Emociones y agresiones ante una ley histórica

Protesta a favor del modelo de inmersión, que se recoge en la ley. (GUILLAUME FAUVEAU)
Protesta a favor del modelo de inmersión, que se recoge en la ley. (GUILLAUME FAUVEAU)

La que se votó el jueves en la Asamblea Nacional fue una ley histórica que reconoce el patrimonio histórico del Estado francés. La utilización de la palabra ‘histórica’ puede parecer redundante, pero hay que hay que entender que no solo se trata de una ley que pasará a la historia, sino que mirando atrás en la historia francesa no se puede encontrar un reconocimiento legal del patrimonio lingüístico que ofrezca un reconocimiento de este nivel y que incluya a todas las lenguas minoritarias del Estado, sí en cambio una política unificadora bajo el emblema del francés contra todas ellas.  

Si esta política unificadora y colonialista para con las lenguas sigue siendo la mayoritaria en París, en la sesión parlamentaria de este jueves se oyó la voz del resto del Estado que no aparece en los medios franceses.

Aunque los mensajes de las voces que se levantaron contra las lenguas minoritarias fueron minoría en el hemiciclo, algunas mostraron su contraposición a que sean algo más que folclore, y que puedan ejercer con derecho propio en la Educación Nacional. Dos de ellas fueron especialmente agresivas, y es que representan una ideología tan extrema que no cabrían en una discusión parlamentaria en Madrid.

Nada más empezar, se oyó una protesta porque se estaba tratando el tema de las lenguas regionales, que no afecta más que a unos millones de personas que viven en las «regiones», y no a la totalidad de la ciudadanía francesa, por lo que no se debía de perder el tiempo en ellas, y había que hablar sobre leyes más importantes.

También se hizo el paralelismo entre la educación de las lenguas minorizadas del Estado, y el árabe y el amazigh. Esta última también es una lengua minorizada respecto a la primera, pero parece ser que esa lengua extrajera merece ser defendida, aunque no las del propio Estado. La verdad es que oír este discurso no fue una sorpresa, ya que vino de la mano de una persona que tiene un micrófono muy grande en los medios estatales.

Se trata de Jean-Luc Melenchon, presidente del partido de izquierda France Insoumise, que obtuvo casi el 20% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 2017, ante el 24% de Emmanuel Macron, es decir representa a una parte importante de la sociedad. Aunque, evidentemente, no todos sus votantes están de acuerdo con ello, se puede permitir decir esas cosas, y eso es indicativo de algo. De hecho, su glotofobia o rechazo a las lenguas no mayoritarias, como es el francés, es tan grande que incluso se mofó ante la prensa de una periodista que le hizo una pregunta con acento del sur.

Esa es una gran parte del Estado, pero ayer, la representación de los otros «pocos millones» de personas obtuvo la palabra, el voto y la ley para defender su patrimonio lingüístico. Las defensas de los diferentes artículos de la ley por parte de los parlamentarios bretones, corsos, catalanes, alsacianos, picardís, occitanos… se hicieron en muchos casos a través de experiencias personales, mediante referencias a su relación con las lenguas, a los ataques que padecieron durante la escolarización, a sus familias… Se mencionó incluso la emoción de poder tener la oportunidad de compartir y discutir sobre ello en el hemiciclo.

También hubo otro detalle en la discusión parlamentaria que se hizo eco de una realidad ampliamente escondida en los medios franceses: fue la mención al trabajo realizado en Ipar Euskal Herria. En la prensa del Estado en general, y especialmente en la parisina, cuando se habla de las lenguas minorizadas o de esta ley, siempre se menciona el bretón, y también se suele incluir el corso, el alsaciano, el catalán, el occitano… pero una gran parte de las veces el euskara va incluido en los tres puntos posteriores, a pesar de ser la región donde se han realizado (con diferencia) los mayores avances en la defensa y promoción de la lengua propia. Pero ayer sí, ayer se habló de los tres territorios del norte, incluso el diputado Paul Molac, propulsor de la ley que ahora lleva su nombre, lo citó como ejemplo.

Y es que en Ipar Euskal Herria no hubo agravios, tan solo emociones de alegría ante este reconocimiento, y lo que ello va a aportar al desarrollo del euskara. Los políticos de todas las tendencias, salvo la extrema derecha, se congratularon al recibir la noticia, y es que muchos de ellos han trabajado en diferentes niveles y de diversas maneras para que se pudiese llegar a conseguir esta ley.

Los senadores y diputados lo han hecho directamente participando y votando en este proceso parlamentario. Pero este, ha sido tan solo el último paso de un camino (una vez más) histórico. Estos últimos años, estas últimas décadas, las mentalidades han ido cambiando en la sociedad, y conforme a ello también lo han hecho las posturas políticas, pero no ha sido solo en ese sentido, ya que también ha habido apoyos políticos desde fuera del ámbito euskaltzale, que han abierto el camino hacia el cambio de mentalidad.

Pero el verdadero reconocimiento lo merecen esas mujeres y hombres que, sin cámaras ni micrófonos, han ido trabajando durante años a favor de esas lenguas atacadas desde París y que con sus pequeños o grandes esfuerzos han conseguido hacerlas sobrevivir, y en el caso del euskara, incluso invertir la curva y aumentar el número de euskaldunes. En este último paso hacia el reconocimiento legal, su participación también ha sido necesaria, una vez más mediante ese trabajo que se esconde detrás de las bambalinas, haciendo presión a nivel estatal y local, acercándose a hablar a los diputados, que finalmente, de manera excepcionalmente numerosa, cambiaron las directivas establecidas desde su grupo parlamentario para apoyar la ley.

Ahora, una vez logrado el reconocimiento, bajo la protección y los derechos que aporta esta nueva ley, habrá que seguir negociando, ya que no hay que olvidar que se trata de una ley que ha conseguido ser votada contra la opinión y los ataques directos del Gobierno, y especialmente de su ministro de Educación Jean-Michel Blanquer. Y también habrá que seguir luchando para que este tan solo sea el primer paso de un cambio hacia el reconocimiento de las lenguas minoritarias del Estado, y para que abra el camino para convertir el euskara en lengua mayoritaria en toda Euskal Herria.