Ainara LERTXUNDI
Entrevista
LISSETTE OROZCO
DOCUMENTALISTA CHILENA

«Esos secretos familiares han terminado siendo los secretos de un país»

Lissette Orozco es la realizadora del documental chileno “El pacto de Adriana”. Una introspección en los secretos familiares, al tiempo que una reflexión sobre la dictadura de Augusto Pinochet. Un despertar a la historia familiar y de un país. La protagonista de la cinta es Adriana Rivas, la tía «adorada» de Orozco; una de las agentes de la Brigada Lautaro de la DINA.

«Todas las familias tienen al menos un secreto y la mía no es la excepción». Con estas palabras arranca el documental “El pacto de Adriana” de la joven chilena Lissette Orozco. Estrenada en Chile el 5 de octubre, la cinta ha recorrido importantes festivales internacionales. En entrevista telefónica con GARA, Orozco explica el porqué de este trabajo tan íntimo e intenso, que sitúa al espectador frente a un hondo dilema: cómo afrontar que esa persona tan querida fuera en su juventud agente de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), la policía secreta de Augusto Pinochet.

El arresto en 2006 en el aeropuerto de Santiago de la «bella y poderosa» tía Chany –como llamaban cariñosamente en la familia a Adriana Rivas– puso a Orozco frente al espejo de la dictadura. De un día a otro, descubrió que su «ídola» no había pertenecido a la Fuerza Aérea, sino que fue secretaria personal de Manuel Contreras, jefe de la DINA, y que integró la Brigada Lautaro que operó en el cuartel clandestino Simón Bolívar, de donde ningún opositor detenido-secuestrado salió con vida. Rivas logró burlar la detención domiciliaria y huir a Australia, donde residía desde 1978.

¿Qué le ha aportado unir este rompecabezas familiar?

Muchas cosas en términos de crecimiento personal y de conciencia política y memoria histórica. Este documental me hizo madurar. Me di cuenta de que esos secretos familiares de una historia tan pequeña han terminado siendo los secretos de un país. Me hice cargo de este rompecabezas, tuve que reconstruir la imagen que tenía de mi tía. Pero ese rompecabezas se ha quedado sin terminar porque mi tía nunca quiso reconocer tan siquiera que supiera qué estaba ocurriendo a su alrededor. Según su versión, nunca vio un detenido, pero trabajó en un lugar de donde nadie salió vivo. Eso es contradictorio. Yo creo que no lo hizo por vergüenza; a nadie le gustaría reconocer que estuvo en un organismo tan nefasto como la DINA.

¿Cuál era su idea de la dictadura antes del documental?

Vengo de una familia de derechas y mi percepción de la dictadura era la versión que mi familia me entregó. Tampoco era una joven vinculada a la política que fuera a las marchas… «Los comunistas eran terroristas, no querían trabajar, les robaron las empresas a sus jefes…», era la versión que me entregaron sobre las razones de la dictadura. Haciendo la película entendí qué fue la dictadura. Antes de empezar a hacerla, incluso rehusaba un poco hacer otra película sobre la dictadura; «seguimos hablando de lo mismo», pensaba para mis adentros, reproduciendo lo que decía mi familia. Cuando le preguntaba a mi madre si en el Estadio Nacional habían torturado, respondía que eso era una mentira para sacarle dinero al Gobierno. Con 17-18 años yo era muy ignorante e ingenua con respecto a estos temas. «¿Para qué recordar las cosas malas?», es la postura de mucha gente en Chile, de personas como mi tía o que apoyaron el gobierno militar. Este documental me abrió los ojos.

Debe resultar bastante difícil procesar una verdad como la de su tía Adriana Rivas...

Sí, pero como tardé cinco años en hacer el documental, eso me permitió ir procesando cada información que me llegaba. Personalmente, lo más interesante de este proyecto creo que es el viaje que realiza mi madre. Cada entrevista que realizaba, cada dato que recibía, lo compartía con ella; vivimos juntas ese cambio de conciencia. Ella sigue sintiéndose de derechas pero ya no dice que es pinochetista. Cuando fuimos al estreno del documental, la escuché decir en una conversación con otras persona que ella tampoco estaba de acuerdo con la impunidad, palabras que antes ella jamás habría usado. Los jóvenes tendemos a subestimar a los mayores y a pensar que están cerrados en sus ideas, que nunca van a entender el otro lado. Y no. Yo nací en democracia, me entero de todo esto, hago una película y tengo un discurso. La de mi mamá fue una transformación real porque ella vivió la dictadura.

¿Qué efecto ha tenido la cinta en el resto de la familia?

Mi familia la divido en dos: «mi familia clara» y «mi familia oscura». En la primera están mi mamá, mi papá, mis tíos y primos. Son quienes entienden este viaje. En la segunda están los hermanos de mi tía y de mi mamá. Ellos me han retirado el saludo. Tenían incluso intención de demandarme. Se sienten traicionados porque no hice la película de limpieza de imagen que a ellos les hubiera gustado. Me dolió que no me quisieran saludar, pero ya he aceptado y procesado esa cirugía familiar que yo misma busqué. Aunque seamos parte de la misma familia, éticamente y moralmente no pensamos igual.

Resulta dura la conversación que usted mantiene con Jorgelino Vergara, «el mocito» de la DINA, quien llevaba cafés durante las sesiones de tortura...

Llegué hasta este personaje porque mi tía me pidió que hablara con él. Al principio, él me intentó cobrar dinero por la entrevista. Le dije que no. Mi tía me insistió en que hablara con él, que le mostrara unas fotografías para que me diera cuenta de que la estaban confundiendo con otra persona. Finalmente acepté. «El mocito» llegó con un discurso muy preparado. Fue un personaje revelador, no solo para mí –porque me contó detalles de lo que hizo mi tía–, sino para Chile, porque él reveló la existencia del cuartel de exterminio Simón Bolívar. Es un personaje oscuro, siniestro e hipócrita.

En la cinta también entrevista al periodista Javier Rebolledo, autor de «La danza de los cuervos» –que dio a conocer la Brigada Lautaro que integró su tía–y del libro «El mocito».

Leyendo estos libros empecé a interiorizar el horror. Luego me encontré con los personajes del horror. Es totalmente contradictorio leer las cosas tan duras que se relatan en el libro y, después, juntarme con esas señoras, amigas de mi tía. Por ejemplo, a Gladys Calderón, en cuya casa había estado, la nombran como «la diosa del cianuro». Es muy fuerte pensar que estás en la casa de una mujer tan perversa y tan dulce contigo.

Todos ellos mantienen a día de hoy un pacto de silencio...

Al principio pensaba que ese pacto de silencio era con la institución misma. Después pensé que era con sus superiores, pero estos están muertos. Entonces, el pacto de silencio, ¿para con quién es? Por eso, el documental se titula “El pacto de Adriana”. Es un pacto consigo misma, porque es tan vergonzoso e inconfesable que muchos de los exagentes de la DINA prefieren ir a la cárcel o suicidarse antes que confesar lo que hicieron.

¿Ha tenido relación con su tía tras el estreno del documental?

No. En una de las conversaciones más duras que mantuve con ella me di cuenta de que nunca daría, su brazo a torcer ni a reconocer, y le eché en cara el daño social que la gente de la DINA está provocando con su silencio, dejando sangrar la herida. Ella también arrojó toda su oscuridad y me dije «hasta aquí».

En un momento, su tía justifica el uso de la tortura. ¿Cree que la sociedad actual también?

No sé si específicamente la tortura, pero la gente sí justifica el Gobierno de Pinochet. Cuando hablo con jóvenes de mi edad que se identifican como de derechas, dicen que gracias a Pinochet estamos bien a nivel económico, cuando Chile es el país más desigual que he conocido. Hasta la Constitución sigue siendo la misma que nos dejó Pinochet.

Secretos que no se ciñen solo al ámbito familiar, sino que afectan a la sociedad en conjunto...

La invitación de la película es a hablar y a sacar a la luz los secretos familiares y del país, porque echándoles tierra lo único que hacemos es taparlos pero, en algún momento, saldrán a la luz. El daño generacional seguirá si no hablamos. Yo soy ya la cuarta generación.

¿Cómo valora la acogida de este trabajo?

Lo he presentado en más de veinte países y allá donde voy me encuentro con un chileno exiliado. Muchos se acercan a contarme su historia. Más allá de que sea chilena, la cinta cuenta una historia universal; todas las familias tenemos secretos y el espectador empatiza. Por supuesto, en los países que sufrieron un régimen dictatorial –España, Argentina, Brasil– empatizan desde otro lugar porque también vivieron el terror.