Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

Nuestras victorias

Nos desvalijan la cartera, nos quieren robar los sueños en función de pragmatismos económicos, nos despojan del recuerdo de los nuestros, víctimas o presos, nos asaltan el espacio vital de nuestros pueblos y barrios, nos sustraen la educación de nuestros hijos con currículos imperiales, nos desnudan el futuro de los más jóvenes que emigran hacia la ocupación, nos abordan a cara descubierta para vaciar nuestras cuentas y entregarlas a bancos especuladores que fracasaron en sus previsiones… Y nos quieren robar también las victorias. Esas que con convicción y perseverancia vamos logrando para conformar los bordes de las ilusiones de quienes nos precedieron.

La última victoria que nos han robado ha sido la de Garoña. Dos partidos de derechas sin relevancia en el movimiento popular (PP y PNV), justo enfocados a apalearlo, destruirlo y criminalizarlo, han celebrado el cierre de la central nuclear como si ellos hubieran sido los artífices y protagonistas principales de las luchas que han convertido al monstruo en un cementerio. Eso es tener cara dura, adulterar la historia y ser incapaces de reconocer su derrota. Porque PP y PNV han sido y son pro nucleares, haciendo gala de su eterno repliegue a los intereses del capital más voraz.

Una adulteración que me ha recordado a otras cercanas, la consecución de la amnistía, la táctica de 1977, cuando el movimiento popular puso en la calle los muertos y heridos, en las comisarías los torturados y en prisión los detenidos. En octubre de ese año, el Parlamento español, con la prohibición expresa de presentarse a las elecciones que lo eligieron de los partidos independentistas, votaba a favor del decreto de amnistía. Medallas para UCD, que había dirigido la represión, y también para el PNV y el PSOE cuyos militantes, con alguna rarísima excepción, se habían quedado en casa viendo por televisión como maltrataban a los solidarios con los presos políticos.

La apropiación de símbolos y victorias, el no reconocimiento de errores propios, y la supresión del pasado incómodo por la superación social de políticas retrógradas es el pan de cada día. Hoy parece como si todas y todos estuvieron en contra del tráfico de seres humanos (esclavitud), a favor de la emancipación de la mujer, de los derechos del hombre, de la laicidad libre, de la salud universal y del descanso semanal. Pero no fue así. Las derechas, entre ellas las citadas, se han comportado siempre en contra del progreso y han dejado el futuro de la humanidad en manos de un puñado de forajidos con el único objetivo de proveerse de riqueza a espuertas.

La apuesta por la energía nuclear tuvo en los entonces comisionados de las multinacionales norteamericanas, las realmente interesadas en el proyecto, unos defensores entusiastas. Por encima de aquel gallinero recién salido del franquismo sobresalieron las voces de UCD, AP y PNV, a los que, necesitados de banderas de conveniencia, se unieron el PSOE y el PCE. Sí, han leído bien. Socialistas y comunistas haciendo el caldo gordo a Washington y a la General Electric. El proyecto fue bestial. Centrales nucleares en Deba, Tutera, Lemoiz e Izpazter. Guerra de posiciones. El impulso popular y el accidente en la central nuclear de Harrisburg menguaron el proyecto, hasta dejarlo en uno: Lemoiz.

Y entonces, las señales del Apocalipsis, los cuatro jinetes y las siete trompetas restregadas por el EBB a cuyo frente se puso el azote por excelencia de los movimientos populares, Xabier Arzalluz: «Si Lemoiz no se construye, seremos, de nuevo, un pueblo de emigrantes. La Pampa argentina y las llanuras de Oregón y de Idaho esperan a nuevos emigrantes expulsados de su propia tierra por la vesania de estos fanáticos». Otras perlas del mismo estilo, como aquella relativa a la alimentación. Sin nucleares, comeríamos berzas de por vida. Hoy, la gastronomía vasca tiene fama universal, con la berza al parecer de principal condimento.

Ahora que estamos en periodo estival, festivo en la mayoría de nuestros pueblos y barrios, recordar también que en esos escenarios la estética actual ha llegado por esas pequeñas y grandes victorias que vamos logrando. Gasteiz se ufanaba de ser la primera capital sin maltrato animal (corridas de toros), a la que seguirán otras. La mujer se ha integrado en tamborradas y alardes, con esas excepciones de talibanes que ya conocen, por cierto apoyadas por sus alcaldes, PNV y PSOE, a los que en la misma medida, se les podía acusar de ser valedores del ku klux klan. Y qué me dicen de aquella Salve franquista, impuesta en una sociedad supuestamente laica, a golpes y tiros de la Ertzaintza, para que pudieran desfilar ya sin palio como el dictador los «creyentes» del PSOE, PNV y PP. ¿Quién se acuerda de ella, una vergüenza ajena monumental para quienes se denominen demócratas?

No es cierto que oprimidos y desposeídos estemos abocados a la derrota permanente. No es cierto que el capitalismo, que la derecha y sus acólitos, tengan la batuta de nuestros destinos y que, frente a ellos, nada sea posible. Hemos dado cientos de veces la vuelta a la tortilla, aunque ahora quienes estaban en otras posiciones, nos hagan creer, como en el cierre de Garoña, que ellos también estaban al lado nuestro de la barricada.

¿Cuántos de los miles de insumisos vascos perseguidos, vilipendiados, encarcelados lo fueron por la iniciativa jeltzale o socialista? Los habrá, es probable, pero no tengo constancia. Sin embargo, hoy, los hijos de los dirigentes del PP, del PNV o del PSOE que gobiernan en la Comunidad Autónoma no realizan el servicio militar obligatorio, el mismo que hace más de cien años llevó a la muerte a miles de vascos en tierras lejanas, defendiendo la patria española o francesa. La desaparición del servicio militar fue una victoria nuestra que afectó a todos.

Son victorias la educación pública, con la integración de las ikastolas en la red, la sanidad pública también, frente a la tendencia general de esa derecha eterna que apoya una y otra vez las iniciativas privadas como si fueran la panacea. Los símbolos, como la ikurriña, los derechos de la clase trabajadora, los de los colectivos LGTBI+. Recuerdo agresiones, apaleamientos de gays y transexuales por el hecho de ser diferentes, la muerte impune de Francis en Orereta a manos de un policía, defensor de un sistema único. Hemos ganado terreno, han aceptado muchas de nuestras reivindicaciones para evitar su desmoronamiento.

Tenemos que recordar que la lucha ha sido permanente, el combate continuo. Que cuando el movimiento popular creó la coordinadora para alfabetizar y euskaldunizar (AEK), los inmovilistas crearon por decreto HABE. Para hacerle frente. Que cuando quienes se habían bregado en la defensa del euskara, de su normalización, fundaron “Egunkaria”, esos mismos inmovilistas se acordaron que tenían caja de nuestros impuestos y para frenar la iniciativa popular crearon “Eguna”. Más aún. Y que cuando movimientos populares similares anunciaron allá por 1977 el nacimiento de “Egin”, los cómodamente acomodados contraprogramaron, llevándose periodistas a su proyecto comunicativo, “Deia”. Por si le cupiera alguna duda, a golpe de talón.

Ha sido la iniciativa popular la que ha logrado hacer avanzar a este país, la que evitó la asimilación en épocas pasadas. En grandes batallas, pero también en otras centenares no tan históricas que, sin embargo, nos trajeron hasta hoy y nos hicieron ser como somos. Ellos han convertido sus derrotas en victorias, como la de Garoña. No está mal que reconozcan su deriva, con su donde dije digo digo Diego. Pero que no nos usurpen nuestras victorias. La ausencia de centrales nucleares en Euskal Herria lo ha sido por el impulso del movimiento popular y subversivo. También, aunque más tarde, en sus cercanías. El resto es manipulación histórica.