Jon ORMAZABAL

Irribarria, el domador de tormentas

Cuando Iker Irribarria es capaz de desatar toda la potencia de sus brazos, los efectos de la ciclogénesis pueden ser devastadores. Con su titánica defensa, Urrutikoetxea estuvo muy cerca de desbravarla, pero el de Arama demostró que toda su fortaleza no se concentra en sus bíceps y encauzó su poder hacia su segunda txapela, la de la reafirmación.

URRUTIKOETXEA 20

IRRIBARRIA 22

 

Iker Irribarria consiguió ayer su segunda txapela del Manomanista sin llegar a cumplir 23 años, por ponerlo en contexto, edad con la que Juan Martínez de Irujo se caló su primera lana, mientras que Aimar Olaizola se estrenó con 26, y, con todas las reservas necesarias, su capítulo en la historia de esta modalidad comienza a coger su peso. La iniciación de ese artículo arrancará inevitablemente por esa fuerza de la naturaleza que se concentra en su brazo izquierdo, pero tras finales como las de ayer, limitarse a ese punto de partida supondrá quedarse en lo obvio, en un análisis superficial de un pelotari con muchos más matices y aristas.

Nadie podrá poner en duda que el segundo título del goierritarra, el de la confirmación, tiene su origen en esos dos cuadros de más que alcanzan sus pelotazos, pero superar a Urrutikoetxea en esos finales de partido en los que tan cómodo se siente el de Zaratamo, conlleva mucha fortaleza, pero no de la que se puede medir en vatios.

Respondiendo a los zarpazos de su rival con voleas o sotamanos, el delantero de Baiko parecía haber amansado a la fiera, primero en el primer descanso largo (12-7), más aún en el 15-10, tras cruzar a las tablas un bonito remate tras un tanto intenso.

La final, dura, peloteada y con todos los ingredientes para satisfacer a los pelotazales más exigentes, parecía mirar a Urrutikoetxea, que se las había ingeniado para sujetar a su rival. Hasta el 8-7 no había conseguido su primer tanto en juego en su primer saque-remate, pero no lo había necesitado para cambiar el paso a un Irribarria fresco y mandón, que salió serio y con las ideas muy claras, pero que estaba deshaciendo al mismo ritmo que construía.

El saque, variado con alguna intentona al ancho –Irribarria también lo probó en su cuarto intento– había comenzado a funcionarle a un Urrutikoetxea que comenzaba a saborear la final tras muchos tantos de apretar los dientes, pero cruzó en exceso un gancho y devolvió la esperanza a su rival. Ese fue quizá el mayor debe del vizcaino en una final épica, que adoleció de falta de instinto en los momentos calientes, venderse en momentos decisivos con remates inofensivos fueron su mayor lastre, parte de esos detalles de los que habló en sala de prensa.

El saque como argumento

Por contra, Iker Irribarria sí que fue capaz de recalcular su ruta hacia la txapela. A pesar de que su número de errores en cómputos generales fue mayor, llegó más entero a una recta final en la que cada pelotazo, cada decisión, cada error adquirió dimensiones transcendentales.

Como ante Elezkano en el Astelena, el saque, bombeado y arrimado a pared izquierda, fue uno de los sustentos en los que cimentó el goierritarra su triunfo, pero seguro que Mikel Urrutikoetxea le habrá dado más de una vuelta en la almohada a la forma en la que se vendió en el 18-19, en una pelota que entregó cuando tenía todo el colosal Bizkaia a su merced para poner la pelota donde quería.

En el epílogo de un duelo sin concesiones, también tuvo Irribarria un detalle con su adversario con una inoportuna pasa con 18-21 en el marcador, pero la tormenta del goierritarra ya estaba encauzada y terminó calando, como el típico sirimiri que ayer se adueñó del Botxo.

 

La tercera gran muesca de una trayectoria fulgurante

Mucho se habló durante los últimos meses sobre un supuesto desplome de Iker Irribarria, un bajón que puede justificarse desde la ausencia de títulos desde el Parejas de 2017, pero que resulta hasta sonrojante cuando comprobamos que hablamos de un pelotari que dentro de un mes cumplirá 23 años y que apenas cuenta con cuatro años como profesional. En este corto trayecto, la de ayer fue su sexta final, quinta de primera categoría, otro dato que sirve para poner en perspectiva lo logrado por el de Arama.

El hito es aún mayor si nos centramos en su especialidad favorita, el Manomanista, ese campeonato que dicen que da y que quita, que se ha movido históricamente por épocas y rachas. Las 11 txapelas en 14 finales de Julián Retegi marcaron los 80 del siglo pasado, una etapa que, mirada desde la actualidad parece del Pleistoceno, por todo lo que cuesta defender el título en la actualidad. Aimar Olaizola, con sus txapelas consecutivas en 2012 y 2013, fue el último en defender ‘gerriko’ rojo, mientras que Oinatz Bengoetxea, con su triunfo hace dos años, fue el último que se había subido al selecto club de los pelotaris que habían conseguido más de un título individual en toda la cancha.

Con su victoria de ayer en el Bizkaia, Iker Irribarria es el decimonoveno pasajero de ese exclusivo vagón del palmarés Manomanista con pelotaris con más de una txapela, encabezado por el mago de Eratsun.

Tras el sinsabor de la derrota en la última final del Parejas, el goierritarra vuelve a saborear las mieles del triunfo, alargando la racha de Aspe, que ha ganado las últimas 7 finales de primera.J.O.