Iñaki Egaña
Historiador
GAURKOA

El señor de Bizkaia

Parpadeó. Llevó la mano al bolsillo y aseguró los papeles que había garabateado la víspera. Apenas unas líneas que ni siquiera consultó con su ayudante. Aprovechó para estirarse la chaqueta. Le quedaban unos minutos. En la sala, un murmullo ascendente repicaba al son del aire acondicionado. La puerta del aula cerrada. Hacía calor.

Se aflojó por instinto el nudo de la corbata. Carraspeó. Volvió el nudo a su lugar. Y tomó los papeles a los que miró de soslayo. Los devolvió al bolsillo. No quería revolver su conciencia, preparada para el asalto final. ¿Nervios a estas alturas? Para un acuario zodiacal con más de medio siglo a sus espaldas, nimiedades. Contundencia y poco más. Tono desenfadado. Primera lección de la comunicación.

Le vino a la memoria aquel curso sobre oratoria. Autoestima, persuasión, eficacia... incluso gestos teatrales. ¿Valía la pena tantas técnicas exportadas y traducidas de un petulante inglés con olor a perfume barato? Nunca había creído en ellas. Por aquí somos campechanos, sabemos transmitir por la palabra, aunque seamos parcos. Un crochet vale más que mil simulaciones.

Restregó sus zapatos contra el firme, estiró los dedos para percibir una pequeña sudoración en las palmas de sus manos. Se ajustó las gafas y ensayó una sonrisa. Dichosa sonrisa. En las sesiones fotográficas de las campañas, el fotógrafo le sacaba de sus casillas. ¿Es tan difícil sonreír? El runruneo decreció. Se hizo el silencio. Llegaba la hora.

Se levantó con parsimonia. Por un instante le alcanzaron las recomendaciones de su colega, la víspera. La importancia del pensamiento estratégico. Ya había bajado los escalones. Evita las batallas que no puedas ganar. No busques escenarios que tácticamente te obliguen a retroceder. ¿Táctica? ¿Estrategia? Bah... Chorradas. Paso firme, sin observar a los lados, con la mirada puesta en el micrófono, cada vez más cercano, como meta.

Era la hora. Bilbao Eguren subió al estrado. Ajustó el aparato a su altura. Frases cortas, pausadas, para dar tiempo a las traductoras que irían volcando al euskara su intervención. Alzó la mirada por encima de sus gafas. Varios asientos libres. Recordó por un instante sus apuntes, fracasados en el bolsillo. No los necesitaba. Más de diez años al frente del gobierno del Señorío son suficientes para conocer las reglas de cualquier arenga.

Tomó aire y comenzó el discurso de despedida. Y se desató la tempestad. Al principio fue una brisa, cálida. Como la de las tardes otoñales de Getxo, antes de situarse el horizonte. Ingresó, sin embargo, desde el mar, un golpe más fresco. Un eco lejano y sostenido le introdujo. Finalmente el ciclón, expandiendo el epílogo hasta el apocalipsis. ¿Por qué tanta agitación?

Bajó del estrado recordando fugazmente la emisión mañanera de esa cadena madrileña que tanto le adulaba: «Señor de Bizkaia, si este título nobiliario aún existiera». Le habían comparado nada menos que con Jaun Zuria, con Lope de Haro. No tuvo tiempo para ensoñamientos. Las miradas de sus cofrades denotaban cierto desajuste. Pero, ¿cuál?

El diario de juntas de la Casa de Gernika, la del roble moribundo pese a su juventud, le sacaría de dudas. Sí, aquí estaba: «Los que hacían pagos con fajos de billetes sin demostrar su origen» y «los que tenían grandes sumas de dinero en paraísos fiscales y cuyos nombres no salen a la luz». Exacto. «A todos ellos, que saben perfectamente quiénes son, les digo que pueden estar tranquilos, al menos por lo que a mí se refiere, porque yo nunca escribiré mis memorias».

¿Qué hay de extraño en esto? ¿No se trataba de poner en un brete al homónimo guipuzcoano por eso del impuesto a las grandes fortunas? ¿Por eso también de la persecución del fraude? ¿Ya nos hemos olvidado de las vacaciones fiscales? ¿De las Sicavs y su uno por ciento de tributación? Ay, Itxaso... si todo el mundo lo entiende. Hay que ser campechano. Bilbaino, que diría el difunto Azkuna.

¿De qué hablamos? ¿Tirar y esconder la mano?

Dietas, tarjetas VIP, entradas al palco de San Mamés, a Vista Alegre (45.000 euros este año), restaurantes de lujo. Angulas regadas con Vega Sicilia, aunque el pescado no vaya con el tinto. Vida no hay más que una y por eso los ricos también lloran. Lean en las hemerotecas a los portavoces de Adegi, de Confebask

¿Sobres? Juan Ramón Ibarra había recibido más de 200. Era el presidente de los inspectores de Hacienda de Bizkaia: 337.000 euros que dijo heredar de su padre. Los ricos heredan. Los pobres ni las huelen. Y el Supremo le condenó a cuatro años y medio. Cumplió ocho semanas, porque la Semana Santa, y las vacaciones mediterráneas, estaban cerca. Luego retornó a su puesto. Respaldo. No te dejaremos solo.

¿Se acuerdan del edificio Azpiegitura? ¿Y de Iñaki Ereño? Tres millones. ¿Y de Roberto Cearsolo, el avispado financiero del Museo Guggenheim? ¿Segismundo López-Santacruz? El del aeropuerto de Loiu. ¿Y las tragaperras de Portuondo? Me dirán que en estos casos no eran sobres, sino comisiones. Es cierto. No veo la diferencia.

Sobres. José Mari Bravo Durán recibió casi dos millones enlatados en sobres. Su hermano Víctor era el director de la Hacienda guipuzcoana, en tiempos de Sodupe y González de Txabarri. Y senador del PNV. Hoy Víctor comparte con Rafael Vera (¿recuerdan el GAL?) una empresa para exportaciones a Argelia y Angola. José Mari no llegó a senador. Vivía en Urruña, así que se animó a concejal, en las listas de Sarkozy.

¿Quienes son estos centenares de empresarios que tributan en sobres o más bien evitan la tributación a través de los mismos? ¿Quién controla al controlador? Porque la ristra es impresionante: Supersur, Epsilon, Ibarzaharra, Txakolingune, Poldeportivo de Bakio, Alonsotegi Eraikiz, Fonorte, Iurbenor...

¿Y de las empresas que guardan sus fondos en paraísos fiscales? Islas Cayman, Suiza, Delaware, Bahamas, Luxemburgo. El planeta es pequeño para el negocio, imponente para atesorar beneficios. A Iberdrola, nuestro faro, que por cierto apenas deja impuestos a la Hacienda foral vizcaina a pesar de su reluciente torre bilbaina y que nutre de equilibrio a ese banco impuesto llamado Kutxabank, le gustan las islas: Man y Caymanes. Las financieras, no las políticas. Su testaferro es Scottish Power. Un testaferro de lujo.

¿Independencia de Edimburgo? Financieramente incorrecta. Iberdrola tiene bien cubierta la retaguardia: la monarquía petrolera de Qatar, propiedad de la familia Al Zani, amiga de los borbones, es el accionista mayoritario de la eléctrica vasca. Y hablar de Qatar es decir Exxon, o lo que es lo mismo Rockefeller. Un cóctel de visitas, de promesas, de mundiales de fútbol en Brasil o en el Golfo Pérsico, de contratos finalmente. Ni tocarlos. Ellos pertenecen a otro universo. El que modifica nuestras vidas.

Hay en Bizkaia, como en otros lugares, varias ligas. En la superliga juega un equipo que alinea a Mario Fernández, Josu Jon Imaz y otros. El equipo más veterano tiene a los nostálgicos de Neguri, venidos a menos con Vocento a la cabeza, entre sus jugadores. Un tercer grupo multinacional, aquel que deseaba calzar la central nuclear de Lemoiz en Basordas, se abre paso con sus dólares. La liga de gestores tiene una categoría inferior. Poner alfombras a la superior. Bilbao, Aurrekoetxea... aspirando al salto. Una tercera liga engrosan los lacayos. Tíos Tom que no son más porque el guión no lo permite. Y la cuarta, la nuestra. Sufridores. Ingenuos a veces. Pero no ilusos.

Bilbao Eguren ha rubricado su fin afirmando que no escribirá sus recuerdos. Que va a ser indulgente. No hace falta, José Luis. Una década de Señor de Bizkaia da para poco y para mucho. Desaparecido el derecho de pernada de los primeros Haros, faltaría más, nos queda la metáfora del derecho de hipoteca, del silencio. Con una extensión a gusto del lector.

No hace falta, Señor de Bizkaia, que escriba usted sus memorias. Uno no es lo que dice, sino lo que hace. Reflexión de taberna, quizás, pero acertada. Y sus memorias, valga la redundancia, las hemos ido acopiando en nuestra memoria en estos diez años. Y, la verdad, son espectaculares.