Juego de drones
El otro día estuve a punto de chocar contra un jabalí cuando iba a casa. No me encontraba en tierras remotas; era en la mismísima linde de Donostia, la futura capital cultural europea. Me produjo emoción saberme tan cerca de la vida silvestre.
Cuando pisé el freno escuchaba por la radio un reportaje sobre los drones, esos artilugios voladores no tripulados con los que algunos gobiernos espían y matan en sus antípodas sin necesidad, siquiera, de arrugarse el uniforme. Y resulta sospechoso que en las últimas semanas el tema de los drones esté tan presente en los medios de todo el planeta.
Como otros inventos militares, los drones también llevan camino de infiltrarse como conversos en nuestra vida cotidiana, y no solo para el bien común. Ya no es suficiente para la voracidad de los inversores capitalistas su uso como destripadores de civiles orientales por control remoto, así que ensayan cómo adaptarse a algunos hábitos domésticos.
Casualmente, dos de las principales multinacionales de venta a distancia y paquetería exprés han anunciado de manera casi simultánea que disponen de planes comerciales para implantar el uso de drones en sus sistemas de reparto. Eso ha desatado nueva revelaciones como que ya existen proyectos similares en otros países; y hemos sabido que hasta una cadena de pizzerías espera en la cola a que las legislaciones les inviten a pasar a la carrera por el reparto del pastel. Dicen que es cuestión de cuatro o cinco años, pero esto huele a estar más avanzado de lo que se admite. Se cierne sobre nosotros la amenaza de los drones.
No bastaba con que los gestores de la codicia de un sistema nos envenenen el aire que respiramos, el único reducto colectivo que nos quedaba libre tras el saqueo de la tierra y el agua, para que ahora nos lo inunden de abejorros metálicos al servicio de intereses privados. ¿Hasta el cielo nos van a robar para su enriquecimiento? ¿Para llevar una puta pizza a casa en un mundo en el que todavía se muere de hambre?
Afortunadamente, el tema es delicado incluso para ellos, porque abre la puerta a usos que temen. Como anécdota se plantean lo vulnerables que serían ante indignados cazadores de objetos voladores. Y les confieso que me produce emoción imaginar escopeteros furtivos apuntando sus mirillas hacia drones. La tierra se poblará de jabalíes con los que estar a punto de chocar.

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