EDITORIALA
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La profundidad de estos pasos marcará el nuevo escenario

La movilización de ayer en defensa de los derechos de los presos fue apabullante, emocionante, innovadora y espectacular. Conjugando un silencio atronador y una unidad plural, las miles de luces que llenaron las calles de Bilbo iluminan un deseo y marcan un recorrido. Un camino al que cada vez se suman más y más personas, un camino que establece un nuevo punto de partida para una una larga lucha que puede capitalizar lo mejor de cada tradición, reinventar las formas de participación y el marco de juego político en Euskal Herria y desterrar inercias que no permiten avanzar hacia la consecución de una paz justa y duradera. La venganza, la falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, la segregación política y la parcialidad moral deben aparcarse y dar paso a nuevas formas de hacer política, partiendo de una autocrítica constructiva y proactiva por parte de todos. Que gane el mejor, pero que en el camino mejoremos todos.

No es un deseo, no es una declaración de buena voluntad. Debería ser una aspiración política y social de un país que debe de abrir definitivamente un nuevo tiempo. El momento histórico que vive Euskal Herria ofrece una oportunidad incomparable para elevar el nivel, para convertir el sufrimiento acumulado en ilusión, no en frustración. El potencial de esta sociedad sigue intacto pese a la crueldad y falta de talla de unos mandatarios obsesionados en mantener posición, en frenar, no en avanzar.

Ante la dificultad para progresar en velocidad, la profundidad de los pasos es determinante. El marco que establece el principio de todos los derechos para todas las personas es invencible a medio plazo. Toca perseverar.

Miles de personas, miles de razones

Cada persona que ayer acudió a Bilbo, también quienes apoyaron la movilización desde la distancia, tiene razones particulares para defender los derechos de los presos vascos. Desde las tripas o desde el cálculo político, desde la cercanía o desde las antípodas ideológicas, desde éticas humanistas, revolucionarias o religiosas, desde las vivencias o desde las creencias... decenas de miles de personas aunaron voluntades para alumbrar un nuevo tiempo en Euskal Herria bajo ese principio básico del respeto de los derechos. También, lógicamente, los de las personas presas.

Lo que históricamente se ha denominado la «humanización del conflicto» parte de asumir los derechos humanos como base de la práctica política y social. La excepcionalidad que ha caracterizado las últimas décadas al conflicto político vasco debe dar paso a una nueva concepción de la justicia. Frente a la propuesta de justicia transicional defendida por los expertos en resolución de conflictos se sostiene una justicia del enemigo, basada en la venganza, una política criminal que antes o después caerá. No es consuelo para quienes la sufren, pero los objetivos políticos de justicia y libertad siguen avanzando ante una política que evidencia la falsedad de muchos argumentos históricos, en franca retirada.

La dimensión política del conflicto en esta nueva fase tiene como elemento central la ciudadanía, la equidad en derechos y deberes, la defensa de las libertades, la democracia. Y aunque resulte demencial tener que explicarlo una y otra vez, los presos son seres humanos cuyos derechos deben ser respetados, y son ciudadanos cuyos derechos deben ser garantizados. Es responsabilidad de las instituciones que esto sea así.

Red y palancas, más que posturas y pulsos

Las posiciones de partida de los diferentes agentes están claras, pero deberán evolucionar en la medida en que los movimientos del resto alteren la situación. En una combinación de urgencias y opciones, las prioridades se han establecido en la agenda que ha planteado la plataforma Sare: fin de la dispersión, liberación de presos y presas enfermas y cumplimiento real de la legalidad penitenciaria. También está claro el escenario final: los presos y presas vascas vendrán a Euskal Herria y, antes o después, serán liberados. Todo ello establece responsabilidades a diferentes niveles en lo que suceda en adelante. Es absolutamente irresponsable intentar atrasar ese escenario por intereses partidistas. Quienes actúen de mala fe verán su posición debilitada.

Lo verdaderamente difícil es prever los plazos y las fórmulas con las que se llegará a ese escenario final. Está claro que en ese proceso los principios deben ponerse al servicio de ese final. No existe un diseño lineal que garantice esos objetivos, ni un argumento o hecho aislado que pueda vencer por sí mismo las resistencias, ni un agente político o social que pueda lograrlo en solitario. Se debe tejer una red que, sumando pequeños esfuerzos particulares, importantes sacrificios personales e inteligentes movimientos colectivos, ejerza de palanca para lograr esos objetivos.

La configuración y el desarrollo de la plataforma Sare durante estos meses ha mostrado nuevas formas y planteamientos diferentes. Las inercias no se revierten de un día a otro, pero hoy es un día para felicitar a sus impulsores y muy especialmente a los cientos de voluntarios que han hecho posible esta demostración social de fuerza. Hay que ahondar en ese camino y abrir nuevos. Así se ha hecho también en otros ámbitos de esta lucha, como por ejemplo en el asistencial, de la mano de Harrera, o a través del voluntariado, como en el caso de Mirentxin. Los familiares son protagonistas obligados de esta lucha y su interpelación e interlocución, su relato, rompen barreras. Los pasos dados por el EPPK son valientes y sinceros, coherentes con su tradición y con la nueva estrategia.

Frente al efecto frustrante de la mediocridad política de algunos, actos como el de ayer muestran una sociedad vibrante, que proyecta un cambio de ciclo que podrán frenar, pero que es imparable. Este país es capaz de proyectar mucha luz frente a tanta tiniebla.