Tulbure CORINA
Bucarest
ISLAMOFOBIA CRECIENTE EN EUROPA

RUMANÍA OLVIDA SU PASADO Y ENDURECE SU POLÍTICA MIGRATORIA

A pesar de que recibe pocas personas al año y de que la mayoría no quiere quedarse en el país, Rumanía endurece sus políticas migratorias, a diferencia de los años 70-90, cuando decenas de miles de ciudadanos árabes recibían una cordial bienvenida.

El periodista palestino Sameh Habib ha visto cómo de repente se ha vuelto un inmigrante, aunque vive en el mismo lugar desde hace 30 años. Igualmente, el dentista Isan al Kurdi pasó a ser no ya simplemente Isan sino el señor musulmán, aunque hasta 2015 nadie se había fijado en su confesión religiosa.

A diferencia de los países occidentales, antes de 1989 Rumania mantuvo relaciones estrechas con los países árabes. Entre 1970 y 1990, medio millón de estudiantes procedentes de Siria, Libia o Palestina pasaron por Rumania, de los que más de 30.000 eran sirios. Miles de rumanos trabajaban en sectores de la ingeniería o como médicos en Yemen, Siria o Irak. La amistad entre el régimen de Ceausescu y sus homólogos del mundo árabe como Gadafi, Al-Assad o Sadam Husein no se basaba solo en el envío de trabajadores, sino también en el comercio de armas o en el intercambio de las técnicas de represión de la población, lo que se conocía como policía política.

La ruta migratoria era la contraria, porque los rumanos eran los que querrían emigrar a Siria o Irak. «En el avión de Damasco veías rumanos cargados con bolsas de chocolates o perfume», recuerda Sameh Habib, quien ahora ya tiene la ciudadanía rumana tras vivir hasta 2015 con estatus de refugiado. «¿Choques culturales cuando llegué a Rumania? A finales de los 80 no había televisión color en Rumanía y ponían pegatinas azules en las pantallas. O veías un paquete de café vacío puesto en la estantería, como adorno, el café era un lujo aquí».

Tras acabar los estudios de periodismo trabajó en Alger, regresó luego a Rumania porque se había casado, pero nunca a Siria donde había nacido para evitar tener que ingresar en el Ejército. Ahora dirige el Centro Cultural Palestino de Bucarest.

«Llegué a la cantina de los estudiantes y solo tenían frijoles, en la residencia agua caliente una vez a la semana durante dos horas. Si te lavabas bien, si no adiós. Eso sí era choque cultural. Sobornábamos a los de la cantina, que tenían agua caliente y nos duchábamos allí», recuerda el dentista al Kurdi, quien lleva más de 25 años en Rumanía y que ahora regenta un bar en Bucarest.

«Yo me quede tres minutos bloqueado cuando vi a una pareja besándose en la calle», se ríe Mazen Rifai, periodista sirio residente en Bucarest desde 1991 y autor de varios libros. Era 1991 y bajaba del tren en Varna, Bulgaria. «Al verlos, no sabía qué estaba pasando. Yo vengo de una familia abierta, hemos tenido una educación mixta y los besos en la familia eran lgo habitual, pero imposible en la calle. Me asusté pensando en que iba a detenerlos la policía».

Pero tras la entrada de Rumania en la UE las políticas migratorias han cambiado y con ello las vivencias de la gente que llega al país. Unas imágenes publicadas en las redes sociales por el Ministerio de Defensa rumano muestran entrenamientos de los equipos de frontera en el puerto de Constanța, armados con equipamientos de alta tecnología para recibir a las maltrechas barcazas que llegan desde Turquía. Los estudiantes de medicina procedentes de países árabes no pueden ejercer su profesión en el país sin acceder a la nacionalidad rumana. Un profesor de ciencias políticas de una Universidad de Bucarest expulsó de su clase a dos alumnas que llevaban el velo. En los titulares de las televisiones locales se habla de «invasión», cuando los migrantes que llegan ni siquiera optan por quedarse en Rumanía si no tienen ya lazos familiares en el país. «En 2017 llegaron alrededor de 1.800 personas, y solo se quedaron 200, pero muchas de estas se irán cuando acaben de tramitar la documentación», explica Mazen Rifai.

Actualmente la ruta de entrada a Rumanía por el Mar Negro es una de las más peligrosas por las altas olas y por su duración (más de 4 días). Cosmin Bârzu, del centro de recepción, explica que al llegar a Constanta, muchos reciben solo una residencia ambigua, con «estatuto de tolerado» que les confiere derecho de circulación solo en la ciudad en la que viven: «Cuando llegaron las barcas con migrantes en 2017 algunos solicitaron asilo, otros intentaron luego huir a Hungría y otros fueron trasladados a un CIE en Bucarest-Otopeni como paso previo a su expulsión». Habían sido engañados en Turquía, dado que la gente esperaba alcanzar las costas de Italia o Francia. Tras haber sido abandonados en alta mar por el traficante turco, la barca entró en las aguas territoriales de Rumania. «Todos eran kurdos, procedían de Irak e Irán. Llegamos a atender a más de 2.000 personas».

frío recibimiento e incertidumbre

En el barrio de Doamna Ghica de Bucarest, entre modestos bloques alineados, se ubica uno de los centros de alojamiento habilitados para las personas que llegan buscando protección oficial. Hablamos con una familia de Kurdistán en la entrada, puesto que no nos dejan visitar las instalaciones. Cuentan que hasta cinco personas viven en la misma habitación, cocinan allí y durante nueve meses reciben una ayuda de poco más de 100 euros al mes. Un joven palestino en la entrada se queja por no recibir información sobre su próximo destino. «Llevo meses esperando y no sé si me dejan quedarme en Rumanía». Otra joven que dice venir de Afganistán con su hija pequeña teme que le denieguen la solicitud de asilo.

A este centro suele acudir Adel Fares, establecido ya en Rumania desde 1991, para contactar con los sirios que acaban de llegar. Regenta una empresa de construcción en Bucarest y contrata tanto a jóvenes rumanos, como a sirios que llegan ahora desde Turquía o Grecia y se quedan en el país con estatuto de refugiado. A Adel Fares le han salido bien las cosas: «Nunca me he sentido despreciado. Hay personas de Siria o Líbano que han venido aquí y han hecho millones, otros se han arruinado. Ahora está cambiando la mentalidad a causa de las noticias y de los atentados», lamenta.

En su empresa acaba de contratar a Mohamad. «Ha llegado desde Serbia, ha tramitado sus permisos y piensa quedarse aquí. Su mujer vendrá aquí desde Egipto. No quiere irse a Alemania o Suecia porque aquí ya tiene amigos» comenta.

Adel reconoce que antes era mas fácil hacer amistades. Considera que el Estado no tiene experiencia en recibir a los migrantes, ni hay tampoco información para hacer frente a las noticias que llegan ahora. «Por ejemplo, en Constanta han alquilado un terreno para abrir un centro para inmigrantes. La gente del pueblo ha salido a la calle a decir que no quieren refugiados. No tenían ningún contacto con los migrantes, no sabían nada de ellos y han salido a protestar porque no querían que hubiera un centro en su localidad. Ahora las noticias hablan sobre nosotros, pero la gente no habla con nosotros. Cuando yo llegué a Rumanía era al revés», recuerda con nostalgia.

Ante un té en una barraca improvisada en la obra, Adel no quiere hablar demasiado de su país: «Todos los vagabundos del mundo se han juntado ahora en Siria». Su familia esta repartida entre cinco países y tres continentes: «Desde que empezó la revolución he intentado ayudar a la gente que viene de Siria, vamos a los centros de refugiados y les buscamos alojamiento y luego un trabajo». Confirma que poca gente se queda en el país :«Los refugiados tienen derecho a trabajar, pero el sueldo es rumano, por lo que es normal que quieran irse. ¿Por qué se van los rumanos del país? Yo he ido como turista a Alemania, pero no me atrae, prefiero estar aquí, me siento mejor, no se cómo explicarlo, para mi eso es importante, no quiero sentirme inmigrante. Esta integración es algo complicado. Aquí nadie me trataba como a alguien diferente».

Al ingeniero rumano Hincu Ion le cuesta explica el actual rechazo a los extranjeros en el país. Sus historias son distintas y teme que quedarán engullidas por las noticias. Trabajó en Irak y Siria como topógrafo entre 1979 y 1981. Compartió con los trabajadores sirios la represión y la buena comida: «nos quitaban los pasaportes y estábamos vigilados, tanto por los rumanos que sabíamos que eran de la policía secreta, como por los informadores sirios que cooperaban con la policía rumana. Para que no pudiéramos huir y así no tener que regresar después a Rumania. He trabajado a unos 120 km de Alepo y en Raqa, hacíamos sistemas de irrigación. Otros 3.000 rumanos trabajaban en una fábrica de cemento de Latakia. Cada seis meses regresaba con una maleta de mas de 90 kilos repleta de dulces, café, tabaco, ropa; era lo que regalaba a mi familia».

Recuerda haber sido invitado a una boda en Raqa «Yo hablaba un poco de árabe y ellos algo de rumano, cuando nos fuimos llorábamos los dos. Cuando te consideraban su amigo te daban cuanto tenían. No entiendo cómo hemos cambiado tanto».”

Lo que parece no haber cambiado son las relaciones entre los hombres de negocios y los políticos de Siria y Rumanía. Una investigación publicada este mes en Rumanía desvela toda una red de corrupción, chantaje e intento de asesinato implicada en la compra de terrenos en la zona del puerto de Constanta, vinculada con la familia de Al-Assad, la embajada siria en Rumania y las autoridades rumanas. Mientras tanto, los ciudadanos sirios que llegan a Rumania desde Grecia o Turquía aguardan meses de espera para conseguir el estatuto de refugiado, la llave para iniciar un futuro incierto.