Jesús González Pazos
Mugarik Gabeko kidea
GAURKOA

Mundos invisibles

Frente a la creencia cada vez más extendida de que vivimos en un mundo globalizado e interconectado, Jesús González Pazos destaca en este artículo los «mundos» que han estado y están invisibilizados, como consecuencia directa del dominio de los mercados sobre la vida de las personas y los pueblos, así como de la persistencia de la división del mundo en Norte y Sur.

Nos cuentan y nos tratan de convencer de ello que desde hace ya unas décadas vivimos en un mundo globalizado, un planeta interconectado. En definitiva, un mundo que precisamente por esta caracterización, en muchos momentos ya denominamos como la «aldea global». Y desde nuestras pequeñas burbujas individuales y colectivas, sobre todo en la medida de ser ciudadanos y ciudadanas de la parte enriquecida de esa aldea y estar constantemente bombardeados con noticias en ese sentido, verdaderamente creemos vivir en la globalidad plena; y lo que es peor, estamos convencidos de que todo el mundo realmente vive en ella.

Sin embargo, la realidad es que este planeta que nos acoge (no sabemos por cuanto tiempo más) sigue caracterizándose, primordialmente, por una evidente división Norte-Sur. Partición en gran medida geográfica pero, sobre todo, geopolítica en base a la inexistencia que una gran parte del mismo, la más empobrecida, el llamado Sur, que sigue siendo así para la otra, para la más enriquecida.

Podríamos sustentar lo anterior en base a cuestiones y diferencias únicamente políticas, económicas, de género o culturales, pero hay otros elementos, a veces simples gestos, que nos demuestran día a día lo acertado de la afirmación. Son elementos que muchos señalarían rápidamente como poco o nada importantes, pero que algunos otros consideraremos como clarificadores y sintomáticos de que esa globalización anunciada solo lo es en determinados niveles tecnológicos, informáticos, políticos y, sobre todo, en aquellos que tienen que ver con el movimiento desenfrenado de capitales y transacciones bancarias entre los grandes conglomerados empresariales y financieros; todo lo que hoy, simple y llanamente, supone el dominio de los mercados sobre la vida. Evidentemente, espacios estos de los que las grandes mayorías del planeta todavía siguen excluidas.

En este sentido, hay aún mundos invisibilizados, especialmente y como ya apuntamos para los países que se han ido enriqueciendo sistemáticamente a costa de aquellos otros que ahora permanecen en ese espacio de sombras. Y todo ello, pese a las diversas crisis que los primeros atraviesan en los últimos años, crisis económicas si, pero también políticas, sociales, de valores, ideológicas.

Para dar fuerza a todo esto, para demostrarlo, podríamos citar como ejemplos de estas invisibilizaciones algunos de los procesos que hoy se desarrollan en el continente americano. Procesos que, por mucho que se pretenden ocultar por su oposición exitosa al sistema neoliberal, señalan que la brújula ya no marca el norte, sino que ha sufrido un reacomodo y hoy está orientada hacia el sur. Estemos de acuerdo o no en la profundidad y dirección de las transformaciones que se operan en muchos países del continente americano, debería ser innegable que estas se están dando.

La redistribución de la riqueza entre la mayoría de la población en algunos de estos estados ha hecho ya que en pocos años la pobreza haya disminuido en más de veinte (20) puntos, lo que según diversos estudios se traduce en más de 150 millones de personas, entre ellas una mayoría de mujeres. Mientras en Europa la desigualdad sigue abriendo una brecha cada día mayor entre la clase enriquecida y la empobrecida, quien sigue creciendo en número como no se había visto en el último siglo. Esta realidad se oculta sistemáticamente. También se invisibiliza el hecho de que es posible que los estados recuperen capacidad de intervención y control en los sectores productivos estratégicos o sobre las élites económicas y financieras, y en los servicios esenciales para la población (educación, sanidad...) y no se sigan regalando estos al capital privado, o extendiendo por contra los derechos sociales y civiles entre mayores capas de la población. Por supuesto, es continuo igualmente el ocultamiento del hecho de que la pobreza es mayormente mujer, ya que estas siguen englobando abrumadoramente las grandes mayorías empobrecidas y excluidas, lo que es válido en este caso tanto para el Sur como para el Norte.

Pero la clase política tradicional, las élites económicas y la mayoría de los medios de comunicación, controlados por estas últimas, obvian sistemáticamente esos (y otros muchos) cambios, avances hacia modelos de sociedades posneoliberales. En este sentido e intención se conforman con, machaconamente, calificar de populistas, erráticos y cuasi antidemocráticos a estos países. Se ignoran los avances sociales, la ampliación de derechos políticos, económicos y/o laborales, el ya señalado reparto de la riqueza hacia las mayorías históricamente excluidas, la mejora de los índices de crecimiento económico, o los más altos apoyos populares a los procesos democráticos, nunca antes alcanzados, en unos procesos de profundización de la democracia más allá de la mera participación electoral. Claro que la razón de estos ocultamientos posiblemente tiene mucho que ver con que hacerlos visibles sería una forma de mirarse (y compararse) en el espejo oscuro y deforme de los retrocesos que en estas nuestras sociedades del Norte se dan en los últimos años en todos esos mismos espacios y sectores señalados como avances en el Sur.

Pero además de todo lo anterior, ejemplos fácilmente contrastables que sustentan lo afirmado en este texto, decíamos también que hay otros más sencillos que pasan en muchas ocasiones desapercibidos, pero que también demuestran la existencia de mundos invisibles pese a la globalización proclamada.

Estando hace unas semanas en Bolivia, durante la toma de posesión del tercer mandato del presidente Evo Morales (61% de voto electoral y apoyo popular que para sí quisieran muchos gobernantes europeos), sonaba la televisión en el hotel de forma un tanto despreocupada. De repente, saltan noticias en el sentido de lo hasta aquí comentado. En una banda de noticias breves se podía leer: «Mitad de Malawi declarada zona de desastres por fuertes lluvias», otra posterior apuntaba: «Ejército sudafricano auxiliará en zona de inundaciones en el sur de Mozambique». Y entonces surgen las preguntas básicas: ¿cuántas personas en esta nuestra Europa conductora de la globalización sabrán simplemente ubicar en el mapa Malawi?, ¿cuántas saben, han oído hablar de la solidaridad interafricana?, ¿cuántas tan siquiera se han enterado de esas graves inundaciones?... Eran esas dos sencillas noticias las que evidenciaban en ese momento la existencia de mundos invisibles, evidencias que van mucho más allá de cuestiones geopolíticas o económicas.

Al mismo tiempo, todo esto también nos habla del aislamiento progresivo del mundo enriquecido, ensimismado en sus problemáticas, en sus crisis y en sus necesidades para seguir dictando los grandes lineamientos de la política mundial que reaseguren su dominio sin tener en cuenta otras realidades. Sin embargo, este es un proceso que dirige inexorablemente a este Norte rico hacia su empequeñecimiento porque cada día está más alejado, más ausente, de lo que ocurre, de los procesos que ya se articulan en la mayor parte del planeta. Y, posiblemente, cuando perciba esas otras realidades, ya estará tan lejos de las mismas que será irremediable. Estará al margen del mundo como lo estuvieron tantos imperios que creyeron dominar el mundo y cayeron por su absoluto desconocimiento de lo que se creaba, recreaba alrededor, gracias a su suicida narcisismo.