«¡Una del Trono, primo!»
Una del Trono primo!» Siendo camarero de la parte de abajo de la Herriko de Jarauta de Iruñea, nuestra pequeña-gran discoteca del rollo, conocí a un colega que convirtió su contumaz exigencia musical en un jodido himno. El «A por ellos» de El Trono de Judas era como el «Fear of the Dark» de Iron Maiden, el «Erribera» de Benito Lertxundi o «Lola» de Cicatriz: momentos épicos sin los cuales la noche se habría quedado coja. En el caso de los de Iruñea, con el añadido de que sus canciones siempre han simbolizado una parte del «nafar-way-of-life»: algo bárbaro, honesto, no especialmente virtuoso pero de una rebeldía aplastante. Más tribu que urbana, representa esa especie de reserva espiritual del Occidente punk en esta Euskal Herria tan contradictoria.
El sábado, en el Hatortxu Rock, el Trono se despedía de los escenarios y, siendo sinceros, tenía la equivocada idea que solo un selecto grupo de nostálgicos nos dejaríamos las gargantas en el «looooo, lo, lo, lo, lo, lo, looooo» que acompaña «la del PP», uno de sus grandes temazos. Nada más lejos de la realidad. A los puretas que ya peinamos canas se nos sumaba una horda de muchachada completamente entregada. Más que añadirse, nos adelantaban por la izquierda, avan- zando a empujones hasta una primera fila desparramada. Yo, admirado y con los pelos de punta, no dejaba de pensar en la grandeza de este país, que es capaz de reinventarse sin perder unas raíces que, en su pasado más inmediato, tienen tanto de Joseba Sarrionandia como de «El Pico», la peli de Eloy de la Iglesia. Que se construyó de barricada en barricada y a la que los cambios sociales y el paso de un tiempo, no siempre benévolo con los movimientos de liberación, no le han arrebatado del ADN esa parte de nobleza bruta y desobediente que no está reñida con la capacidad de construir mayorías.
Nuestra banda sonora tiene que ver con ese algo visceral de la pelea. Con una forma de ser que se apoya en la intuición callejera y que se transmite de generación en generación. Nunca he sido amante del «tiempos pasados siempre fueron mejores» ni miro con desconfianza a quienes vienen caminando detrás. Sin embargo, ante momentos de incertidumbre y angustia, me resulta gratificante y tranquilizador saber que siempre habrá alguien dispuesto a pedir «una del Trono, primo» y recordarnos quiénes somos.

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