Mikel INSAUSTI
Zinema kritikaria
CRíTICA: «Leviatán»

Las gélidas costas rusas bañadas por mares de vodka

Y a está entre los grandes maestros del cine ruso. Se veía venir con su anterior «Elena», y más de lejos todavía con su ópera prima «El regreso». Andrei Zvyagintsev consigue con su cuarto largometraje una obra esencialmente suya, fruto de su incomparable talento narrativo para el drama más intenso e interiorista, desgranado a través de unos diálogos descarnados. Por una vez se le ha comparado con alguien, nada menos que con Andrei Tarkovski, debido a que en «Leviatán» concede un mayor espacio simbólico a los exteriores. Pero la diferencia es que al autor de «Izgnanie» le bastan con unos pequeños y remarcables detalles visuales para dejar huella, apenas unos breves planos de las barcas oxidadas por el salitre en las orillas o el enorme esqueleto de una ballena varada en la playa.

«Leviatán» presenta un paisaje desolador en las gélidas costas del Mar de Barents, pero la verdadera podredumbre se cuela en las casas de sus habitantes, que ahogan sus penas en litros de vodka para superar el frío y la desesperanza existenciales. Pero hay también una tensión no resuelta, un poso violento que se alimenta de la impotencia ciudadana frente a los oligarcas corruptos. El protagonista se enfrenta al monstruo de la burocracia, al leviatán que habita en los despachos oficiales de la era Putin. Los nuevos rusos le van a desahuciar, quitándole la casa y el taller mecánico construidos sobre una tierra que ha pertenecido a sus antepasados desde tiempos inmemoriales.

Como bien dice un amigo suyo, durante una excursión para desfogarse practicando el tiro con las botellas ya vaciadas de vodka, falta perspectiva histórica para poner como blancos sustitutivos de los vidrios rotos a líderes actuales. Se contentan disparando contra los retratos de los antiguos, dejando a Yeltsin como caso aparte. El mejor resumen de unos y otros está en el alcalde expropiador, del que el actor Roman Madyanov hace una extraordinaria caricatura. Aparece como la expresión brutal de lo que se cuece lejos de Moscú, entre popes y meapilas.