Eli TXAPARTEGI (Argazkiak: A. IVANOV/AFP)

Iglesias reinventadas que escapan al abandono

Spas, boleras, bibliotecas, comedores, talleres para cursillos, guarderías, residencias de mayores... Muchas iglesias de Montreal abandonadas han sido recuperadas y transformadas en espacios destinados a servicios variados. La mayoría se han reinventado con mucho gusto.

Una amplia biblioteca acondicionada en una antigua iglesia.
Una amplia biblioteca acondicionada en una antigua iglesia. (A. IVANOV | AFP)

Durante los últimos años, libros, juegos infantiles, comedores, spas y boleras han sustituido a los crucifijos, a los bancos de oración y a los candelabros en algunas iglesias de Montreal, que se han reinventado de forma original para escapar del abandono.

«Me gusta mucho venir aquí. Me gusta la sensación de una pequeña iglesia, crea un ambiente de trabajo que favorece la concentración», susurra en la biblioteca Mordecai-Richler Alexia Delestre, estudiante de Magisterio.

Bibliotecas con ambiente especial

En uno de los barrios más céntricos y de moda de Montreal, esta biblioteca reemplazó a los bancos de una iglesia anglicana; los arcos de madera y las grandes vidrieras siguen ahí, sobre los cientos de libros apilados en sus estanterías. El ambiente es, sin duda, acogedor, cálido.

«En general, si podemos preservarlas, no queremos destruir las iglesias, porque son edificios hermosos con un excepcional espacio urbano. Son puntos de referencia importantes», añade Justin Bur, de 58 años, miembro de “Memory of Mile-End”, un grupo especializado en la historia del distrito.

Más al norte, en la isla de Montreal, la iglesia Sainte-Germaine-Cousin, que data de los años sesenta, se salvó de la demolición en el último momento y ahora alberga una guardería, una residencia para ancianos y viviendas sociales.

Su imponente estructura de hormigón blanco, su cruz alta y un edificio adyacente en forma de “S” no pasan desapercibidos en el paisaje. Llama la atención de quien pase cerca. En su interior, asientos y juguetes infantiles decoran habitaciones con una geometría atípica, con techos muy altos y grandes ventanales.

«Es realmente el Rolls-Royce de las guarderías», opina Isabelle Juneau, subdirectora de la guardería, fascinada con la arquitectura modernista y la luminosidad del lugar en el que trabaja.

“Ciudad de los 100 campanarios”

En Quebec, otras iglesias se han transformado en spas, boleras, canchas de baloncesto, centros de escalada e incluso fábricas de queso. Pero muchas otras no lograron su transformación y fueron abandonadas en Montreal, apodada “La ciudad de los 100 campanarios” por el escritor estadounidense Mark Twain, quien afirmó que no se podía tirar una piedra «sin romper una vidriera».

La derogación de un impuesto de mantenimiento de las iglesias en la década de los sesenta y el desinterés general de la sociedad quebequense por la práctica religiosa contribuyeron al abandono y al deterioro de muchos lugares de culto.

«Ya no hay sacerdotes ni prácticas religiosas. La sociedad ha pasado a otra cosa», estima Lucie Morisset, investigadora del patrimonio urbano. «Hace unos años, había alrededor de 2.800 iglesias en Quebec y este número va disminuyendo cada día. En Montreal, había alrededor de mil iglesias a principios del siglo XX y hoy, cerca de 400», detalla. La mayoría de las iglesias de Quebec eran católicas y anglicanas.

En los últimos 20 años, se han reconvertido alrededor de un centenar, según el Consejo del Patrimonio Religioso de Quebec. Unas diez han sido derribadas, otras cuarenta han sido transformadas o están en proceso de renovación y el resto ha cambiado de vocación religiosa.

Pero la conversión no siempre es fácil, debido en parte a la inflación galopante. Testigo de ello es la antigua iglesia católica Saint-Mathias-Apôtre, ubicada en un barrio central de la isla de Montreal. «Convertir la iglesia en un restaurante comunitario costó varios cientos de miles de dólares: todo el sótano se transformó en cocina, hubo que descontaminar el terreno…», recuerda Marc-André Simard, del restaurante Chic Resto Pop.

Este establecimiento, destinado a la población más vulnerable del barrio, sirve más de 300 comidas diarias a bajo precio y ofrece formación profesional a personas desempleadas, que se pasean  vitrales multicolores y antiguos confesionarios de madera.

Para él, es «fundamental que el patrimonio religioso no quede abandonado», porque puede servir como «espacio comunitario» y «lugar de residencia».