Santiago Alba Rico
Filósofo y experto en el mundo árabe
Análisis | El futuro de las revueltas árabes

Túnez: avanzando hacia el pasado (o retrocediendo hacia adelante)

Vista la deriva de las revueltas árabes, destaca la «normalidad» de las elecciones en Túnez. Una normalidad que, como todas, permite todo tipo de lecturas. La buena noticia es que Ennahda (islamistas) ha perdido. La mala, que ha ganado Nidé Tunis (nostálgicos del viejo régimen)

Los resultados aún no oficiales, pero ya públicos, han confirmado lo que todas las encuestas anunciaban: una reñida lucha en cabeza, muy lejos de las otras 15 fuerzas finalmente representadas en la asamblea, entre el partido «islamista» Ennahda y el partido «laico» Nidé Tunis. Como dicen algunos comentaristas jocosos: la buena noticia es que Ennahda ha perdido; la mala que ha ganado Nidé Tunis.

La fuerza liderada por Rachid Ghanouchi ha perdido 20 escaños respecto de 2013 y más de seis puntos porcentuales (se queda en un 31,79%), pero se confirma como uno de los ejes políticos del país, a pesar del desgaste experimentado en las labores de gobierno, desgaste que ha hecho casi desaparecer a sus dos aliados de la «troika», el izquierdista Congreso por la República del todavía presidente Moncef Marzouki (que ha pasado de 29 a 5 diputados) y el socialdemócrata Bloque por el Trabajo y las Libertades, encabezado por el presidente de la Asamblea Constituyente Ben Jaafer (de 20 a un solo diputado).

La victoria ha correspondido a Nidé Tunis (38% y 84 diputados), la fuerza promiscua creada por el provecto Caid Essebsi, exministro del interior de Bourguiba en los años 60 (implacable con la izquierda tunecina) y miembro prominente del partido RCD de Ben Ali. Su partido, en efecto, recoge toda clase de restos del pasado: la herencia bourguibista, pecios de los Gobiernos del dictador depuesto e intelectuales islamofóbicos que confunden democracia con occidentalización.

Su campaña electoral se ha hecho a la contra, hasta el punto de que el propio Essebsi declaró en vísperas de los comicios que todo voto que no se emitiera a su favor era un voto en favor de Ennahda. Pero el voto de Nidé Tunis no ha sido un voto islamofóbico -cuestión que moviliza sólo a élites de derechas y de izquierdas- sino un voto fóbico en general: miedo a la inseguridad, al terrorismo, a la guerra civil, al golpe de Estado, a la precariedad económica, problemas todos que una parte de los tunecinos, sobre todo clases medias urbanas, atribuyen a la «troika» que gobernó desde octubre de 2011 hasta el pasado enero.

La nostalgia casi tangible de Ben Ali y, más atrás, del paternalismo de Bourguiba, se inscribe en este aura de temores alentados desde unos medios de comunicación partidistas y por una oposición -de derechas y de izquierdas- que ha coqueteado a menudo, durante los últimos años, con el golpe de Estado. Muchos de los votos que ha recibido Nidé Tunis, que no existía en 2011, proceden, en efecto, de los aliados de Ennahda o del propio partido islamista, lo que demuestra que la cuestión laicismo/islam ha incidido muy lateralmente en los resultados.

La elegancia democrática con que Ghanouchi, el líder de Ennahda, ha aceptado el resultado y felicitado a su rival se suma a la mansedumbre con que el partido islamista, tras las presiones más bien irregulares de la oposición, el sindicato UGTT y la UE, dejó el Gobierno, en enero, en las manos del gabinete «tecnócrata» de Mehdi Jumaa.

Da la impresión de que el fracaso regional del proyecto turco-qatarí de los Hermanos Musulmanes, con el retorno de la dictadura militar en Egipto y el golpe del coronel Haftar en Libia, ha obligado a Ennahda a asumir un perfil bajo, muy pragmático y de orgullosa responsabilidad democrática. Se diría que el resultado electoral contenta un poco a todos: a Ennahda, que en estos momentos prefiere poder a Gobierno; a la derecha laica tunecina, que naturaliza el retorno de los viejos peones de las dictaduras; y a la UE y EEUU (con Arabia Saudí al fondo), que pueden negociar con un islamismo domesticado y con una dictadura «democratizada». El hecho de que ninguno de los dos partidos mayoritarios tenga la mayoría absoluta casi obliga (son muchas las voces que lo reclaman) a la formación de un Gobierno de unidad nacional.

Quien no está contento, sin duda, es el pueblo tunecino. Los que han votado lo han hecho sin emoción y un poco a la contra, en el marco de una confrontación menos política que electoralista. El bipartidismo de derechas (una derecha «islamista» un poco más social y una derecha «laica» ultraliberal) ha devorado casi todo el espacio ideológico, si exceptuamos a una izquierda radical, reunida en el Frente Popular, que obtiene 15 diputados con un poco más del 5%: un resultado exiguo, por debajo de las condiciones económicas y sociales del país, castigado por el paro y la inflación, y que permitirá intervenir poco, pero que aúpa al Frente a una visibilidad prometedora. El Frente Popular ha hecho exactamente lo contrario de lo que correspondía a la situación: ha combinado viejos discursos demagógicos con oportunistas concesiones de fondo y ha dejado escapar varias ocasiones, en los últimos tres años, para convertirse (con el apoyo de la UGTT) en una fuerza de cambio. Ahora tendrá que afirmar su equidistancia frente a todas las derechas para aprovechar el previsible desgaste de los futuros gobiernos.

El pueblo tunecino no está contento, como lo demuestra sobre todo la altísima abstención: de los 8,3 millones de personas en edad de votar sólo se han inscrito en el censo cinco millones y de estos cinco millones sólo han votado 3.120.000, lo que indica que más de cinco millones no han participado en los comicios (en torno al 60% de la población). Junto al boicot activo de los salafistas y de los movimientos sociales (algunos de cuyos militantes fueron detenidos mientras repartían folletos a favor de la abstención), puede decirse que el malestar económico y el desencanto político discurren en paralelo a la normalización democrática consensuada en las alturas. Ese malestar y ese desencanto, como bajo la dictadura, alimentan las contracciones individualistas, la emigración clandestina y el aventurerismo yihadista. Hay sin duda motivos para sentirse aliviado en Túnez, y hasta contento, pues el pasado vuelve de manera sólo homeopática y está obligado a pactar con nuevas élites, lo que aleja de momento las amenazas consumadas en otros países de la región; y porque un poco de democracia formal es siempre mejor que una dictadura real, en la medida en que las formas también cuentan a la hora de organizarse y acometer cambios de fondo. Pero estas elecciones, si son un paso adelante por el solo hecho de haberse celebrado, anuncian también algunos pasos atrás, hacia el pasado con el que quiso romper la revolución de enero de 2014.