Maite Barreña
Feminista y militante de la izquierda abertzale
KOLABORAZIOA

De la participación política de las mujeres a la práctica feminista

Suele ser habitual en procesos previos a unos comicios el debate sobre la presencia de mujeres candidatas en las listas electorales, cargos de responsabilidad política y formación de gobiernos; a fin de cuentas, es en estos procesos (además de en la conformación de direcciones políticas) cuando los partidos políticos se retratan en cuanto a la participación política de las mujeres se refiere.

Me resultan aburridos los comentarios sobre la dificultad de «incorporación» de las mujeres en las listas electorales, y poco resolutivo y corto de miras el cargar la responsabilidad de estas dificultades en las propias mujeres. Sí, hablo de «incorporación» porque es desde este planteamiento desde donde se inicia el error de partida que cometemos.

Se entiende la Política como un espacio de juego ya definido con reglas inamovibles ya establecidas, al que se nos invita buenamente a las mujeres a «incorporarnos». Se nos invita y se nos llama a las mujeres a ajustarnos a lo que existe, a dar por bueno un sistema que invisibiliza y esconde partes esenciales de la vida de las personas (responsabilidades de cuidado e intendencia, maternidades, paternidades, etcétera), se nos invita a dar por bueno un sistema discriminatorio y asimétrico que nos frustra y maltrata, un sistema que nos sitúa en la tesitura de elegir entre compromisos militantes y compromisos personales.

Hacemos norma de un estilo androcéntrico de hacer y entender la política y nos extrañan las dificultades que las mujeres manifestamos a la hora de tomar parte en este sistema. Lejos de hacer un análisis serio de las razones, dificultades y contradicciones que las mujeres manifestamos, las prisas y otras prioridades nos alejan de la bús- queda de soluciones estructurales que naturalicen y normalicen la presencia de mujeres en política.

Es prioritario, desde mi punto de vista, una visión crítica de las formas de hacer política; es urgente y necesaria una revisión del concepto de militancia, una revisión que sitúe a las personas y a la vida en el centro; es inaplazable situar la aportación de las personas a la política en términos ilusionantes, para no vivirla en términos de renuncias personales; debemos construir un modelo nuevo, justo, vivible, flexible, comunitario y empoderante.

Solo desde este cambio de modelo podremos garantizar una presencia y permanencia de las mujeres (y de los hombres), ilusionante y (por qué no) placentera, tenemos que aspirar al placer de participar en política a la ilusión de la aportación colectiva, a la sonrisa del compromiso.

Pero… debemos aspirar a más, tenemos el reto de socializar la práctica política feminista, tenemos que recorrer el camino de la corresponsabilidad feminista en la puesta en práctica de políticas feministas, y será desde esta corresponsabilidad desde donde además de conseguir paridad en relación a la presencia de mujeres y hombres aspiremos a que la práctica política feminista sea transversal en contenidos y en sujetos.

Seamos ambiciosas y ambiciosos, y vayamos más allá, garanticemos formación y compromiso feminista a hombres y mujeres, garanticemos la presencia de las propuestas feministas en las agendas políticas; apostemos por un cambio social real donde la mejora de vida de unas personas no sea a costa de otras.

Sistematicemos el poner cara a las políticas, aprendamos a prever las consecuencias que las políticas públicas tienen en las personas, en las mujeres y en los hombres, tengamos visión integral de la vida y por consiguiente de las políticas.

Estoy absolutamente convencida de que incorporar el saber hacer de las mujeres a la práctica política es innovación social, es pensar en comunidad, es pensar en colectivo. Estamos (las personas) tan colonizadas en pensamiento e ideología patriarcal que olvidamos quiénes fueron, quiénes somos y quiénes serán. Olvidamos que la política debe hacer referencia a lo público y a lo privado, olvidamos que lo personal es político.

Tenemos un apasionante camino por recorrer, tenemos el reto de transitar a un modelo nuevo, pero no nos engañemos, este cambio de paradigma nos sitúa en el debate de la renuncia de privilegios, en el cambio de las relaciones de poder, en la construcción de un nuevo modo de entender la participación en política y sobre todo nos sitúa en la necesidad de poner a las personas y el buen vivir (en términos comunitarios y de sostenibilidad) en el centro.