«Hércules» combina el peplum con la caricatura mitológica

No se podía haber encontrado hoy en día un Hércules mejor que Dwayne Johnson, quien aporta al personaje, además de su musculatura, el carisma del que siempre ha hecho gala y un entretenido tono desmitificador. Gracias a su claro liderazgo la película supera a otras muestras recientes del peplum actualizado, y no digamos ya a la reciente «Hércules: El origen de la leyenda», con un poco convincente Kellan Lutz dirigido por un Renny Harlin en baja forma. No es que Brett Ratner sea un director más fiable, pero esto es cine de productor con un presupuesto de 100 millones de dólares.
El mayor acierto de «Hércules» procede del guion, que nace de una adaptación del cómic «The Thracian Wars» de Steve Moore. Los guionistas Ryan J. Condal y Evan Spiliotopulos han sabido pasar la mitología griega por un filtro realista, potenciando la parte humana del héroe, retratado como un simple mercenario que pone su espada al servicio de la soldada.
Mercenarios de Tracia
Este Hércules viene de superar los 12 trabajos, pruebas tras las que nada más quiere saber de los dioses. La pérdida de su familia le ha hecho poner los pies en el suelo, así que se conforma con liderar un grupo de mercenarios. La última oferta que aceptan es la del rey de Tracia, que les ha prometido su oro a cambio de liberar su reino de sus enemigos. El regalo resulta estar envenenado y las cosas no transcurrirán según lo previsto, máxime cuando la traición acecha.
Las escenas bélicas están muy conseguidas, destacando el ataque de los guerreros con el cuerpo cubierto de barro. No falta tampoco la imprescindible cuota de colosalismo, con el héroe derribando la gran estatua de la diosa Hera.

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