Jesús González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe
GAURKOA

Tiempos sin paradigmas

El mundo está cada día más inmerso en la vorágine de la guerra que se expande por más y más territorios del planeta. Tras los atentados indiscriminados de París, Europa descubre la cara más feroz de esa guerra que tanto ha ayudado a encender y expandir en Oriente Medio y Africa. Y como en las redes sociales se denunciaba, «ellos hacen las guerras y nosotros ponemos los muertos». Evidentemente con ese «ellos» la referencia directa es hacia las élites políticas y económicas europeas principalmente.

Pero sobre todo esto se ha escrito mucho en estas semanas y, posiblemente se seguirá haciendo en las venideras. Por eso la necesidad de girar la mirada hacia otros territorios que hoy, en gran medida, se orientan en caminos inversos a la guerra y destrucción; tierras en las que hoy se trabaja, se reflexiona y se construyen otros modelos alternativos al dominante. A ese que nos demuestra permanentemente que la búsqueda a cualquier precio del máximo beneficio y el intento por sostener su dominio absoluto en el mundo no trae a este sino muerte y destrucción. Muertes de personas, no solo en París, sino también en Palestina, no solo en Madrid, sino también en Siria o Mali, en Irak y en Nigeria, y en tantos otros países de África que casi no sabemos de su existencia y menos ubicar en el mapa del continente.

Destrucción del planeta también a través del extractivismo más salvaje que destruye montañas enteras o contamina ríos, reflejo de un modelo de desarrollo que, a pesar de sus evidentes consecuencias negativas, esas mismas élites políticas y económicas siguen alimentando. Así, aunque el cambio climático, por ejemplo, ya es una evidencia más, consecuencia directa de este modelo, las verdaderas medidas que lo frenen siguen sin adoptarse o, si se adoptan, se verán incumplidas sistemáticamente hasta que las consecuencias más graves sean irreversibles. Claro que en esos momentos, estas recaerán una vez más sobre las grandes mayorías (posiblemente con mayor intensidad, una vez más, sobre las mujeres), mientras las élites seguirán disfrutando de su altísimo nivel de vida. Y precisamente por eso no tomarán medidas radicales, porque saben que la única posible para cambiar la tendencia climática y la de la destrucción de la tierra es la transformación profunda del modelo de desarrollo económico y eso supondría la alteración profunda de su modelo de dominación económico, social y político.

Por todo ello, como decíamos anteriormente, girar la mirada es bueno; hacia América Latina. Cierto, un continente atravesado todavía por conflictos sangrientos como Colombia o la casi guerra continua que sufre la población en México; un continente, donde las consecuencias más duras del neoliberalismo siguen siendo sufridas por las grandes mayorías en muchos de estos países (Guatemala, Honduras, Perú). Un continente donde la guerra económica y mediática (Venezuela, Brasil, Argentina) contra estos procesos hoy está en su máximo apogeo y empieza a cosechar resultados favorables para la neoderecha neoliberal. Pero un continente con intentos profundos de transformación, que también sufren las contradicciones propias de procesos en construcción para los que no hay modelos a seguir y que se ven, evidentemente, presos del sistema globalizador, de forma especial en los ámbitos productivo-económicos.

A pesar de todo ello, un continente que trata de resolver conflictos armados, no con su agravamiento, más guerras o golpes de estado, sino con diálogos y conversaciones de paz, como en Colombia. Todo un ejemplo para algunos países europeos que se pretenden grandes y pacíficas potencias. Un territorio donde se busca construir nuevas sociedades verdaderamente democráticas en su sentido más amplio, de participación y protagonismo social y no solo en el carácter representativo electoral (democracismo). Países en los que también se aspira a articular diferentes modelos de economía para conseguir la innegociable mejora de las condiciones de vida de las mayorías, a través de una más justa redistribución de la riqueza. Espacios en los que se trabaja por recuperar radicalmente los derechos de las mujeres para avanzar en auténticos territorios de igualdad donde la despatriarcalización junto con la descolonización sea algo más que simple eslogan.

Y todo ello, conscientes de que estos caminos largos no se recorren en los breves tiempos que nos impone la democracia representativa; es decir, la legislatura político-institucional. Construir todo lo anterior y mucho más debe ser resultado de otros tiempos, otras formas de medir estos, pero también de estructuras y estrategias diversas no basadas únicamente en la campaña y el voto.

Y la sumatoria de lo anterior habla de nuevos paradigmas como modelos de construcción de sociedades diferentes, frente al vacío del tiempo sin paradigmas que hoy es Europa y que nos ofrece el sistema neoliberal dominante.

Recientemente, en un encuentro internacional de organizaciones indígenas de todo el continente, celebrado en el territorio mapuche (estados chileno y argentino), precisamente una autoridad de este pueblo expresaba este ofrecimiento que viene de pueblos que han sabido mantener, a lo largo de los siglos y a pesar de la dominación colonial, esos paradigmas de vida políticos, sociales y económicos diferentes. Y esto, a pesar también del desprecio del mundo que se hacía llamar civilizado y que hoy encarna el modelo dominante y se llama moderno, pese a estar cada día más envuelto en nuevas guerras sin sentido, salvo el de demostrar su autoridad y poderío; claro que a esto no se puede denominar como «con sentido», sino demostración precisamente de la pequeña evolución intelectual de la élite política y económica que encarnan. Por eso, en parte, los pueblos indígenas y sus alternativas siguen siendo invisibles en gran medida. Como subrayaba esa autoridad antes aludida, «dicen que hace más de 500 años que nos descubrieron, pero la realidad es que todavía no nos descubrieron. Quizás descubrieron nuestra fuerza de trabajo para explotarla, quizás nuestras aguas y ríos, quizás nuestras montañas y recursos naturales, pero todavía no nos descubrieron como personas, como pueblos con derechos». Dura cita que pone en clara evidencia la visión ideológica de quienes pretenden seguir siendo referente civilizatorio, sin abrir caminos verdaderos a un combate profundo y radical para salvar al planeta de la destrucción, o al ser humano de la guerra.

Porque también esa base ideológica que el sistema dominante pretende extender pasa por desconocer al otro, al diferente y, sobre todo, cuando éste tiene propuestas evidentes para mejorar las condiciones de vida de las mayorías y no solo de la minoría. Por eso, hacia el exterior se extiende una mirada de desconocimiento del otro, cuando no de directo repudio, caldo de cultivo perfecto para la guerra. Y hacia el interior del modelo, y de forma complementaria, se pretende como principio el hecho de la despolitización de la sociedad como resultado buscado del cansancio de ésta ante la no resolución de los problemas más profundos de dicho sistema. El «todos son iguales» es un sentimiento y convencimiento alimentado, conscientemente buscado, por el sistema para que este pueda mantener su dominio incontestable. Por eso, junto con esos otros modelos en construcción, indígenas, feministas, sociales y populares, sostenemos que la despolitización de la sociedad debilita automática y profundamente las posibilidades de la transformación potencial de las sociedades, no solo de América Latina, no solo de los llamados países del Sur, sino también de los países del Norte.