El buen debut que tuvo Santiago Tabernero con «Vida y color» parecía olvidado después de ocho años, pero regresa con un segundo largometraje más arriesgado, y muy distinto genérica y temáticamente de su ópera prima. Lo mejor está contenido en un laberíntico guión original, escrito por el realizador en colaboración con el actor Eduardo Noriega, quien apunta maneras como argumentista y dialoguista.

Entre los dos consiguen plantear un innovador thriller romántico, mediante el cual dan un giro narrativo a la consabida historia de joven pareja en crisis, afectada por el pronto nacimiento de su primer hijo. La clave reside en saber traducir a imágenes las obsesiones y miedos que afectan al padre y la madre primerizos, hasta el punto de poner en peligro su relación afectiva.

Para ello entremezclan la realidad con los sueños, mostrando así el modo en que el inconsciente crea un universo paralelo a los hechos vividos donde los traumas afloran. La causa de tal esquizofrenia está en un accidente de tráfico que ha dejado a la protagonista postrada en la cama de un hospital. El coma le impide comunicarse pero, mientras tanto, su actividad cerebral prosigue en una lucha por despertar de las pesadillas que la sitúan al límite de sus energías y señales vitales. Desde el otro lado, su compañero también trata de reanimarla, apelando a sentimientos que la dramática experiencia ha vuelto a remover en sus respectivos interiores.

Santiago Tabernero ha tomado una decisión valiente al utilizar el mismo tratamiento visual para la parte real y la onírica, e incluso también para los flash-backs que reconstruyen el pasado sentimental de los protagonistas. Esto provoca cierta aparente confusión que, sin embargo, obliga al espectador a permanecer atento e introducirse al máximo en el relato. Recuerda en ese sentido al surrealismo de Polanski, sobre todo en el desdoblamiento de la actriz Gloria Muñoz como suegra y policía.