Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
Suharekë

LOS DESAPARECIDOS, EL RECUERDO QUE IMPIDE DEJAR ATRÁS UN CONFLICTO

Todavía quedan 1.135 albanokosovares, 418 serbios de Kosovo y 151 miembros de otras minorías desaparecidos a causa de la guerra que asoló el enclave. Halit Berisha, que perdió a 48 familiares en la masacre de Suharekë, lucha por esclarecer la verdad y recuperar sus cuerpos. Pero cuando toca recordar a los serbios de Kosovo desaparecidos, reina el silencio.

Fue un orgullo verle cara a cara y decirle que era un criminal de guerra». En el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY), durante tres largos días, Halit Berisha se enfrentó a Slobodan Milosevic. Estaba muy nervioso y, además, Milosevic se defendía asegurando que su investigación era propia de un principiante, pero Halit no perdió su oportunidad de recordar al mundo que en Suharekë fueron masacradas 49 personas, 48 de las cuales eran sus familiares. «Si hubiera sido declarado culpable mucho antes de morir...», lamenta hoy, a sus 77 años.

En esta región de históricas contiendas, Berisha se entristece al sentir que su vida vuelve siempre a ese oscuro 26 de marzo de 1999, dos días después del inicio de los bombardeos de la OTAN en Kosovo. Porque la guerra marca y si, además, eres un actor principal en un conflicto que ha dejado 1.704 desaparecidos, el bucle se hace interminable y la vida cobra una constante intranquilidad y un sentido inesperado en el que la venganza es igual de importante que la verdad. «Me siento intranquilo. Mi alma me pide que haga lo que sea por buscar a esa gente, pero también necesito Justicia. Tengo un documento con los posibles culpables. Los serbios tenían preparada una limpieza étnica, pero la comunidad internacional no quiere juzgar a más criminales», sostiene.

En Suharekë, un monumento con los nombres de los fallecidos en la región y un ramo de flores secas en una de las ventanas del lugar de la tragedia, la pizzería Kalabria, no hacen más que devolver a Halit Berisha a ese pasado. En la pizzería, que no presenta más cambios que las huellas que deja el olvido, depositaron seis cuerpos antes de matar a otras 43 personas. A escasos metros hacia el sur hay una mezquita en la que, según el testimonio de Milosevic, estaban apostados los francotiradores del Ejército de Liberación de Kosovo (UÇK). Berisha lo niega hoy al igual que lo hizo durante el juicio. A otros pocos metros hacia el norte está la gasolinera en la que trabajaba Jashar, hermano de Halit. El nombre de la compañía ha cambiado: ya no es la croata INA, sino la italiana IP.

Jashar fue quien vio a las tropas panserbias aparecer en la ciudad. Entonces llamó a su hermano. «Me dijo que pasaba algo raro, que estaban encerrando a la gente en la pizzería –Halit se estremece unos segundos–. Le dije que viniera, pero quería terminar de trabajar. Yo salí corriendo en cuanto me llamó». Jashar no concluyó su jornada laboral. Como testigo de la masacre que se estaba gestando, fue llevado a la pizzería. Luego sería ejecutado junto a otras 42 personas. Vjollca, Gramoz y Shyrete Berisha fueron los únicos supervivientes. Se hicieron los muertos cuando cargaban los cuerpos en camiones que se dirigirían a Prizren. Doce kilómetros después, saltaron y lograron escapar.

La región de Suharekë era un bastión del UÇK: sólo el 4% de sus 60.000 habitantes eran serbios. La revancha, como es habitual en los conflictos, se cebó en los civiles, sobre todo sobre en los Berisha, una familia con tradición en política. Halit fue alcalde entre 1989 y 1991 y su primo Destan participa hoy en las elecciones locales, y además, el edificio desde el que la Misión de Verificación vigilaba el conflicto, situado cerca de la estación de Policía, era de la familia.

«Tenía hijos en el UÇK, pero no creo que fuera el motivo de la masacre. Ni siquiera la justifica. Lirije estaba embarazada, Natixhe era la mayor, dieciocho eran menores. Estaba mi hermano, que me salvó la vida», recuerda, como habrá hecho decenas de veces , Halit Berisha, que fue refugiado entre el 21 de mayo y el 23 de junio de 1999.

Desde entonces, este albanokosovar ha centrado su vida en documentar la tragedia y buscar a los desaparecidos albaneses de Suharekë. El TPIY confirmó 45 de las 49 muertes de la matanza de la pizzería Kalabria. «Entre 1998 y 1999, 561 albaneses fueron asesinados en esta región. 121 personas siguen desaparecidas: cinco de Samadraxhë desde el 27 de marzo de 1999, cinco de Leshan desde el 28 de marzo... de la masacre de Suharekë quedan 20 desparecidos. Mi hermano fue encontrado en Batajnica», relata.

Batajnica, un suburbio de Belgrado, es la fosa común que representa la crueldad de la guerra. Allí aparecieron en 2001 más de 700 cuerpos de origen albanés. Halit cree que muchos más fueron trasladados a Serbia. «Tienen que presionar a Serbia para que nos revelen el lugar donde están los cuerpos. Ellos tienen que tener esa información», afirma. Muchas más fosas comunes han sido descubiertas en Kosovo, aunque no del tamaño de la de Batajnica, y otras nuevas podrían aparecer también en Albania, territorio donde se refugiaba el UÇK durante el conflicto. Pero han pasado veinte años y sin la colaboración de los gobiernos cualquier avance se antoja imposible.

Serbios, romaníes...

La documentación y el relato de Halit Berisha son de parte, no incluyen a los serbios, que abandonaron Suharekë el 6 de junio de 1999. En cambio, Humanitarian Law Center (HLC), una iniciativa civil de los países nacidos de la antigua Yugoslavia que lucha por establecer una comisión de la verdad sobre los crímenes de guerra en los Balcanes desde el 1 de enero de 1991 hasta 31 de diciembre de 2001, cuando finalizó el conflicto en Macedonia, estima que 13.581 personas perdieron la vida en Kosovo. De ellas, 10.367 eran civiles: 8.702 albaneses, 1.203 serbios y 462 romaníes y otras minorías.

El director de su rama kosovar, Bekim Blakaj, aporta datos concretos sobre los desaparecidos: «La primera lista fue publicada por la Cruz Roja en mayo de 2000. Tenía más de 4.000 desaparecidos. Aún quedan 418 serbios y 1.135 albaneses, aunque hay más de 300 cuerpos sin identificar en el Instituto Forense de Pristina, y lo más probable es que sean albaneses». Lorraine Degruson, trabajadora del HLC que acompaña a Blakaj durante la entrevista, añade que «de los 2.000 serbios desaparecidos o muertos, 679 civiles y 36 policías o soldados yugoslavos son posteriores al 15 de junio de 1999».

Los datos son contundentes y reflejan la dinámica del conflicto: el 56,4% de los civiles serbios fallecidos murieron tras terminar la guerra, mientras que en ese periodo la cifra de albaneses ejecutados es del 2,7%. Así, las fechas se han convertido en una causa de debate para la reconstrucción de la verdad, sobre todo porque los albaneses están interesados en mantener que los crímenes de guerra son aquellos que ocurrieron hasta la capitulación. Pero el HLC va más allá: «La guerra terminó en 1999, pero hay muchos casos relacionados que son posteriores».

Esos crímenes sucedieron, además, cuando al cargo de la seguridad estaba la comunidad internacional, que gobernó el país hasta 2008 a través de la UNMIK. Pese a ello, nadie espera que los responsables internacionales, dotados de inmunidad, sean juzgados. ¿Y qué quieren las familias? «Que respondan ante la ley», asegura Blakaj, quien niega que el grueso de los serbios de Kosovo fallecidos fueran paramilitares, como dicen ciertos grupos albanokosovares.

Para abarcar el periodo posterior a la guerra, el Parlamento kosovar aprobó en 2015 una ley para permitir el establecimiento de una Corte Especial en La Haya para investigar los crímenes de guerra hasta el 31 de diciembre de 2000, incluidas las polémicas acusaciones del informe Dick Marty sobre el tráfico kosovar de órganos en el norte de Albania. La presión internacional y las manidas promesas de agilizar la integración en las instituciones globales allanaron el camino para esta ley que podría salpicar a los principales políticos del país. Pero como la integración sigue sin llegar, la coalición gubernamental ha intentado revocarla, aunque no ha obtenido el apoyo necesario.

Además, los antecedentes en La Haya no son prometedores. El TPIY ya falló a la hora de presentar evidencias: en muchos casos los testigos fueron ejecutados o cambiaron sus declaraciones. Blakaj, que fue arrestado en Belgrado el 13 de mayo de 1999, torturado durante 26 días e incluso incluido temporalmente en la lista de desaparecidos, no tiene esperanzas: «Han pasado veinte años y las evidencias pueden haber sido destruidas. Es un caso muy difícil de investigar y no espero que se logren avances».

Los desaparecidos y los crímenes de guerra son dos de las causas que impiden cerrar las heridas tras un conflicto armado. Por desgracia, los precedentes dejados por otras guerras auguran que no todos podrán enterrar a sus familiares. Pero el número de decepciones será mayor sin la colaboración de las partes implicadas. «Kosovo y Serbia tienen que reconocer la verdad. Porque sin la verdad, ignoramos a las víctimas», insiste Lorraine Degruson.

Mientras tanto, el eco de la guerra seguirá atizando los recuerdos de Halit Berisha, que no podrá descansar hasta que recupere ese centenar de cuerpos que aún esperan recibir sepultura en Suharekë. Su documentación, pese a ser partidista, es correcta, un resumen de la parte más oscura de una guerra y de las secuelas imborrables en quienes la sufrieron. Porque Berisha, por mucho que lo intenten sus seis hijos, trece nietos y tres biznietos, ya no será él mismo. La guerra se lo llevó junto a otras 49 personas.