Raúl Zibechi
Periodista
GAURKOA

Perder sin combatir: Sun Tzu en la crisis brasileña

Hace 25 siglos en la antigua China fue escrito uno de los textos más notables sobre estrategia militar, o estrategia a secas. Sobre su autor hay pocos datos. Su nombre, Sun Tzu, y su libro, «El arte de la guerra», se han ganado un sitial de honor en la materia por su originalidad y concisión. Mao Tse Tung se inspiró en su obra, que muestra una profundidad desconocida en Occidente, cuyo pensamiento militar ha estado focalizado en la guerra de aniquilación entre dos ejércitos.

Para Sun Tzu «en la guerra la mejor política es la de tomar el Estado intacto; aniquilarlo no es más que un mal menor». Por lo tanto, «capturar el ejército enemigo vale más que destruirlo». Objetivos que recién en la última mitad del siglo XX comenzaron a ser incorporados por los estrategas occidentales.

Quizá la máxima más importante sea la que dice: «Los que son expertos en el arte de la guerra someten al enemigo sin combate».

Algo de esto está sucediendo en América Latina, y de modo muy particular en el más importante de los países de la región, Brasil, donde el Gobierno de Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores (PT) están asumiendo el programa de la derecha sin ofrecer resistencia. ¿Cómo se llegó a esta situación?

Hasta ahora la derecha, apoyada económicamente en el capital financiero, socialmente en las clases medias y políticamente en los grandes medios de comunicación, venía propiciando la destitución de Dilma por la corrupción detectada en los contratos entre la estatal Petrobras y un conjunto de empresas constructoras. La crisis económica y el ajuste fiscal que está imponiendo el Gobierno hacen el resto, llevando la popularidad de la presidente a un magro 7%.

Durante el mes de agosto sucedieron varios hechos que modificaron a fondo el panorama político brasileño. El gran empresariado optó por no derribar a Dilma, pero el precio es que el Gobierno acepte un conjunto de medidas que se denominan Agenda Brasil, que contiene todo lo que la derecha neoliberal pretende.

El 23 de agosto el diario “Folha de Sao Paulo” publicó una larga entrevista a Roberto Setubal, una de las voces más influyentes del empresariado brasileño, presidente de Itaú Unibanco. Vale recordar que durante la campaña electoral su hija, Neca, apoyó a Marina Silva lo que le valió críticas muy fuertes del PT y de la central sindical CUT.

En la entrevista Setubal no ahorró elogios hacia la presidenta y rechazó de plano la destitución (impeachment). «Nada de lo que vi o escuché hasta ahora me hace pensar que haya condiciones para un impeachment», dijo el presidente del principal banco privado de Brasil: «No hay ninguna señal de que ella esté involucrada en casos de corrupción». Por el contrario, asegura que «Dilma permitió una investigación total sobre la corrupción» (“Folha de Sao Paulo”, 23 de agosto de 2015).

El líder de la banca se mostró crítico con lo que está haciendo el Congreso y dijo: «Lo que está faltando discutir es el país. Hay gran discusión sobre el poder pero poca sobre el país», añade el banquero. Pero el punto clave es que considera su afirmación de que la destitución de Dilma «crearía una inestabilidad ruinosa para nuestra democracia».

Sus palabras fueron recibidas con beneplácito por el gobierno y por el PT, que las difundió en un cartel digital. La pregunta es: ¿por qué la gran burguesía brasileña decidió que Dilma llegue hasta las elecciones de 2018?

A mi modo de ver, hay tres razones para ello. Una es que la apuesta por la destitución no es segura, no solo porque puede salir mal, ya que puede tener costos políticos muy altos. Por ejemplo, reacciones no previstas por parte de los sectores populares que se han beneficiado de las políticas sociales de los cuatro gobiernos del PT.

Dos, que el fin de la hegemonía petista, que parece evidente, no será sucedido por ninguna hegemonía alternativa. Por el contrario, se adivina un período complejo de disputa entre las tres principales fuerzas del país: el PT, la socialdemocracia de Fernando Henrique Cardoso (PSDB), con fuerte sesgo neoliberal pero con escaso apoyo popular fuera de las clases medias del sur y sureste, y el centrista y pragmático PMDB, que hasta ahora ha sido base de apoyo de los gobierno de Lula y Dilma, cuyo principal objetivo son los cargos de gobiernos federal y de los estados.

Tres, la máxima de Sun Tzu: no derrotar al adversario sino doblegarlo sin guerra, sin pelea. En este sentido, la confrontación corre el riesgo de generar inestabilidad que, en opinión de Setubal, sería ruinosa para su clase social porque Brasil ingresaría en un período de dudosa gobernabilidad. Como se sabe, el capital no solo no tiene patria sino que es profundamente cobarde, teme la inestabilidad.

Como parte del proceso para someter al PT, en agosto fue presentada por el presidente del Senado la Agenda Brasil, que supone enterrar el hacha de guerra. La agenda contiene 27 propuestas, entre ellas la privatización del Sistema Único de Salud, el aumento de la edad jubilatoria, regularizar la tercerización laboral, revisar el marco jurídico de los territorios indígenas, plazos más breves para otorgar licencias ambientales y poner fin al Mercosur. Una agenda neoliberal que en principio fue aceptada por Dilma.

No es la primera vez que esto sucede. Todo lo contrario; la opción predilecta de las clases dominantes es que los partidos que dicen representar a los sectores populares se encarguen de las medidas más duras contra esos mismos sectores. Manuel Monereo califica este tipo de viraje político, que puede ser aplicado tanto a Syriza como al PT, como «transformismo», concepto que define como «instrumento para ampliar la clase política dominante con los rebeldes» (“Rebelión”, 25 de agosto de 2015).

América Latina está en una encrucijada histórica, como señala el economista Oscar Ugarteche. El ciclo económico cambió drásticamente y se acabaron los tiempos de bonanza. «Lo importante es que tomen nota todos de que los precios de las materias primas han recuperado su nivel histórico y que no hay crecimiento significativo ni en Europa, ni en Estados Unidos ni en Japón y que China crecerá, pero más lentamente en el largo plazo. Encima, parece haber un problema financiero internacional de grandes dimensiones que nuevamente ronda», dice el economista (“Alai”, 25 de agosto de 2015).

Lo que nos dice es que entramos en un período nuevo, de inestabilidad y crisis económica, de estancamiento y retroceso. Ya no será posible seguir bajando la pobreza sin tocar la desigualdad y la concentración de riqueza, porque los superávit fiscales y comerciales se terminaron. Ante las izquierdas quedan solo dos caminos: o luchar contra la desigualdad con reformas estructurales, o plegarse a los dictados de los poderosos.

El PT de Brasil nunca encaró una reforma agraria, que le viene demandando el Movimiento Sin Tierra desde hace años. Tampoco puso en marcha impuestos que graven las rentas o una seria reforma urbana. Es evidente que si no lo hizo en los períodos de bonanza, menos aún podrá hacerlo ahora. Los cuadros del partido, dirigidos por Lula y Dilma, optaron por conservar los cargos hasta 2018, con la esperanza de ganar las elecciones, antes que emprender un combate frontal contra la brutal concentración de riqueza.

En mi opinión, ha primado el temor a las masas en las calles. En junio de 2013, cuando millones salieron a protestar contra la desigualdad, los cuadros del PT retrocedieron asustados. Podían haberse puesto a la cabeza de las protestas. Eligieron el peor camino: criticar a los millones de jóvenes porque, decían, le hacen el juego a la derecha. Ahora ya es tarde: no pueden salvar el proyecto de cambios y apenas atinan a conservar las poltronas.