
Las encuestas canalizan y reflejan las tensiones que van a recorrer la campaña, de forma soterrada en los cuadros de mando de los partidos y abiertamente en medio de la plaza pública. De la lectura de los sondeos se pueden atisbar los miedos y las necesidades de algunos, así como las apuestas y certezas de otros.
Las dos primeras encuestas publicadas, la de EiTB y la del CIS, han golpeado en los mismos clavos, y ya en mentideros de referencia se alerta de que la manzana sociológica trae algún que otro gusano en su interior.

La gran expectativa del PNV, que mantiene e incluso aumenta su representación parlamentaria pese a irrumpir una nueva fuerza política como Podemos, pone en circulación la idea de que los jelkides son a los ojos de la sociedad buenos gestores. El hundimiento del PSOE y el PP demuestra que tal consideración viene motivada por la comparación con nuestros vecinos del sur, donde han gobernado ambas fuerzas. El PNV parece haber logrado instalar la idea de que somos los primeros de la clase, aunque sea de una promoción de repetidores crónicos y ello haga flaco favor a ponerse retos de mejora. Empobrecer las expectativas resulta el mísero recurso de la mediocridad.
Ya hay, sin embargo, quien está con la mosca detrás de la oreja por las proporciones bíblicas de la caída que se le augura al partido de Mendia, que le situaría nada menos que a la par del PP, con solo ocho escaños para cada uno. Una simple mirada al histórico de las últimas contiendas electorales valdría para poner en duda que ese empate entre ambas fuerzas se pueda producir. El socio preferente del PNV no saldría, al final, tan mal parado.
Por eso, hay quien cree que no se puede descartar que el PSE dé la batalla a Elkarrekin Podemos, que, por su parte, ya está obligada a dejarse el resto en esta campaña. Así se entiende el anunciado desembarco de todas sus caras más mediáticas, incluida, al parecer, la alcaldesa de Barcelona. Podemos sabe que un resultado discreto en la CAV, donde en las últimas generales recreó lo que en el Estado se ha demostrado ya imposible, supondría un serio handicap para encarar las posibles terceras elecciones estatales anunciadas para diciembre.
El impacto causado por la elección de Pili Zabala como candidata a lehendakari ha parecido desinflarse un tanto. Zabala se ha convertido en una incógnita, pues no se sabe qué tendrá más peso, si ese buenísimo que podría gustar a un electorado crítico con los políticos al uso o si esa percepción creciente de que solo representa una oferta hueca, vacía en términos políticos.
La tensión es patente también en el soberanismo de izquierdas. Son las últimas elecciones de un ciclo manifiestamente mejorable. El auge de Bildu/Amaiur del periodo anterior ha ido decreciendo en la misma medida que el proceso político se ha empantanado. Superar esa situación se les ha convertido en una prioridad, tal como lo demuestra, por ejemplo, el proceso de refundación de la izquierda abertzale. Y las elecciones del 25 se antojan un tanto prematuras para demostrar que ya se está logrando dar la vuelta a la situación. Sería exagerado decir que estos comicios son para EH Bildu un «match ball». pero, sin duda, suponen una exigente prueba de estrés.
Las últimas encuestas no le dan un mal resultado, aunque para ese sector los estudios de intención de voto están siendo sospechosamente benévolos respecto a lo que luego depara la realidad. En ningún sondeo apareció ni como posibilidad remota que en las elecciones de diciembre pasado se quedara tan solo con dos escaños en el Congreso de los Diputados de Madrid.
Está por ver, por tanto, si la recuperación de brío que se observa en EH Bildu logrará impregnar a sectores diversos. Las mejoras, para que se confirmen como tal, deben ser percibidas por la sociedad, más allá del enjambre partidario.
Lo cierto es que, en gran medida en respuesta a la enésima vulneración de derechos que ha padecido Arnaldo Otegi, los prolegómenos de la campaña electoral han adquirido un cierto tono. Porque la previsión, al menos la de Urkullu al convocar las elecciones, era que los electores se acercasen a las urnas sin haberse quitado aún las chancletas de las vacaciones.

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