Joxe Mari Sasiain Arrillaga
Licenciado en Historia
GAURKOA

Cien años de la Primera Guerra Mundial

La historiografía ha tratado con profusión los hechos que dieron lugar al enfrentamiento bélico que dividió por primera vez en dos a la humanidad. En el apartado de causas, inicialmente, la mayoría de historiadores señalan a Alemania y a su afán por expandir su influencia política y económica -Welpolitik- como instigadora del conflicto. En el periodo final de entreguerras (1919-1939), los historiadores germanófilos cargan las culpas en el bando aliado, por el contrario, personalidades de la talla de Max Weber y Hans Delbrück reparten las responsabilidades entre las grandes potencias. Es de destacar que difícilmente encontramos defensores de la inevitabilidad de la guerra, pocos ven en la Primera Guerra Mundial un hecho transcendente y necesario en la defensa de valores básicos de la civilización. A diferencia de la segunda Guerra, no encontramos apologistas que defiendan la inevitabilidad de la misma.

En la transición del siglo XIX al XX se produjo lo que podríamos denominar un cambio de mentalidades. El individualismo liberal fue sustituido por nuevos sujetos colectivos que se consolidaron socialmente. La nación adquirió un punto de sacralización; entre los trabajadores, se consolidaron nuevas ideas organizativas y proyectos de transformación social temidos por las clases dirigentes.

El crecimiento económico parecía inagotable. La necesidad de materias primas y la apertura de nuevos mercados, impulsó los movimientos colonizadores sin contemplaciones éticas ni morales. A partir de 1878, las potencias europeas se anexionan por la fuerza más de 39 millones de kilómetros cuadrados. Alemania incremento su producción fabril, se introdujo en una creciente espiral armamentística y exigía su «lugar al sol» en la tarta colonial. El Reino Unido, que lideraba el expansionismo europeo, observó que peligraba su posición predominante.

Para 1914 el declive de las potencias imperiales, Austria-Hungría y el Imperio Otomano, principalmente éste último, se encontraba en su fase final. En un proceso paralelo en el tiempo, la Rusia zarista mantenía bajo su dominio un inmenso territorio desestructurado, cuyo vínculo con la población era una administración corrupta y un ejército atrasado y poco operativo dirigido por la nobleza.

La metamorfosis que se produjo en el ámbito político, social y económico, a impulsos de liberalismo, abrió el hueco por donde se filtró la participación -paulatina- de las masas en el sistema productivo, cultural y político. La clase trabajadora acudió en orden de combate a la llamada de la «Patria» y se convirtió en carne de cañón. El periodista catalán Agustín Calvet,Gaziel, desde París, escribía en sus crónicas: «Ante el peligro grave e inminente que amenaza a Francia, todas las diferencias ideológicas se borran, y desaparecen todas las categorías para no quedar más que patriotas». No estaba el periodista muy descaminado en sus observaciones. A pesar de que la II Internacional Socialista en sus congresos de Stuttgart (1907), Copenhague (1910) y congreso extraordinario de 1912, adquirió el compromiso de evitar la guerra, los partidos socialistas alemán (SPD) y la sección francesa de la Internacional Obrera (SFIO), aprobaron en sus respectivos parlamentos los créditos para la Guerra.

Clave para la comprensión de los hechos en su evolución se presenta la formación del nuevo Estado alemán. Prusia lideró la reagrupación de los estados pertenecientes al fenecido Sacro Imperio Romano Germánico, tras expulsar a los austriacos de la Confederación Germánica (1866), provocó la guerra Franco-Prusiana (1871).

El canciller Otto von Bismarck diseñó una política exterior cuyo objetivo principal fue establecer un cerco diplomático sobre Francia. No dudó en limitar su participación en el sistema colonial siempre con el objeto de evitar enfrentamientos que derivasen en pactos de colaboración entre Francia y el resto de potencias europeas. A su vez, Rusia declara la guerra a Turquía (1877) en defensa de los principados de los Balcanes. Inglaterra amaga con participar en el conflicto y fuerza el acuerdo de San Stefano, por el cual se reconoce la independencia de Bulgaria, Rumania, Serbia y Montenegro y se regula la autonomía de Albania. Bismarck, por su parte, logra renovar los acuerdos de la Entente de los tres Emperadores (Alemania, Austria-Hungría y Rusia).

El acceso a la jefatura del Imperio de Guillermo II (1890) modificó la política exterior de Alemania. La prudencia de Bismarck, relevado de su cargo, fue sustituida por una política exterior más agresiva. Gran Bretaña sintió amenazada su hegemonía, saliendo de su «espléndido aislamiento», decidió intervenir en el marco más directo de la política europea. Francia y Gran Bretaña, con posterioridad al choque de Fachoda (Sudán), aproximaban posiciones y firmaban el acuerdo denominado Entente Cordiale, donde acordaban resolver por la vía diplomática los conflictos de orden colonial (1904). Al mismo tiempo, Rusia sufrió una gran derrota en su enfrentamiento con Japón, con su potencial militar sensiblemente mermado, volvió todos sus esfuerzos en política exterior a la zona de los Balcanes.

En el inicio del nuevo siglo, los Balcanes se convirtieron en una zona de conflicto permanente. En 1908, Bulgaria se proclamó independiente; inmediatamente, Austria-Hungría se anexionó Bosnia y Herzegovina. Las relaciones entre Rusia y Austria-Hungría se deterioraron gravemente. Se suceden los conflictos. En 1912, Grecia, Serbia, Montenegro y Bulgaria se coaligaron para expulsar a los turcos de Europa. La coalición logró la victoria, pero sus enfrentamientos internos desencadenaron la denominada segunda Guerra Balcánica, que finalizó con los Acuerdos de Londres de 1913.

El asesinato del heredero al trono Austro-Húngaro (28de junio de 1914, Sarajevo), Francisco Fernando, es el detonante, no así la causa, que provoca los acontecimientos que dan lugar al inicio de la primera Guerra Mundial. El 28 de julio de 1914, Austria-Hungría, previo asegurarse el apoyo de Alemania, declaró la guerra a Serbia. No puede decirse que sea un imprevisto, las diferentes señales apercibían del suceso. Francia, Rusia y Gran Bretaña, por un lado, Alemania y Austria-Hungría, por otro, forman los bloques centrales a los cuales se irán añadiendo el resto de países contendientes.

A la luz del tiempo transcurrido y las investigaciones desarrolladas en torno a la cuestión, podría concluirse que el cambio de ciclo histórico, el vertiginoso desarrollo tecnológico, la necesidad de nuevos mercados, el cuestionamiento de la hegemonía político y militar de Gran Bretaña y el ascenso de los nacionalismos de los pueblos sometidos a imperios en fase de disolución serían las causas de fondo que provocaron la primera Guerra Mundial. A estas causas de índole estructural podemos añadir otras más prosaicas, como la falta de altura de miras de los líderes políticos que gestionaron los conflictos, que se sucedían y eternizaban sin posible solución.

Desde la perspectiva actual, vista la evolución de los acontecimientos, el logro -si así se le puede llamar- conseguido hasta ahora, ha sido trasladar el horror de las guerras a espacios geográficos distantes de los países más desarrollados. El sistema conformado por la economía capitalista y la representación político-administrativa en que se encuadra la sociedad supuestamente desarrollada: el estado-nación, más que encontrar soluciones consolidadas, nos empuja por vías que conducen a encrucijadas sin retorno. Las relaciones interestatales, en última instancia, se rigen por las posiciones de fuerza que son las que determinan el contenido de los acuerdos diplomáticos. Por otro lado, el instrumento de la democracia delegada no posibilita un control solvente de la ciudadanía sobre los órganos de representación, de modo que puedan garantizarse los intereses de las mayorías sociales.