David Ozkoidi Roig
INSTITUTO SUPERIOR DE MÚSICA Y ENSEMBLE MOXOS

Música que suena a selva

Los primeros misioneros jesuitas advirtieron el talento que poseían los indígenas moxeños para la música. Haciendo uso de esta como herramienta de evangelización y comunicación con los pueblos originarios, sembraron, tal vez sin saberlo, la semilla de un árbol que hoy da frutos que saben y suenan a música. Ese árbol es hoy el Ensemble y el Instituto Superior de Música de Moxos, embajadores en el Mundo del legado en la selva boliviana.

Los cien kilómetros que separan Trinidad, la capital del Departamento del Beni, con San Ignacio de Moxos se convierten en una carrera de obstáculos que se ve modificada al son de la naturaleza. Las lluvias embarran el polvoriento camino, que se ve forzado a modificar su itinerario según el caudal del río Mamoré. Una barcaza transporta viandantes, coches, furgonetas y autobuses de una orilla a la otra de este inmenso afluente del Amazonas. Tras varias horas de viaje en medio de la selva boliviana, la pista atraviesa un poblado de casas humildes con techumbres de tejas de arcilla y hojas de motacú. La arquitectura colonial nos recuerda que estamos en San Ignacio de Moxos, capital de la Provincia de Moxos.

Situada en el norte boliviano, es uno de los centros con mayor biodiversidad natural y cultural del país sudamericano. Quizá por eso fue elegido por los misioneros jesuitas como lugar para la fundación de la misión de San Ignacio en el año 1689. En aquel contexto, los indígenas eran esclavizados por los invasores españoles y tratados como salvajes. Los misioneros los protegieron desarrollando para ello técnicas de adaptación y evangelización para estas sociedades «salvajes» y «bárbaras». En el tratado del jesuita José de Acosta “De procuranda Indorum salute” se apelaba a tratar a los indígenas como seres humanos y advertía de los peligros que para ellos suponían las hasta entonces contraproducentes prácticas evangelizadoras. Los indígenas mostraban un gran talento e interés por la música que habían importado los misioneros y estos repararon rápidamente en ese detalle, que sería definitivo para la evangelización de los pueblos originarios. De este modo, las misiones se fueron convirtiendo en protectorados para los propios indígenas y sus culturas originarias, las cuales fueron adaptando y transformando los conocimientos y cultura adquiridos de la vieja Europa. Y la música, lenguaje que todos podían entender, se convirtió en la herramienta comunicacional que los indígenas preservarían en sus comunidades durante los siglos venideros.

Comienzos del Instituto Superior de Música y Ensemble Moxos. Viva muestra de todo aquello es el patrimonio musical que se ha conseguido preservar y que hoy supone un motor económico y herramienta de empoderamiento para los indígenas moxeños. La historia de superviviencia de este legado cultural comienza con la misionera navarra María Jesús Etxarri Ansorena, quien le confesó a Enrique Jordá, el entonces párroco de San Ignacio, su sueño de celebrar la inauguración en el 250 aniversario de la primera construcción del templo, con un coro y orquesta propios, tal y como sonaron en la época reduccional. En julio de 1996, el también navarro Miguel de la Quadra-Salcedo visitó San Ignacio de Moxos, obsequiando a la monja con doce violines y ocho flautas. Su mediación también conseguiría el apoyo de la UNESCO para contratar al violinista checo Jiri Sommer, que comenzaría a enseñar técnica a los jóvenes violinistas. Asimismo, contrataron a dos luthiers madrileños que adiestraron en el arte de la lutería a Miguel Uche, indígena moxeño que hoy construye todos los instrumentos que la actual escuela y la orquesta necesitan.

Sembrada la semilla e inaugurado el nuevo templo, quisieron dar continuidad y desarrollar el proyecto musical asegurando el relevo generacional. Para ello, se incorporó la cruceña Karina Carrillo como directora de la escuela y de la orquesta. Entonces comenzaron las primeras giras y los conciertos en los festivales más importantes de música barroca, como el que dieron en el Festival de Música Barroca y Renacentista Americana “Misiones de Chiquitos” en 2002.

Pero la creación del actual Ensemble Moxos y su proyección internacional llegaría con la pianista y directora paceña Raquel Maldonado y la llegada de Taupadak, ONG de Euskal Herria. Gracias a la financiación de municipios vascos se pudieron construir las nuevas instalaciones de la escuela y el auditorio, donde los actuales alumnos y miembros del Coro y del Ensamble ofrecen sus conciertos a la gente local. En esta última etapa, a la escuela se la dotó de una estructura pedagógica que la convirtió en Instituto Superior de Música. Sus primeros alumnos, quienes comenzaron de manera precaria a recibir clases en los locales de la parroquia, pasaron a ser docentes del centro actual y son a la vez los miembros del Ensamble Moxos, que, con sus giras internacionales y la venta de los CDs y DVDs, garantizan sus propios salarios y aseguran la continuidad y gratuidad de la enseñanza musical en plena selva boliviana.

Conservación y digitalización del legado de manuscritos. En la apacible población de San Ignacio, el ganado todavía es usado como fuerza de tracción y los gallos guían su averío por la ribera de los canales que bordean las amplias calles sin pavimentar. El tiempo parece detenido en esta humilde población. Solo el ronco ruido de alguna motocicleta te devuelve al presente. Y es en la plaza 31 de Julio donde uno regresa con la imaginación a tiempos pasados, transportado por la tradicional arquitectura misional del templo de San Ignacio. En una de las estancias del edificio, construido íntegramente con madera de tajibo, se encuentra la sala de conservación y digitalización del archivo de manuscritos que han sobrevivido al paso de los siglos. Desde el Instituto de Música se impulsó la recopilación de las partituras, instrumentos antiguos y otros materiales folclóricos para su conservación. El archivo, todavía hoy en crecimiento, es restaurado y conservado así como digitalizado y devuelto a sus comunidades indígenas originarias en formatos actualizados para que puedan seguir disfrutándolo y perpetuándolo en sus fiestas y tradiciones. En esta tarea de investigación se ha documentado el mayor archivo de música misional barroca de Sudamérica con miles de partituras, algunas de la época de las misiones y otras más actuales, que fueron reescritas por los propios indígenas para su reinterpretación. Evidentemente, la fusión de la música tradicional indígena con la barroca ha sido habitual y ese mestizaje es el que le aporta al Ensemble Moxos una esencia singular, única.

Otra de las instituciones que se conserva desde tiempos misionales es el Cabildo Indígena. Es el gobierno y lugar de reunión de las diversas tribus indígenas que viven en el entorno de San Ignacio y que hoy en día vela por la defensa de los derechos y tradiciones, y debate para la solución de los problemas de las comunidades indígenas.

Polémica carretera del TIPNIS. Una de las recientes tareas de defensa de los derechos de los indígenas está íntimamente ligada a la oposición al proyecto de construcción de la carretera que uniría San Ignacio de Moxos con Villa Tunari, también conocida como carretera del TIPNIS, acrónimo de Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure, una de las regiones con mayor biodiversidad mundial y hábitat de una gran cantidad de tribus originarias. Este proyecto, que afecta especialmente a la gente de San Ignacio por ser la única carretera que uniría esta zona aislada con el altiplano, es a su vez una amenaza para los indígenas que viven en esa zona y para su biodiversidad.

Las constantes protestas y las internacionalmente conocidas «marchas» que los opositores a este proyecto han realizado durante largos periodos de tiempo caminando hasta La Paz, han conseguido frenar temporalmente el desarrollo del mismo. Asimismo, consiguieron que el presidente de la nación plurinacional, Evo Morales, decretara el TIPNIS como zona «intangible», atributo que ha ido modificando aleatoriamente con los sucesivos contextos e intereses políticos por los que ha pasado el país. Aunque el aislamiento de esta zona es reconocido, la carretera facilitaría la explotación y extracción de madera, materia prima mineral y petróleo, que se encuentran de momento protegidos junto a los pueblos que habitan allí desde tiempos inmemoriales.

Trabajo social. Ya en el siglo XVI, los invasores españoles expoliaron casi toda América explotando los recursos naturales entonces conocidos y extinguiendo buena parte de las tradiciones vernáculas del nuevo continente. No obstante, es irónico que entre aquellos invasores, entre los que había muchos vascos, se encontraran los que a la postre iban a velar por los intereses de los indígenas. Aprenderían sus lenguas y culturas, y los protegerían de los esclavistas que trataban a los indígenas como animales.

El padre Cipriano Barace, nacido en 1641 en Izaba (Nafarroa), fue uno de los jesuitas que entabló una fuerte amistad con los oriundos selváticos. Fundador de Trinidad, capital de la provincia del Beni, fue quien introduciría el ganado, principalmente vacuno, en esta zona para favorecer el desarrollo de sus amigos indígenas. Es curioso observar cómo hoy, los pequeños ganaderos del Beni se han agrupado creando un movimiento anti-globalización al que han denominado Fundación Cipriano Barace.

Y es que todo ese legado colonial está presente en la vida actual de Bolivia, especialmente en las zonas amazónicas, donde las estructuras sociales y culturales de vieja matriz colonial, patriarcalista y patrimonial, son todavía gobernadas por una élite «carayana», que son los descendientes de europeos. Esta lucha de empoderamiento, ya no solo de los indígenas, si no también de la mujer, es una de las más importantes que lleva a cabo el Instituto de Música y el Ensemble. Ellos fueron los primeros en dar educación musical y general gratuita a los niños y niñas del municipio, y también fueron los primeros en poner a una mujer al frente de la dirección de la orquesta, una rara avis en la Bolivia de no hace tantos años.

Todos los miembros del Ensamble son multi-instrumentistas y sin diferencia de sexo o edad desempeñan distintas tareas e interpretan diferentes papeles. Raquel Maldonado, la directora, apunta que «las chicas reciben del entorno la educación patriarcal y machista con la que crecen». La escuela de música les da otra visión más equitativa donde mujeres y hombres pueden tocar el violín, no como en la época jesuítica, en la que solo los varones hacían la música. Así lo corroboran algunos de los componentes del Ensamble pertenecientes a la primera promoción, como Alcides Limaica, organista del Ensemble, quien afirma que «un niño que está en la escuela de música se diferencia mucho de uno que no está en ella. La música le enseña disciplina, además de pasarlo bien». Claudio Teco, violinista, destaca la falta de reconocimiento que los moxeños tienen por la labor de la escuela, que tanto se valora en el extranjero. «Yo creo que el aporte que hacemos a la cultura es muchísimo y la gente lo aprecia, aunque en el pueblo lo aprecian muy poco», señala.

Este trabajo que realizan en silencio y con gran perseverancia se debe al hecho de saber la importancia que todo ello ha tenido en sus vidas y el potencial en el devenir de una comunidad que muy lentamente amanece de la larga noche de ignorancia y menosprecio a la que ha sido sometida.

Toño Puerta, el irundarra que desde la creación del Ensemble es el presidente y productor general de sus giras, asegura que «los músicos del Ensamble podrían estar mejor pagados en otros lugares, pero les retiene el compromiso con su pueblo. Adquirieron un compromiso de fidelidad a sus raíces para salvaguardar la cultura de su pueblo. Una cultura que, como toda tradición, estaba en peligro de extinción». Celsa Callaú, soprano del Ensemble, asegura que lo que la mantiene unida al proyecto es «el amor a la música, el amor a la cultura y el amor al pueblo. Cuando nosotros viajamos, nos damos cuenta de que los únicos embajadores de esta cultura viva somos nosotros».

Aunque en los últimos años se han dado grandes pasos, en Bolivia todavía existe mucha desigualdad entre hombres y mujeres, pobres y ricos, indígenas y mestizos, niños y adultos. A ello hay que unir el aislamiento del resto del mundo que supone estar en medio de la selva, los altos niveles de analfabetismo, la herencia patriarcal y colonial, y la constante amenaza de las corporaciones transnacionales por la explotación de los recursos naturales. En todos esos frentes, la música materializa una silenciosa lucha por la defensa de un mejor futuro para la comunidad indígena boliviana.

Cuando el viajero abandona la población y continúa el único camino que la cruza, se va queriendo volver, maravillado por el talento y la humildad de sus gentes y queriendo meter en ese rincón del mundo todo el conocimiento y cultura para que se pudiera conservar durante siglos. Pero la amenaza de un desarrollo insostenible se cierne sobre sus tierras y el constante tránsito de camiones madereros deja al descubierto una realidad visible desde el cielo en forma de calvas arbóreas en la selva. La conservación de todo ello es el deseo más firme de quien tiene la suerte de verlo y escucharlo.