Víctor MORENO
Profesor
GAURKOA

¿Es el sistema o el DNI?

Los artículos sobre corrupción se han centrado en condenarla, sobre todo, si su protagonista corrupto era del partido contrario. De hecho, la noticia más importante para el PP fue el descubrimiento de los tres chorizos afectos al PSOE. Y nada más balsámico para el partido de Sánchez que la aparición estelar corrupta del truchimán Montoro.

Poco o nada se ha escrito en cómo prevenirla. Ni PP, ni PSOE han ofrecido un sistema de alarma directa contra la mínima expresión corrupta protagonizada por cualesquiera de sus militantes. Actúan a delito consumado. Y ya se sabe que el delito lo comete no quien lo hace, sino quien se aprovecha de él. Y, si lo hecho por Cerdán y por Montoro no ha favorecido a sus partidos, estos no han cometido delito alguno. Pero PP y PSOE no han entendido así el axioma del cui prodest? de Séneca. No se entiende que ambos partidos ordeñen dicho delito, cuando han salido los peor parados.

Los analistas que se trata de un mal sistémico. No. Es histórico. Referentes no faltan. «España con honra» fue lema del Sexenio Democrático (1868-1874), contra el desfalco de Hacienda. En 1935, el estraperlo terminó con Lerroux, presidente del Gobierno y líder del Partido Republicano Radical. En el franquismo, la corrupción fue marca de la casa. Licencias estatales de importación y exportación fraudulentas, en especial la «operación café» del Brasil de Getulio Vargas, mercado negro y estraperlo son hitos que no se recuerdan, pero que Montoro ha desempolvado el método de utilizar la ley para robar de forma impune fue el «modus operandi» del franquismo, imposible sin una corrupción estructural sostenida por el Gobierno y su red de jueces y políticos.

Hablaron de poner cinturones sanitarios para sofocar este virus, pero nada de su profilaxis específica. José Antonio Pallín, que fue fiscal y magistrado del Tribunal Supremo, sugirió en un artículo, “El virus de la corrupción”, algunas vacunas que podrían, si no extirparla, aminorar sus efectos. Es decir, ya que no la podemos sortear, que su impacto sea el menos negativo posible. El antiguo fiscal consideraba que, «acaso, la ética y la religión podrían servir». Luego, añadía que «la antigua propuesta de la Educación para la Ciudadanía era una vacuna muy potente para inmunizar el cuerpo social contra las tentaciones siempre presentes, en cada uno de nosotros, de caer en el pecado capital de la codicia».

Sabemos que la codicia no es pecado −aunque lo diga la Iglesia−, sino delito. Porque, si es pecado, a ver qué pasa con estos políticos cristianos y católicos que no hacen más que pasarse por la piedra los mandamientos de Dios y los de la Iglesia. En cuanto a la ética, hace tiempo que en un corrupto con pedigrí no funciona. ¿Y la ley? Que se lo pregunten a Montoro. No se entiende por qué, cuando un corrupto comete un «pecado mortal», además de presentar su baja en el partido, no lo hace en la Iglesia, de la que han resultado ser malos cristianos a los ojos de Dios y a los de la Iglesia. Para colmo esta los mantiene en sus filas como si nada. Antes, los excomulgaba; ahora los exculpa... ¿a cambio de qué penitencia?

Educación para la Ciudadanía fue asignatura concebida para el alumnado, no para políticos. Si se hubiese impartido a la clase política, quizás, los resultados habrían sido eficaces. ¿Cómo saberlo? De ninguna manera. Ni siquiera llega a hipótesis.

Parece obviarse que el sistema educativo forma a su alumnado en valores éticos sin necesidad de establecer una asignatura que específicamente lo haga. Todas las áreas del aprendizaje llevan incorporadas una dosis axiológica implícita y que el profesorado «curricula» para que el alumnado cultive esa ética de los principios y de la responsabilidad weberiana.

Lamentablemente, lo dicho nos llevaría a preguntarnos de qué sirve que en las escuelas e institutos el profesorado se esfuerce en clase y en tutorías para que el alumnado cultive valores cívicos y, a continuación, los políticos se comporten como unos piratas de secano, cubriéndolo todo de mierda. Hay algo que falla en esa relación causa-efecto entre educación escolar y comportamiento cívico a posteriori. Hay en el corrupto un chip muy potente y atractivo que interfiere negativamente en ese proceso dejándolo a la intemperie y sin muletas para rechazar la tentación de la irrefrenable codicia.

¿Podríamos concluir que la religión y la ética no sirven para nada? Si la sociedad no fuera tan inclinada a la fácil generalización, aceptaríamos que los corruptos políticos son una minoría comparados con los ciudadanos corruptos de la sociedad. No solo hay políticos corruptos; los hay banqueros, jueces y reyes.

Y, tampoco, habría que ser pesimistas y aceptar que el sistema educativo y familiar no es tan inútil educando en valores éticos y cívicos. Al fin y al cabo, ¿cómo sabemos de qué depende que una persona, político, banquero, administrador de fincas, ministro de Hacienda, actor o futbolista, termine actuando como un vulgar Rinconete y Cortadillo?

No lo sabemos. Teniendo España una colección de tan excelentes chorizos con denominación de origen, resulta extraño que no se haya investigado la matriz raigal de la corrupción más o menos generalizada. Si cada caso requiere una casuística diferente explicativa, sería muy práctico interrogar por separado a cada corrupto y preguntarle por qué razón decidió caer tan bajo éticamente hablando.

¿Qué carencia personal le llevó a convertirse en corrupto, capaz de robar un euro, incluso a su madre? Se dice que el dinero llama al dinero, pero, ¿es solo la razón metálica la causa por la que Koldo y asociados cayeron en el lodazal de la corrupción? ¿Y a Montoro, forrado hasta los esfínteres, qué síndrome del corrupto lo llevó a perpetrar su tropelía?

Si se ignora su origen, ¿cómo corregir la poliédrica corrupción? ¿Está en el sistema o en el DNI? ¿O se alimenta de ambos? No sé, pero me da que, si uno no quiere ser honrado, no hay nada que hacer. No lo salva ni Dios, ni el premio millonario de la Bonoloto.