Raimundo Fitero
DE REOJO

Mi día

Y de repente es el día. Cada día se conmemora el día de una idea, una enfermedad, una noción, un acto. No sé si estoy a favor o en contra. Me preocupa no tener día para celebrar todos los días. Pero cuando se encadenan el día de la poesía y de la felicidad, previos al del Síndrome Down, uno entra en esos días en los que mirar a la luna rebosante es un acto de conspiración contra el orden desordenado. «La felicidad, ja, ja, ja, me la dio tu amor», se cantaba en los tiempos en los que los generales no encabezaban listas, sino consejos de guerra. Entonces no había listas. 

Es difícil atrapar la felicidad. Quizás inspire a las poetas que desayunan pan integral con aceite de oliva virgen extra. Los políticos que aparecen en nuestras pantallas, que embadurnan nuestra integridad humana, que resbalan ante la aceitosa vulgaridad con la que se expresan y planifican, no deben ser felices. Tampoco diría que infelices. Son pedazos de estadísticas pegados a una coyuntura. Tienen diarreas vespertinas que solucionan con supositorios de encuestas amañadas. Toman el aceite de ricino de sus asesores y patrocinadores secretos y clases de ignorante sumisión. La historia ni los juzgará porque son anecdóticos. Harán mucho daño, pero no trascenderán.

Los días de la felicidad me los paso saltando el potro de la realidad, por si fuera posible que un accidente testicular me dotará de sabiduría sobrevenida. Ahora recuerdo con nostalgia mis noches de felicidad, cuando no encontraba nunca el interruptor de la luz al llegar a casa amaneciendo. A veces llevaba la mochila llena de octavillas. Otras el aroma de la clandestinidad me acunaba entre tus brazos. Y soñaba con la Democracia. A veces te susurraba al oído palabras que rimaban con revolución. He acabado en una secta con logo de manzana mordida. Y voto por no llorar. Es mi día.