Miguel FERNÁNDEZ IBÁÑEZ
MACEDONIA DEL NORTE

La alargada sombra de Bulgaria sobrevuela Macedonia del Norte

Pese a que fue el primer país en reconocer su independencia, Bulgaria niega su lengua, de la que dice es su dialecto, y no acepta que Macedonia del Norte considere suyos acontecimientos y líderes históricos que forman parte de la identidad búlgara.

La integración de Macedonia del Norte en el bloque occidental es cuestión de tiempo: su posición geoestratégica en mitad del sur de los Balcanes convierte a este joven país en una codiciada pieza del tablero regional. El año pasado, Skopje solucionó con Atenas su disputa por el legado de la Antigua Macedonia y el nombre de su región homónima que impedía su entrada en la OTAN y la UE. Una vez asegurada la presencia militar de la Alianza, y pese a que el pasado 18 de octubre la UE rechazó la apertura de las negociaciones de adhesión, se espera que en 2020 comience el proceso con Bruselas. Todo puede retrasarse, pero como ocurrió con el contencioso con Grecia, será un trago amargo, tal vez mucho más amargo: todo depende de Bulgaria, que podría complicar la adhesión por una disputa en el relato de personalidades y acontecimientos históricos que conforman la identidad de ambos países.

«El Gobierno búlgaro apoya la apertura de las conversaciones. Sin embargo, la implementación del tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación (firmado en agosto de 2017) es nuestra condición. En otras palabras: si el trabajo de la comisión conjunta es impedido por Macedonia del Norte habrá consecuencias en el proceso de negociación con la UE», afirma Naoum Kaytchev, representante por Bulgaria en la comisión conjunta de hechos históricos y educativos.

Una vez reconocido el pasado heleno de Alejandro Magno, los macedonios dicen formar parte de los grupos eslavos que se asentaron en los Balcanes a partir del siglo VI y consideran suyos importantes líderes que dominaron la región.

Sin embargo, es aceptado por los historiadores que esos líderes eran búlgaros que lucharon contra Bizancio y que incluso llegaron a establecer un Imperio. Luego llegaría el turno regidor del Imperio otomano, donde el credo imperaba sobre la nación, y cuyo ocaso facilitó el auge de los nacionalismos, con la destacada participación de la Iglesia búlgara.

En julio de 1878, el tratado de Berlín, firmado entre los otomanos y las potencias europeas, reconoció la soberanía de serbios, rumanos y montenegrinos sobre parte de la región (el sur siguió dominado por la Sublime Puerta), dejando a un lado las amplias reclamaciones territoriales de los búlgaros. Esto indignó a Sofía y marcó su posición político-militar hasta el final de la II Guerra Mundial: siempre quiso implementar el efímero tratado de San Stefano, firmado entre Rusia y el Imperio otomano en marzo de 1878 y que entregaba a Bulgaria una gran autonomía dentro del Imperio y el control sobre la actual Macedonia y otras regiones del sur de los Balcanes. Al final, después de cuatro conflictos bélicos, lo que hoy es Macedonia del Norte terminó siendo una región dentro de Yugoslavia, que inició un proceso de macedonización o alejamiento de Bulgaria que desencadenó, entre otras medidas, el establecimiento de la Iglesia autocéfala de Macedonia en 1967.

«Un hombre no puede crear una nación por sí mismo: había movimientos anteriores a Tito», empieza Petar Todorov, representante por Macedonia en la comisión, para rechazar la versión extendida entre los búlgaros: los macedonios son una creación artificial del difunto líder yugoslavo. Las diferencias entre búlgaros y macedonios comenzaron a elevarse a finales del siglo XIX. Ideólogos como Georgi Pulevski o Krste Petkov Misirkov ya vaticinaban que se crearía un estado macedonio. Sin embargo, los levantamientos de Ilinden contra los otomanos en 1903, uno de los acontecimientos más importantes en el relato identitario de los macedonios, tenían también un claro componente búlgaro. «La mayoría de la población y los líderes intelectuales de Macedonia no dudaban sobre su identidad búlgara», subraya Kaytchev.

«Al igual que las otras naciones que se peleaban por recoger los territorios abandonados por el Imperio otomano, los búlgaros tenían sus intereses aquí, pero fue en este contexto cuando se desarrolló el nacionalismo macedonio. Hace 1.500 años no existía la tribu de los macedonios, sino que este concepto nació ligado a esta tierra o región», replica Todorov.

En el estudio de Spyridon Sfetas «The Bulgarian-Yugoslav Dispute over the Macedonian Question as a Reflection of the Soviet-Yugoslav Controversy» se recuerda que «la argumentación teórica para la existencia de la nación macedonia en la década de 1930 se basó en el concepto estalinista de nación, tesis por la que un grupo étnico puede convertirse en una nación socialista al conseguir categoría de estado y desarrollar su cultura –desde un territorio–. Es como Bielorrusia o Moldavia».

Esta salida sirve para explicar que los macedonios sean hoy diferentes, pero no aclara el pasado en disputa. «Las naciones son construcciones sociales desarrolladas por motivos políticos y económicos. No apoyo el concepto etnonacionalista de nación», insiste Todorov, quien busca otra salida siguiendo la línea que interesa a su Gobierno.

Hasta finales de la década de 1950, Sofía reconoció en Bulgaria la identidad de la nación macedonia: en el censo de 1956 había 180.000 macedonios en la región de Pirin. Pero poco después, con la llegada Todor Zhivkov, todo cambió.

En marzo de 1963, el Partido Comunista redefinió su política: los macedonios no existían como nación histórica y no existía una minoría macedonia en Bulgaria. Esta línea se mantuvo hasta la última década del siglo XX, cuando el discurso búlgaro tomó un giro pragmático. «La actual política exterior no es la de Zhivkov ni la de Dimitrov (primer líder de la Bulgaria comunista), sino que sigue la tradición de la sociedad búlgara de entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. En siglo XXI, nuestro Estado ha contribuido a la sostenibilidad de la UE y la OTAN», explica Kaytchev.

Líderes compartidos. Bulgaria aún no acepta el idioma macedonio. Desde 1999, los acuerdos entre Bulgaria y Macedonia están firmados «en las lenguas oficiales de los países», y pese a que fue el primer país en reconocer Macedonia, considera que los principales héroes y acontecimientos macedonios son en realidad búlgaros. Este es el principal problema: el relato del pasado. Desde agosto de 2017, cuando se firmó un tratado de Buena Vecindad y se estableció una comisión para dirimirlo, se intenta elevar el concepto de «historia en común», con líderes y acontecimientos compartidos por ambas naciones.

Kaytchev se explica: «Los dos países tenemos una historia en común. En el caso de Cirilo y Metodio, estamos contentos con señalar que fueron parte fundacional de la cultura cristiana de los pueblos eslavos y que sus hazañas fueron preservadas y desarrolladas gracias a los centros culturales del Estado medieval búlgaro, que entonces incluía a la actual Macedonia del Norte. En la mayoría de los casos, añadiendo los ejemplos del zar Samuel y san Clemente de Ohrid, nuestra historia en común depende del Estado búlgaro o de gente búlgara que en varios periodos de la historia incluyó también la tierra de Macedonia del Norte».

«Luchar por Cirilo y Metodio es estúpido: eran de Bizancio, pero fueron importantes para todo el mundo eslavo porque desarrollaron el alfabeto. Nosotros no decimos que son macedonios, decimos que son seslovenski prosvetiteli (líderes de los eslavos). Pero los historiadores macedonios no hemos aceptado la narrativa de Bulgaria: nuestro enfoque es no aceptar la narrativa histórica de otras naciones ni imponer la nuestra», asegura Todorov.

Recientemente, Bulgaria insistió en que, en el camino hacia la UE, Skopje tiene que cumplir 20 demandas, la mayoría relacionadas con la interpretación de la historia. Entre las causas más peliagudas a revisar están la del zar Samuel, que dirigió en el siglo X la lucha del Imperio búlgaro contra Bizancio, y la de los santos Cirilo y Metodio. Más complicado si cabe es el caso de la identidad del movimiento revolucionario IMRO, las revueltas de Ilinden y Gotse Delçev, figura que ha desatado los mayores desencuentros políticos. «La decisión de nuestra comisión debe basarse en fuentes históricas auténticas. Gotse Delçev (1872-1903) estudió en una escuela secundaria búlgara en Tesalónica y en la escuela militar de Sofía. Además, las cartas que de él se preservan prueban que, al igual que la mayoría de macedonios de esa época, se consideraba búlgaro», remarca Kaytchev.

Además, un tema sensible vuelve a la II Guerra Mundial, cuando Bulgaria apoyó el nazismo: los macedonios no quieren que se olvide el colaboracionismo, mientras que los búlgaros ansían maquillarlo, eliminando de los libros la expresión «ocupadores fascistas búlgaros».

El propio Todorov avanza una posible solución: «No se puede borrar el pasado, pero existe un problema cuando el apoyo de un estado a los nazis se hace propio de la sociedad: los búlgaros no mataron a los judíos, por lo que es bueno diferenciar entre población y Estado. Pero esta causa aún no la hemos empezado a discutir». En las diferentes reuniones intergubernamentales se persigue solventar los malentendidos históricos y terminar con afirmaciones ofensivas recogidas en los libros de textos y discursos oficiales.

«Los libros dicen que los macedonios son búlgaros, lanzan un mensaje de superioridad racial. En resumen, sigue la tradición del siglo XIX: tenemos víctimas, enemigos, mitos», lamenta Todorov, quien pide calma: «No se puede resolver un problema que tiene décadas en un solo segundo». Cuánto tiempo será necesario, Macedonia lleva 14 años esperando para abrir las negociaciones con la UE, y qué nueva humillación tendrán que aceptar son las preguntas que se hacen los macedonios.