Dabid LAZKANOITURBURU
IRUN
CONGRESO INTERNACIONAL DE TERRORISMO YIHADISTA (Y II)

Entre el difícil análisis de una sinrazón y el ya manido recurso a la securocracia

Todo congreso, y más uno dedicado al «terrorismo yihadista», presenta una dicotomía, una dialéctica si se quiere, entre lo institucional y las aportaciones de expertos y académicos. Si a eso se añade que no pocas veces lo institucional y lo académico se funden en una síntesis en la que al final no sabes si estás hablando con un policía experto o con un experto que colabora con la Policía, se corre el riesgo de perder toda perspectiva.

A la confusión entre lo institucional y lo académico de un congreso como el dedicado al «terrorismo yihadista» se suma el tufo securócrata avalado por una poco discreta presencia policial (Ertzaintza).

Menos mal que hay expertos y participantes que, con sus intervenciones, intentaron centrar el foco en las razones, que también las hay, por las que estamos hablando de una amenaza como la del yihadismo. El plenario del jueves sobre el nuevo entorno estratégico tras el desplome del califato en Siria e Irak fue un ejemplo acabado de esa dualidad.

Presidido por el delegado del Gobierno español, Jesús Loza, este insistió todo lo que pudo en advertir de la, a su juicio, necesidad de prevenir la radicalización en nuestro entorno, en referencia a Euskal Herria. Insistencia disculpable acaso por la cercanía con la que le ha tocado vivir –y sufrir, como a todos– el conflicto, pero que no solo se abona a una tesis alarmista discutible y discutida, sino que estaba fuera de lugar, como demostró el secretario general de Instituciones Penitenciarias, Angel Luis Ortiz quien, invitado en el último momento al acto, cifró en 142 los presos en cárceles españolas condenados por «terrorismo». No le hizo falta concretar, por supuesto, que hablaba de condenados por yihadismo.

Ausente el doctor en Ciencias Políticas de la UPO y presidente del Congreso, Manuel Ricardo Torres, el general director –que no director general– del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), Manuel Dacoba Cerviño, fue el encargado de dibujar el escenario estratégico tras «la derrota territorial o física en términos militares, pero no total», del ISIS. Y lo hizo en una exposición sucinta pero interesante (siempre interesa saber qué opina sobre geopolítica quien fuera «general de la Brigada Mecanizada del Regimiento aquí en San Sebastián» y que «sirvió», entre otros destinos, en Bosnia y en Irak).

Acertada fue su defensa, frente a los que le niegan cada vez más peso, del mandato de la geografía en una región, Oriente Medio, cuyos puntos cardinales son al norte Turquía y Rusia, al este Irán, Afpak y China, al sur el Cuerno de África y el oeste el Magreb y un Sahel escenario precisamente «de la recomposición del yihadismo».

Como pertinente fue su recordatorio de que Europa está cercada por una anillo que, en sentido contrario, sube desde África y Oriente Medio y cruza el Cáucaso llegando hasta Ucrania, «y comprende la práctica totalidad de los conflictos en el mundo».

Ya en referencia a los actores regionales y globales en Oriente Medio, el general Dacoba esbozó el papel de una Rusia «que ha venido a quedarse». Su explicación de la actuación rusa, tanto en Crimea como en Siria –asegurar las bases militares navales y un corredor desde el Mar Negro al Mediterráneo–, así como sus dudas de que la alianza estratégica actual entre Rusia y China (contra un rival común, EEUU) sea poco más que coyuntural y su augurio de que a medio plazo no pasará el filtro del tiempo, fueron aportaciones valiosas en un contexto mundial volátil en el que aliados de hoy son enemigos mañana y rivalidades y complicidades se entrecruzan endiabladamente, «sobre todo en Oriente Medio».

Y qué no decir de unos EEUU a cuyos errores tras la ocupación atribuyó acertadamente el surgimiento del ISIS, concretamente a «la desbaasificación de Paul Bremer que arrojó a los brazos de la sucursal siria de Al Qaeda a miles de bien adiestrados y armados exsoldados iraquíes, y al repliegue de Obama en 2011, que permitió al primer ministro chií Al-Maliki abandonar a su suerte a las milicias suníes (Al-Sawa), a las que el general Petraeus había realistado acertadamente en 2007».

El paradigma petrolero

Unos EEUU que, recordó, son autosuficientes y ya no dependen de los hidrocarburos de sus aliadas monarquías del Golfo, lo que, unido a la pugna económico-tecnológica –«y a mucho no tardar» militar– con China, han virado hacia el Sureste Asiático sus prioridades estratégicas. Pero unos EEUU que «tampoco abandonarán totalmente el escenario», predijo el general, recordando que la retirada anunciada hace casi un año no se ha cumplido, e insistiendo en que su política exterior es un continuum en el que los efectos de los anuncios vía twitter de Trump tienen un efecto limitado, aunque sea visible en algún caso como en el seguidismo ya sin complejo alguno de Israel.

En el turno de preguntas, y aparte de una que, con el manido lenguaje antiimperialista y con el recurso clásico a las comparativas, volvió a reivindicar una verdad absoluta que el general aseguró compartir en buena parte, pero no en su totalidad, tuvo que ser un asistente de nacionalidad argelina quien recordara, tanto al militar como a quien le precedió, que esto también va de democracia y que lo que hace el yihadismo es aprovechar el vacío de poder, como en 2011, «y como ahora acarician los islamistas del FIS en Argelia».

Va de democracia, precisamente para no acabar entrampados por la securocracia.

El riesgo de confundir conceptos, igual que hacen los yihadistas

Manuel J. Gazapo Lapayese, doctor en Relaciones Internacionales, presentó, junto con Sergio Gracia Montes, de la Universidad de Córdoba, un taller sobre los fundamentos ideológicos y acción política del salafismo.

Un concepto que se confunde automáticamente con yihadismo. «El salafismo es una corriente que aspira a vivir como los compañeros del profeta Mahoma y los inmediatamente posteriores, los salaf», señala Gazapo, para explicar que «es una pretensión de retornar a los tiempos del pasado que cobra especial relevancia en el siglo XX, como reacción a evoluciones que llegan de la mano de Occidente como la democracia, la promoción de los derechos de las mujeres y la reducción del peso religioso, algo que el islam no puede aceptar en tanto que la religión y la política están esposadas, para lo bueno y para lo malo».

Para el experto, «en principio, eso no supone un problema. Si el salafista, como el judío ortodoxo o el miembro del Opus Dei, quiere vivir de forma arcaica allá él; eso sí, mientras respete los círculos de libertad de cada uno».

Porque los seguros roces que genera ese arcaísmo «se convierten en un problema securitario cuando se vuelve rigorista, el rigorismo se convierte en fundamentalismo y el fundamentalismo desemboca en el yihadismo».

Gazapo reconoce así que ese arcaísmo «es una bomba de relojería, porque el que vive pensando que lo anterior era lo positivo va a tener de por sí una pasión y una necesidad de retornar que a lo mejor se queda en la mezquita, pero si pasa a la acción política tenemos un problema y si pasa a la acción militar tenemos el terrorismo».

Sergio Gracia arrojó luz sobre la confusión conceptual y aclaró términos como hanbalismo, que es «una de las cuatro escuelas jurídicas del islam, la rigorista», el salafismo y el wahabismo, «un movimiento político religioso que busca revivir lo que los salaf habían vivido, pero bajo los cimientos de la rectitud y el proselitismo para obligar a la comunidad a vivir bajo esa rectitud».

No es el batiburrillo conceptual, sin embargo, el único error que, a juicio de Gracia, cometen no pocos exégetas del islam. De un lado, «solo tienen en cuenta tres o cuatro referentes históricos de esa doctrina y se olvidan de una treintena tanto o más importantes». Y, de otro, siguiendo con Gazapo, «además leemos ¡en traducciones de los años 50! a esos cuatro individuos que el terrorismo de corte seudorreligioso utiliza como legitimación o pantalla impermeable para atentar. Estamos utilizando un teléfono escacharrado», ilustró.

Pero, ¿no estamos ante una simple cuestión académica y a una pugna entre expertos? El investigador andaluz tiene claro que no. «Recurrir a fuentes terciarias y no primarias y, en caso de no conocer el árabe o el árabe clásico, fiarse de traducciones dudosas es un grave problema de desinformación que no sirve para aclararnos a qué nos enfrentamos y que puede llevar a una toma de decisiones errónea», sostuvo.

Y es que al fin y al cabo, «acabas haciendo la misma política que estás criticando; criticas que un líder salafista utilice para soliviantar a la gente elementos descontextualizados y tú estás haciendo lo mismo». D.L.