Beñat ZALDUA
BILBO
Elkarrizketa
BRAULIO GÓMEZ FORTES
INVESTIGADOR DE LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO

«Los referéndums no son mágicos, hay que crear las condiciones para que funcionen»

Braulio Gómez coordinó, junto a Joan Font, el libro “¿Cómo votamos en los referéndums?”. Una obra que arroja luz sobre el comportamiento ciudadano en los plebiscitos, herramienta democrática imperfecta que, recuerda, «no se puede controlar».

A Braulio Gómez, Doctor en Ciencias Políticas, le apasionan los referéndums. Los ha estudiado del derecho y del revés y, aunque los defiende como herramienta muy válida, insiste en desmontar algunos tópicos que los presentan como una solución mágica.

Brexit, Colombia, Hungría... aquello de que los referéndums se convocan para ganarlos no parece muy cierto.

El mito tiene sentido, porque todos los gobiernos, cuando ponen en marcha un referéndum, creen que van a poder controlarlo. Pero lo cierto es que en el 47% de los referéndums celebrados en Europa desde 1945, los convocantes han perdido. Así que tampoco es un escenario tan novedoso ver a un Gobierno perdiendo un referéndum. Cuando se lanza se piensa que es un arma política controlable, pero no hay quien controle a los ciudadanos y a las urnas.

En plena crisis de las instituciones representativas, se ha tendido a presentar el referéndum como una solución mágica para garantizar la participación de la gente. ¿Es cierto?

El debate entre democracia participativa y democracia representativa siempre ha estado abierto, pero siempre eran minoritarios los argumentos a favor de la democracia participativa. Con la crisis de representación de las instituciones de toda Europa, incapaces de dar salida a la crisis económica, parecía que se abría la puerta para que la democracia participativa cobrara un mayor impulso, pero ¿qué ha pasado? Que en los referéndums y en otras iniciativas populares llevadas a cabo, también en las dinámicas internas de los partidos, no ha explotado la participación. Entonces llega la paradoja: se empieza a avanzar hacia esa solución que podría estar en la democracia participativa, pero de repente el protagonista, el pueblo, ya no está. Llevan tiempo analizándolo en Suiza, donde en la mayoría de consultas no llegan ni al 50% de participación. En otros lugares de gran tradición consultiva como Irlanda o el Estado de California, el desfase entre la participación en unas elecciones legislativas y en un referéndum también es grandísimo. Así que, no parece que la solución automática a la crisis de representación pase por abrir directamente a los ciudadanos ese proceso de toma de decisiones. Todo es bastante más complejo.

Antes de seguir, una cuestión de principios: ¿Se puede someter todo a un referéndum? ¿Se puede dejar en manos de la ‘tiranía de la mayoría’ absolutamente cualquier decisión que afecte a la vida pública?

Lo que está estudiado es que hay unos temas, los relacionados con valores, que no se resuelven con referéndums, ya que no sirven más que para enconar las posiciones y polarizar la sociedad. Por ejemplo, el matrimonio homosexual, el aborto o la eutanasia. Sobre el resto de temas, por supuesto que se pueden abrir a los referéndums. Lo que hay que hacer es informar bien y crear las condiciones para que funcionen.

Socialmente, los referéndums están muy bien vistos. En la academia, sin embargo, tenéis más discusiones. ¿Qué peros se le pueden poner?

A mi me da mucha rabia porque a veces coincido en la misma pancarta con gente con la que no compartiría un modelo de sociedad. Me explico: los creyentes de que la democracia representativa será, en cualquier circunstancia, el mejor sistema, siempre han utilizado contra el referéndum el argumento de que el pueblo es tonto. Más tonto al menos que los expertos o que la élite representativa y que, por lo tanto, con el referéndum la calidad de la toma de decisión baja. Ese argumento se impone sobre aquellos que defendemos que, efectivamente, los referéndums tienen muchas desventajas en la práctica actual, pero sin embargo no renunciamos al ideal. Yo te puedo hablar de muchas desventajas, pero eso no quiere decir que crea que los referéndums sean malos como instrumento para mejorar la toma de decisiones y la representación. Al contrario.

Dicho esto, el problema de los referéndums en la práctica es que no responden al modelo ideal. Para empezar, porque nunca desaparecen los actores representativos; los partidos, los gobiernos y las instituciones siguen siendo los grandes protagonistas, y los ciudadanos, muchas veces, votan según la posición que les fija su partido, su gobierno o un líder popular. Sin leerse el contenido, fijan su posición con instrumentos de la democracia representativa.

A la hora de decidir el voto, por tanto, ¿qué diferencia hay entre un referéndum y unas elecciones ordinarias?

No hay un salto en el que aparezca un pueblo organizado a través de plataformas o una sociedad civil independiente de los instrumentos de representación. Lo que hay es una continuidad brutal de la democracia representativa. Y uno de los efectos es que crece la desigualdad, porque las personas con menos recursos, con menos conocimiento, suelen tener más miedo a la urna de un referéndum. El resultado es que los pobres votan menos en un referéndum que en cualquier elección legislativa.

Entiendo que eso está estudiado y demostrado.

Eso está estudiado y demostrado. Por lo tanto, si nos preocupa la igualdad en la representación, creo que tenemos un problemilla grave aquí.

¿Se suelen cumplir los requisitos de neutralidad e información necesarios para crear un debate en condiciones?

Para nada, no se respetan las condiciones de un debate ideal en el que todos los mensajes aparecen con igualdad de condiciones en la esfera pública. En Colombia había una desinformación brutal y eso hizo que la abstención creciese. Claro que tampoco ayudó que en el partido del Sí apareciesen voces discrepantes o ambiguas.

¿Cómo influye que un partido no tenga una posición clara?

La identificación partidista funciona muy bien cuando es coherente y el partido está cohesionado. La ambigüedad despista y crea cortocircuitos en el votante, y cuanto más sofisticadas sean las explicaciones, el ciudadano con menos recursos más se descolgará. Mira lo que ocurrió en el referéndum del Estatut en Catalunya, ERC primero fue a muerte con la mejora del autogobierno y de repente dijo que había que votar que No, de manera que el votante medio quedó totalmente descolocado.

Estamos ante otra paradoja: en un escenario ideal, los partidos deberían desaparecer de una contienda refrendaria; pero en la práctica, su papel resulta fundamental.

Así es. Los partidos son muy necesarios para la participación y en lugares como este, donde tienen monopolizada la representación, son vitales para ejercer de banderín de enganche. Lo ideal sería que se escondiesen y apareciesen plataformas que no estuvieran marcadas por una posición previa. Pero esas plataformas no te las puedes inventar el día del referéndum, requieren un trabajo previo.

El problema entonces no parece que sea tanto la herramienta utilizada, el referéndum, sino las condiciones previas.

Hay que cuidar otras cosas, y hay que crear las condiciones para que la herramienta funcione. Hay que crear y alimentar ese capital social que no es artificial, que tiene que ver con cultura política y que en unos países tiene más peso que en otros.

También hemos visto cómo, más allá de la cuestión sometida a votación, los referéndums sirven para castigar a quien los convoca. ¿Cómo evitar eso?

Eso es lo más grave y lo más complejo de evitar. Es muy difícil que un referéndum no se vea contaminado por el contexto y por la situación de quien lo convoca. ¿De verdad la mayoría de colombianos votaron a favor de la guerra? ¿O muchos votaron en contra de Santos?

Vimos a muchos arrepentidos tras el Brexit...

Suele ocurrir cuando el referéndum no es competitivo, es decir, cuando las encuestas dibujan que ganará fácilmente una de las opciones en juego. La competitividad es muy importante para la participación. Pasó en el Bréxit y ahora en Colombia, donde si te fijas ya están surgiendo grupos que tratan de articular la mayoría social a favor de la paz. En definitiva, a organizarse como pueblo. Es lo que intentaba explicar antes sobre la crisis de la democracia representativa: más allá del referéndum, quizá hay que buscar otras formas de expresión. Es curioso, pero un referéndum muchas veces no refleja la posición real de una sociedad. La excepción suelen ser los referéndums de independencia, en los que no funciona un voto de castigo contra otro Estado; se trata simplemente de un pueblo decidiendo si quiere convertirse en Estado.

Ya que estamos, Catalunya ha anunciado un referéndum para setiembre de 2017. ¿Ves posible realizarlo con garantías de forma unilateral y con el Estado en contra?

Si hablamos de las garantías ideales que debe cumplir una consulta y te encuentras con que una parte no participa, no se puede construir un referéndum ideal. No hablo tanto del Estado, ni de si es legal o ilegal, hablo de que si el No no participa, la consulta no cumple ya las condiciones ideales.

¿No supone eso aceptar un eterno poder de veto a los partidarios del No?

Lo que digo es que no sería un referéndum ideal, aunque podría ser legítimo, según los parámetros de una democracia procedimental, algo minimalista. Yo soy más maximalista y creo que hay que conseguir ganarse la participación del No. Al menos de buena parte del No. Sería más fácil de justificar y la comunidad internacional, claro está, lo vería con otros ojos.