Mikel Chamizo
CRíTICA | Ópera

Alí Babá en el desierto escenográfico

Casi me caigo de la butaca cuando, nada más terminar la función, la niña de 10 años que estaba sentada junto a mí le dijo a su padre: «¡Vaya con la crisis! Unos sacos llenos de papeles, dos cajas pintadas y unas frutas de plástico». A la jovencita, que en unos años estará en este u otro periódico haciendo crítica para ustedes, no le faltaba razón: se respiraba la falta de presupuesto en esta producción infantil de la ABAO, especialmente en lo que respecta a la escenografía, prácticamente inexistente y sustituida por unas proyecciones de vídeo que no siempre lograban perfilar claramente los distintos ambientes de la cueva, el desierto o el poblado de Alí-Babá.

Por otra parte, también tenía razón el padre de la criatura cuando le respondió: «Alazne, pero esto es teatro y hay que tener imaginación». Es justamente a eso a lo que se aferró el director de escena Pablo Ramos, creando un discurso ágil, efectivo y lleno de humor que nos hiciera olvidarnos del handicap escenográfico. Consiguió captar plenamente la atención de los pequeños con números musicales que llenaban todo el escenario, bromas inesperadas y una incidencia en la parte teatral del espectáculo, aspecto que a veces descuidan las óperas infantiles, demasiado centradas en una música que, si ya resulta compleja para los mayores... La partitura de Casalí, autor del estupendo «Cuento de Navidad» del año pasado, es sencilla, vistosa y pegadiza, más cercana al musical que a la ópera. Y la interpretación resultó más que digna en el foso y sobre el escenario, destacando, sin duda, el coro infantil, que cantó, bailó y actuó con entusiasmo.