Juan BLANCO PRADA
GAURKOA

Brasil, de golpe en golpe (1964-¿2016?)

Los golpes de Estado nunca ocurren en un día, por mucho que tengamos la tendencia a atribuirles fecha. El  31 de marzo de 1964 (fecha del golpe militar en Brasil), en realidad empezó en 1961 (o 1954, según se mire). El 11 de septiembre de 1973 en Santiago empezó en 1970. El 18 de julio de 1936 empezó en 1934 y sólo acabó en 1939.

El proceso golpista avanza. Parece moverse entre la cámara lenta y el torbellino. Nunca lo había vivido desde dentro. Este empezó en algún momento de 2014, cuando un juez de provincias detuvo a un lavador de dinero, o quizás de 2013, cuando la derecha secuestró temporalmente las manifestaciones de junio.

Está a punto de concluir. Puede que nuestro lado logre detenerlo, pero me parece casi imposible.

Sin embargo, peleamos.

Este golpe es diferente de aquél. Este será dado bajo el manto de la ley. Sin tanques, al menos al principio. Ley aplicada selectivamente, claro. Bajo el lema «no viene al caso». Que es lo que responde el execrable juez Moro ante cualquier prueba o indicio que exculpe al PT o inculpe a los golpistas.

Que el piso de Lula no pertenece a Lula, no viene al caso. Que todas las empresas que donaban dinero (legal) a las campañas del PT también donaban, y en mayor cantidad, a la derecha, no viene al caso. Que todas las pruebas aportadas hasta el momento implican fundamentalmente a políticos de la derecha, no viene al caso. Que Lula ya fue interrogado media docena de veces, todas sus cuentas investigadas, que esté bajo la lupa desde hace once años, y que ninguna prueba de enriquecimiento ilícito o financiación ilegal haya aparecido, no viene al caso.

¿De qué se le acusa? De cobrar cien mil dólares o más por dar charlas a lo largo y ancho del mundo, como corresponde a un personaje de su talla política. De haber intervenido para obtener contratos para empresas brasileñas en el extranjero cuando era presidente (en serio). De haber comprado una barca de lata de mil euros para la finca de un amigo donde suele pasar vacaciones y festivos. De haberse comprado un piso modesto en la ciudad donde siempre vivió. Incluso se le acusa de NO tener un piso en la playa. Eso mismo, la acusación es que al vender su participación en un piso, en realidad estaba ocultando bienes. Se le acusa también de obstrucción de la justicia. Fundamentalmente por defenderse.

¿Quién le acusa? Un juez de provincia que en 2004 había escrito un artículo sobre la operación Manos Limpias. En el que viene a decir que el combate a la corrupción requiere la destrucción de las instituciones políticas y que para ello es necesario saber emplear los medios de comunicación.

Un juez al que no le importa hacer añicos la ley y la constitución en su cruzada anti corrupción (selectiva, por supuesto). Que encarcela de forma preventiva a personas que no suponen riesgo para nadie ni piensan escapar ni nada de nada, por meses y años, con el único objetivo de hacer que colaboren con la investigación. Que instala escuchas en los locutorios de presos y abogados. Que produce filtraciones sistemáticas de un sumario que él mismo declaró secreto. Que se sirve de un equipo de inspectores de policía cuya actividad política en favor del PSDB y en contra del PT es notoria y pública. Que en 2013 ya publicaba vídeos en los que hacía prácticas de tiro sobre fotos de Dilma Rousseff.

Ymientras el juez criminal implementa su estrategia pseudolegal, el otro brazo, el mediático, implementa la suya. Alimenta el odio. Pura y simplemente.

El PT es una organización criminal. Lula es un criminal. Dilma es una criminal. Comunistas. Ladrones. Chavistas. Terroristas. Un día y otro día y otro y otro. Por la mañana, por la tarde, por la noche y de madrugada. Repite la mentira mil veces y será tomada por verdad. Las manifestaciones de un lado son democráticas y patrióticas. Las del otro son violentas, peligrosas, buscan obstruir la justicia.

Nuestra bandera es la verde amarilla de Brasil, la de ellos la del comunismo, roja. Y empiezan los insultos a la gente por vestir una camiseta roja.

Y los insultos se vuelven amenazas. Y las amenazas, puñetazos. Y los puñetazos, pedradas y bombas caseras a las sedes del PT, de los sindicatos... Y la policía de Sao Paulo, sede del fascio, protege las manifestaciones de los «indignados», mientras invade reuniones privadas del PT e identifica a los presentes, porque sí.

Vivo en una ciudad pequeña y pacata. La lucha política es tranquila y los adversarios enconados desayunamos todos en la misma panadería...

Pero ya no logro hablar de política en la escuela de mi hijo pequeño porque temo como eso puede repercutir en sus relaciones con otros niños. Los chicos de su clase tienen 9 y 10 años. Seguramente no se preocupan mucho de eso, pero repiten lo que oyen en casa. Muchos pertenecen a la clase media blanca, liberal, que consume masivamente lo que producen los medios. Espero con angustia el día en que el niño vuelva a casa para contarme que uno de sus amiguitos le dijo que su padre es un corrupto, un ladrón, un terrorista.

Mañana cumple 79 años mi padre. Que se vino a Brasil en 1961 porque era hijo de un rojo notorio, y conoció a mi madre, que era nieta de otro rojo notorio, que había muerto en 1934 en Ferrol. Que se casaron un 1 de abril de 1964, cuando los tanques ocupaban las calles de São Paulo y Rio y Jango Goulart huía a Uruguay. Y que en plena dictadura recaudaban fondos para los presos españoles, e inauguraban un monumento a García Lorca que luego volaría una bomba del Comando de Caza a los Comunistas, y que pintaban una copia del Gernika de Picasso en las paredes del Centro Democrático Español, y hacían música y teatro popular, y que recibían y alojaban en nuestra casa a exiliados argentinos y chilenos que huían del horror. Que desde pequeñito me enseñaron que lo que se dice en casa no se repite en la calle. Que la historia que te enseñan en la escuela es mentira, pero tienes que aprenderla igual y fingir que te la crees.

Que no se le puede decir a nadie quiénes son las visitas que vienen a casa o de qué hablan. Que «el partido» es una organización de personas que quieren cambiar el mundo, pero que de eso tampoco se habla fuera de casa. Que a papá se lo llevaron los policías que revolvieron la casa y rompieron los muebles porque un vecino contó algo de esas reuniones, pero que no me preocupe porque volverá pronto. (Volvió, el mismo día, o al siguiente, no recuerdo). Que todavía recuerdo la cara de dos de los tres policías que dieron una paliza a «dona» Helena (la mujer que nos cuidaba).

Que la policía no es tu amiga.

Si en 1980 me hubieran dicho que en 2002 habría un gobierno de izquierdas en Brasil, me hubiera muerto de la risa. Tampoco me lo creería si en 2002 me hubieran dicho que en marzo de 2016 iba a sentirme como en marzo de 1964.

El 13 de marzo de 1964, 150 mil personas se juntaron en Rio para oír a Jango Goulart desafiar el golpismo y dar un giro a la izquierda. El 19 de marzo, un número similar de personas, sólo que más blancas y más pudientes, salieron a la calle en Sao Paulo, en la Marcha de las Familias con Dios por la Libertad y Contra el Comunismo. En la noche del 31 de marzo (de hecho en la madrugada del 1 de abril), los tanques sustituyeron las «familias».

Se invierten las fechas, poco más. El 13 de marzo ha salido a la calle el fascismo. El 18 de marzo hemos salido a la calle los otros.

Que no caigan las tinieblas. Y que si caen, que la noche que se avecina no dure 21 años como la última.