Iñaki ALTUNA @gara_ialtuna

Una campaña llena de nombres propios

Otegi, Zabala, Iriarte o Urkullu son algunos de los nombres propios de esta campaña electoral, a través de los que se pueden hacer importantes y diferentes lecturas. La falta todavía de normalización política, las incorporaciones a la disputa partidaria de nuevos rostros, la siempre impune violencia del Estado o la defensa del establishment aparecen detrás de esos apellidos.

Iñaki Altuna.
Iñaki Altuna.

Otegi era hace unos meses un represaliado político. Se encontraba en la cárcel, cumpliendo condena por un delito fabricado ad hoc, pues la realidad de los hechos es que su práctica, cuando fue detenido, era precisamente la contraria a la que se le atribuyó para su procesamiento. Cuando fue arrestado y mandado a prisión para más de seis años estaba, en realidad, propiciando un cambio de estrategia de la izquierda abertzale que llevaba aparejado, inexorablemente, el fin de la la lucha armada de ETA. Esa es la historia.

En aquel juicio, Otegi espetó al fiscal que la diferencia entre las versiones enfrentadas de los encausados, por una parte, y del Ministerio Público, por otra, estribaba en que la de los primeros se ajustaba mucho más a la verdad. Con posterioridad, el propio juez que ordenó aquella operación, Baltasar Garzón, reconocía que no tenían ningún sentido que Otegi permaneciese en prisión.

Pese a todo, en estas elecciones se ha vuelto a consumar la tropelía. El aparato político-judicial español se ha vuelto a conjurar para retorcer todo lo que había que retorcer al objeto de evitar que Otegi puediera presentarse a las elecciones, al entender que, con ese hecho, el líder abertzale consumaría su venganza de sonreír desde el escaño. Y quién sabe si desde…

Sin embargo, el atropello, que en primer término demuestra que aún queda mucho para traer un escenario democrático y de paz a este país, tampoco ha condenado a los soberanistas de izquierda a tener una mueca perpetua de disgusto.

Por una parte, otros nombres propios han tomado mayor relevancia, e incorporaciones como la de Maddalen Iriarte han sido especialmente bien recibidas por las bases del independentismo. Por otra parte, en el caso concreto de Otegi, el injustamente inhabilitado evita en cierta medida el desgaste del juicio de las urnas y se sitúa en una posición de liderazgo en el soberanismo de izquierda, sin estar estrictamente unido a una institución o ámbito en concreto. Eso sí, para que ello se consolide, EH Bildu necesita obtener este domingo unos resultados aceptables, que rompan la tendencia negativa del último ciclo electoral.

Víctima del terrorismo de Estado

La incorporación de Pili Zabala a Podemos y la presentación de sus credenciales para ser candidata a lehendakari supuso un auténtico bombazo, por el hecho contundente de que es la hermana de Joxi Zabala, víctima, junto con Joxean Lasa, de uno de los episodios más espeluznantes de la terrible historia de la guerra sucia.

La condición de víctima del terrorismo de Estado de Pili Zabala suponía el hecho sustancial de aquella candidatura, y en ese sentido se interpretó que Podemos intentaba mantener el flujo de voto que desde sectores abertzales de izquierdas habían llegado al partido morado en las elecciones generales, en aquella ocasión con la esperanza de propiciar un cambio político de calado en el Estado.

Fue la propia Zabala quien dijo que tenía mucho más que mostrar que aquello que nunca había querido ser. Incluso citó sus dotes de emprendedora. Su candidatura, dijo, no podía limitarse a la sangrante y dolorosa cuestión por lo que la recién llegada a la política era en ese momento conocida públicamente. La gran paradoja de esta campaña respecto a ese anuncio inicial ha consistido en que el momento en el que su figura ha aparecido con mayor nitidez y fuerza se ha producido precisamente por su condición de víctima, en el largo silencio de cinco segundos en el que miró a los ojos a un petrificado Alonso. Al sostenerle así la mirada, el exministro del Gobierno de España no hizo sino acrecentar la sensación de escarnio sobre unas víctimas nunca reconocidas como tal por el poder.

Las otras facetas y cualidades que anunció que iba a mostrar se han visto difuminadas entre polémicas –algunas muy propias de las redes sociales– y declaraciones poco claras. Por eso, tampoco se sabe a ciencia cierta qué repercusión electoral tendrá la figura de Zabala. Se podría interpretar que las grandes lagunas mostradas podrían haberle restado crédito, pero tampoco cabe olvidar que ese perfil alejado de la política convencional y ese tono conciliador, aunque muchas veces un tanto pueril, puede tener su eco en sectores sociales alejados de la pugna política y desencantados de las opciones más clásicas.

Empeñado en enterrar la herencia de Ibarretxe

Pero todo no son nombres nuevos. Un apellido representa lo ya existente, lo ya establecido, es el del candidato a la reelección Iñigo Urkullu, que ha hecho gala de representar estabilidad. Su posición se ha visto fortalecida por una lluvia de encuestas que ha llegado incluso a vaticinar que el PNV tendrá aún mayor representación en el Parlamento que en la legislatura anterior, pese a la irrupción de Podemos.

Dicen que Ciudadanos lo potenció el IBEX-35 cuando saltaron las alarmas ante un eventual derrumbe del bipartidismo en el Estado español y el anunciado corrimiento de una legión de indignados –ni de izquierdas ni de derechas– hacia Podemos, que por aquel entonces hablaba con menos pelos en la lengua sobre la necesidad de romper el candado del 78. Suena quizá demasiado conspiranoico e hiperbólico, pero los poderes fácticos, como las meigas, haberlos los hay. Al final, parte de ese voto que se salía del redil ha tenido el cobijo adecuado mientras el status quo se va recomponiendo.

Con menos estridencia y mucha mayor capacidad, pues es siempre opción de gobierno, ese lugar de refugio existía ya en la CAV. Es el PNV. Lo fue también en otros tiempos en un sentido bien diferente, con Ibarretxe como referente, cuando muchos abertzale quisieron parar a Mayor Oreja y mostrar también su desacuerdo con la izquierda abertzale por la gestión de Lizarra-Garazi. Hoy, en cambio, parece dar abrigo a quienes abandonan en las urnas a PP y PSOE, en caída libre por estos lares, en busca de una referencia de orden.

Y la verdad es que Urkullu no le hace ascos a presentarse como altamente homologable y homologado. En términos históricos, el paso dado de presentarse ante el pueblo catalán –o una gran parte del mismo– como la voz que le dice lo equivocado que está no tiene parangón. Pero, pese a las loas del unionismo más rancio, las encuestas se encargan de señalar que su posición no le desgasta por el flanco más soberanista. Nadie lo destaca, al menos. Cabalga Urkullu quizá con un anhelo incubado hace años de enterrar, también mediante victoria electoral, aquellas veleidades de Ibarretxe.

EH Bildu ha tratado de incidir en la diferencia entre ambos. Sintomático que el segundo haya salido vía twitter para volver a mostrar su lealtad al PNV. Ni que estuviera en duda.

 

Después de que Iriarte, en el debate en euskara de ETB, revelara que, en su día, votó por Ibarretxe, Urkullu preguntó con sarcasmo a Larrion, en esta ocasión en el debate en castellano, si ella también lo habían hecho. Era una forma más áspera que la utilizada por el aludido para decir que el exlehendakari es del PNV.

Con el mismo sarcasmo se le podía preguntar a Urkullu si también él ha votado siempre a Ibarretxe, sobre todo después de conocer sus confesiones a la ya desaparecida periodista María Antonia Iglesias, publicadas en el libro ‘Memorias de Euskadi. La terapia de la verdad: todos lo cuentan todo’. «Mi relación con Ibarretxe la vivo con muchas dificultades. Hay muchos días en que tengo que hacer actos de fe para que sigamos unidos y tengamos una mínima cohesión para salir dignamente de esta situación de cara al futuro», fueron las palabras del hoy candidato.

Su impronta de revancha respecto a aquella época se ha dejado sentir en la última legislatura. Por ejemplo, como muestra un botón, se opuso en privado a que el PNV secundara la gran manifestación de enero de 2014 que, pese ello, el partido sí apoyó. Urkullu así lo ha contado a diferentes interlocutores. Sus incursiones calculadas para abordar los temas pendientes han contado siempre con un plan de fuga para las primeras de cambio, sobre el pretexto siempre de culpar de todo a la izquierda abertzale.

El bloqueo político ha sido mayúsculo bajo su mandato, más acentuado aún por los constantes desplantes de Rajoy. Bilateralmente hablando. Lo peor de todo es que Urkullu parece tener la intención de variar poco y arriesgar aún menos. Hace cuatro años puso fecha a una hipotética consulta, hoy ni eso. Cree haber acertado, independientemente de las oportunidades perdidas y lo poco que se ha avanzado. ¿Por qué iba a creer otra cosa? Al fin y al cabo, según todas las encuestas, volverá a ser lehendakari; eso sí, de un país que quiere hacer a su imagen y semejanza.