Gaizka IZAGIRRE
HERNANI
LA LEY DE JENNY PEN

Terror sin monstruos

Para Stephen King, «una de las mejores películas que he visto este año». Y, como ya es tradición, cada vez que el maestro del terror desliza un elogio, hordas de fieles corren a consagrar el título de turno como si se tratase de un nuevo capítulo perdido de “It”. No dudo del fino instinto cinematográfico del maestro -en muchísimas ocasiones coincido con él-, pero con “La ley de Jenny Pen” tengo ciertas discrepancias.

En un año marcado por estrenos muy notables como “Weapons”, “Devuélvemela” o “28 años después”, la nueva película de James Ashcroft resulta una obra algo menor; eso sí, tiene ciertos elementos que la hacen bastante interesante. Hay películas que asustan por sus monstruos, otras por sus giros inesperados. “La ley de Jenny Pen” opta por un camino más sencillo y, paradójicamente, más universal: recordarnos que el verdadero terror no está en lo sobrenatural, sino en el implacable paso del tiempo.

La historia se desarrolla en una residencia de ancianos donde un residente, Dave Crealy (John Lithgow), utiliza una marioneta llamada Jenny Pen para someter a otros pacientes. El exjuez Stefan Mortensen (Geoffrey Rush), tras sufrir un derrame cerebral, se convierte en su objetivo.

“La ley de Jenny Pen” brilla especialmente por el duelo actoral entre Lithgow y Rush, aunque la profundidad de sus personajes es algo superficial. Pero su química en pantalla es tan magnética que, por momentos, logra eclipsar las carencias de la historia.

La película funciona, entretiene y, en más de un momento, muestra un ingenio visual que sorprende. Sin embargo, se queda en una propuesta menor, incapaz de rivalizar con los estrenos más ambiciosos del año, aunque cumple con lo que promete: un thriller de terror psicológico entretenido y sugerente.