Shingo ITO (AFP)
CINCO AñOS DESPUÉS DEL DESASTRE DE FUKUSHIMA

UNA RECONSTRUCCIÓN CON DOS CARAS Y A DOS VELOCIDADES

CIUDADES DESIERTAS, CASAS SAQUEADAS, NEGOCIOS PATAS ARRIBA Y HIERBAS INVASORAS, POR UN LADO, Y ANIMADAS CALLES COMERCIALES, ROPA TENDIDA EN LOS BALCONES Y AGRICULTORES AFANADOS, POR OTRA: LA RECONSTRUCCIÓN AVANZA A DOS VELOCIDADES EN LA REGIÓN DEVASTADA POR EL TSUNAMI DE 2011.

Allí donde el maremoto arrasó con todo, los han sido ya retirados. La vida, a pesar de todo, sigue su curso, ahora más lejos de la costa, a mayor altura, menos al alcance de una inundación.

La ciudad de Miyako, situada en la costa noreste de Japón, no era más que una extensión de lodo dos días después de la catástrofe, según fotos tomadas por satélite el 13 de marzo de 2011 y publicadas en Google. Una imagen de finales del pasado febrero muestra un terreno limpio pero deshabitado.

Más cerca de la central de Fukushima Daiichi, en Okuma o Futaba, donde grandes carteles donde alaban de grandes carteles de la «nuclear, energía de futuro brillante», la contaminación radiactiva expulsó a sus habitantes. En cinco años, no se ha hecho nada y el tiempo ha degradado más lo que había quedado abandonada.

En Minami-Soma, a 30 kilómetros al norte de la planta nuclear, las excavadoras están ocupadas. La ciudad planea construir un complejo industrial, erigir una central de energía solar y permitir a los agricultores cultivar arroz donde los niveles de radiación están por debajo de los límites nacionales.

«Volví aquí diciéndome que no podía huir», señala Akemi Anzai, de 51 años, empleado de una cafetería inaugurada el año pasado. Estuvo fuera un año por miedo a los efectos de la radiación en la salud de sus hijos. «Pensé que era el fin del mundo, pero decidí volver, porque es mi ciudad natal», afirma.

Sayuri Tanaka, madre de una hija de seis años, también ha vuelto en Minami-Soma después de tres años. «Me preocupaba la radiactividad. Lo que ocurrió durante los últimos cinco años es real, pero es más importante para mí seguir adelante que pasar el tiempo deprimida», dice a AFP.

«No hay nada para vivir»

Con los años, los clientes vuelven, pero no es lo mismo, explica Yuichi Orikasa, empleado de hotel de 53 años. El establecimiento volvió a abrir tras un mes cerrado después del desastre. «Antes nuestros principales clientes eran hombres de negocios, ahora son ingenieros civiles, voluntarios, trabajadores de descontaminación», señala.

Los antiguos residentes de otros lugares inhabitables por sus niveles de radioactividad más que preocupados están desesperados. «Muchos de mis amigos han perdido la esperanza de volver», se lamenta Yuji Takahashi, de 72 años, en Tomioka, a seis kilómetros de la central. «Incluso si el Gobierno levanta un día las restricciones, nuestras vidas nunca serán como antes», sostiene.

El paisaje de Tomioka está invadido por enormes sacos de plástico negro llenos de residuos contaminados, un drama para este tranquilo pueblo, con bellos edificios de madera situados en unos amplios jardines donde los residentes tenían la costumbre de reunirse en primavera bajo los cerezos en flor y de participar en verano en la fiesta del fuego para rezar por una buena cosecha.

Shinichi Yatsuhashi se resiste a volver a Naraha, la primera ciudad totalmente evacuada y a la que sus residentes pudieron volver en setiembre, aunque menos del 10% lo hizo. «Las autoridades municipales dicen que volvamos, pero no hay nada que nos ayude a vivir con normalidad», subraya Yatsuhashi, que pone de relieve la falta de tiendas, servicios médicos y otras prestaciones necesarias.