentes por la dureza de su actuación. Finalmente, la Policía identificó a varias personas que protestaban. Sin quererlo, les daban así la razón sobre su falta de sentido común y profesionalidad.

Este tipo de actuaciones policiales contra los manteros son demasiado comunes en los municipios vascos. Se multiplican a medida que se acercan las fiestas patronales u otros eventos multitudinarios, en un intento por aparentar dinamismo punitivo y contentar a los autoritarios. Expulsan a los vendedores ambulantes y confiscan el material con el que a duras penas se ganan la vida. La desproporción en el uso de la fuerza contrasta con la reacción de los viandantes, que suelen recriminar la brutalidad policial. La respuesta de los agentes no suele ser proporcional. Al verse cuestionados, en vez de rebajar la tensión se empecinan, llegando incluso a identificar y denunciar a quienes les interpelan -una mujer fue juzgada en junio en Bilbo por defender a un mantero-. Hay que ser desaprensivo para castigar una solidaridad tan humana.

A menudo, los responsables políticos no ayudan, mezclando sucesos inconexos, dando por buenas medias verdades y, en general, simulando un acoso y un peligro para la Policía, el orden y la ciudadanía que no son reales. En este contexto, hay que tener cuidado con decisiones que pueden avivar el racismo y la xenofobia. Contraponer a las personas migrantes y al resto de la gente es una estratagema para justificar un modelo policial centrado en la represión y en la persecución de los más débiles. La mayoría de sindicatos policiales alimentan esa visión retrógrada y represiva. La firmeza que demandan ellos es, precisamente, la que se le debe aplicar a la Policía, exigiéndoles que respeten los derechos de todas las personas.