Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Guerra de la (des)información en Ucrania y sentido común

Frente a lecturas maniqueas y falsas equidistancias en plena guerra de la (des)información, el sentido común para analizar la «lógica» de toda guerra ayuda a intentar distinguir entre realidad y propaganda.

Misil Tochka-1 con su pintada en la atacada estación de tren de Kramatorsk.
Misil Tochka-1 con su pintada en la atacada estación de tren de Kramatorsk. (Anatolii STEPANOV | AFP)

En la guerra de Ucrania el frente (des)informativo tiene tanta o más importancia que el frente de guerra, sobre todo para el Gobierno de Kiev, en clara inferioridad militar, pero también para el Kremlin, interesado en que muchas e importantes cancillerías mundiales mantengan su neutralidad y no se sumen al eje EEUU-UE para ahogar económica y diplomáticamente a Rusia.

Toda guerra informativa tiene sus víctimas. El Gobierno ruso ha cerrado o silenciado todos los medios y ONG (las últimas Amnistía Internacional y Human Rights Watch) que osan insinuar que lo de Ucrania va más allá de una «operación especial» (¡pura cirugía!) y que las fuerzas rusas están perpetrando violaciones de las leyes de la guerra.

Occidente, por su parte, se ha ciscado en el que reivindica como uno de sus grandes principios, la libertad de información, prohibiendo medios alineados con el Kremlin y llevando la batalla a las redes, desde Google hasta Youtube, que ha vetado el acceso de la televisión de la Duma (Parlamento ruso).

Nuestro colaborador Pablo González lleva mes y medio en prisión detenido por Polonia, un gobierno que, como el húngaro, sigue disfrutando de los fondos comunitarios mientras desafía y desoye las llamadas de atención de Bruselas.
Está claro que el escenario en el que se mueven los medios que buscan informar y salir del bucle maniqueo en el que tantos se sienten tan cómodos es, no solo peligroso (que se lo digan a «Pavel») sino complicado.

Otra cosa es, en nombre de una falsa objetividad, mantener una equidistancia entre la denuncia de la víctima y el desmentido del presunto victimario, desafiando a la lógica de toda guerra, que la tiene, y al sentido común, que debe guiar, desde la precaución y de la honestidad, el análisis de lo que está ocurriendo en los distintos frentes de guerra.

Bucha: La localidad fue ocupada por el Ejército ruso en su ofensiva hacia Kiev. Decenas de periodistas, entre ellos nuestro amigo Mikel Ayestaran, han documentado con imágenes y con cientos de testimonios una masacre que apunta directamente a Rusia. El Kremlin habla de montaje, como hizo tras el bombardeo al hospital infantil de Mariupol. El presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, antiguo cómico y actor, ha debido de adiestrar a miles y miles de ucranianas en arte dramático.   

Kramatorsk: Ciudad situada en la provincia rebelde prorrusa de Donetsk pero controlada por el Ejército ucraniano, que la ha convertido en su cuartel general, y por tanto, en objetivo de la ofensiva de las milicias del Donbass y del Ejército ruso para tomar el control total de Lugansk y Donetsk.

Un misil Tochka-1 cargado de metralla impacta de lleno entre una multitud de personas agolpadas en  la estación de tren que huyen siguiendo el llamamiento del Gobierno ucraniano. Es gente que huye hacia el oeste, hacia Dnipro y con destino a Kiev. No huyen hacia Rusia, como han hecho decenas y decenas de miles de habitantes del Donbass en busca de refugio.

Cincuenta muertos. El Ejército ruso asegura que no tenía previstas «misiones» para ese día y acusa a los ucranianos del ataque «provocador» insistiendo en que sus tropas no usan ese tipo de misil, poco preciso pero igualmente devastador.

Pero resulta que fuentes tan poco sospechosas de partidismo como Amnistía Internacional aseguran que las fuerzas rusas y prorrusas sí han utilizado el misil Tochka-1. Más aún, el lanzado contra la estación tiene una inscripción en ruso: «Por los niños». Por supuesto, los ucranianos saben pintar y saben ruso.

Pero el lema evoca las denuncias, reforzadas por vídeos, de linchamientos de niños en el Donbass por efectivos militares ucranianos.

El diario ‘The New York Times’ documentaba la semana pasada el fusilamiento de un grupo de prisioneros de guerra rusos a manos de soldados ucranianos. Imágenes anteriores muestran a uniformados ucranianos disparando en las piernas a reclutas rusos detenidos.

La siempre criminal lógica militar apunta a que esas violaciones de las leyes de la guerra por parte ucraniana son muy posibles, como lo puede ser el ensañamiento contra población civil del rebelde Donbass, más teniendo en cuenta que en la primera linea del frente se hallan los ultras del temible Batallón Azov.

No es cuestión de poner ninguna mano en el fuego. Sentenciar a unos u otros no es periodismo. La verdad cien por cien es un término metafísico, no real, y lo que más se le acerca, con contradicciones y dobles raseros, es la verdad judicial.
Pero, volviendo a Bucha y a Kramatorsk, viene a la memoria cuando el régimen sirio de Al-Assad, y su aliado ruso, acusaban a los rebeldes de atacar químicamente a sus propias familias para negar responsabilidad alguna.

O cuando, al comienzo de la guerra del Donbass, los rebeldes prorrusos negaron haber derribado el Malaysia Airlines con 298 personas a bordo utilizando un sistema antiaéreo del Ejército ruso. La víspera habían derribado un caza ucraniano pero insistieron en propagar todo tipo de versiones exculpatorias. El tribunal neerlandés las desmontó una a una y condenó a varios militares prorrusos.

Cierto es que la comparación que hizo Zelensky entre la Guerra en Ucrania y la guerra civil del 36 está como poco traída por los pelos. Pero me temo que es el Gobierno ruso el que está haciendo buena la comparación de Bucha con el bombardeo de Gernika, ese del que, huyendo de toda lógica bélica y atentando contra el sentido común, los fascistas acusaron al lehendakari Agirre como parte de una estrategia provocadora. ¿Les suena?