Ramón SOLA
LA COMUNIDAD INTERNACIONAL, ANTE EL PROCESO VASCO

De Bruselas a Bruselas, cinco años de facilitación

La Declaración de Bruselas reveló hace justo cinco años, por sorpresa, el apoyo de la comunidad internacional a un proceso de resolución en Euskal Herria. El martes se renovará ese compromiso en el mismo lugar y con nuevos nombres. Pese a cuatro años de bloqueo del PP, el impulso sigue ahí.

En un momento en que las expectativas de resolución del conflicto en Euskal Herria han sido enfriadas por cuatros años de obstruccionismo desde Madrid, el acto convocado por Friendship el martes en Bruselas trae consigo un doble mensaje implícito: por un lado, recordar que el apoyo de la comunidad internacional sigue ahí, cinco años después de la declaración que dio la primera señal; y por otro, lanzar una iniciativa potente por los presos vascos, la cuestión más enquistada y urgente, usando además de palanca la referencialidad y especificidad del caso de Arnaldo Otegi.

El evento organizado por el intergrupo parlamentario europeo se presenta a modo de celebración del primer aldabonazo internacional en favor del proceso vasco. El panorama en aquella semana de marzo de 2010 no podía resultar más adverso. En apenas dos semanas aparecía «olvidado» en una morgue de Toulouse el cadáver del miembro de ETA Jon Anza, un gendarme francés llamado Jan Serge Nerin moría en un tiroteo con militantes vascos cerca de París y el Gobierno del PSOE daba una nueva vuelta de tuerca a la ilegalización con una reforma legal para facilitar impugnaciones. La izquierda abertzale había aprobado ``Zutik Euskal Herria'', una potente estrategia, pero el Estado había contratacado antes encarcelando a Arnaldo Otegi y sus compañeros para lanzar al ámbito internacional el mensaje de que aquello era más de lo mismo: «No tienen nada nuevo entre manos».

En este contexto, por sorpresa y en el mismo Parlamento Europeo que acogerá el acto del martes, el abogado sudafricano Brian Currin y la representante de Friendship Frieda Brepols leyeron una declaración que elogiaba «los pasos propuestos y el nuevo compromiso público de la izquerda abertzale», destacaba que «puede ser un paso fundamental para poner fin al último conflicto en Europa» y animaba a ETA a declarar un alto el fuego permanente y completamente verificable y al Gobierno español a darle la «debida respuesta». Más impactante, con todo, resultaba la lista de firmantes, encabezada por el nombre del líder político más reputado del planeta antes y ahora, Nelson Mandela, en aquel momento todavía vivo, a través de su Fundación, como era costumbre. Junto a Madiba, las figuras claves del proceso sudafricano (Frederik de Klerk, Desmond Tutu) y del irlandés (Jonathan Powell, John Hume, Albert Reynolds, Gerry Adams, Mary Robinson...), representativas de bandos antes enfrentados. Y una amplia lista de referentes de solución y paz que iría creciendo en las siguientes semanas.

Annan, Obama, Lula y Blair

Aquel mensaje poderoso y transformador fue contestado con silencio absoluto en Madrid y París y con muestras de indiferencia en Euskal Herria (donde el PSE habló de «fórmula fracasada» y el PNV dijo por boca de Iñigo Urkullu que la petición a ETA era escasa). Sin embargo, seis meses después, la organización armada expresó su compromiso con esa declaración. Tras el fin de las «acciones armadas ofensivas» (setiembre de 2010) llegarían el «alto el fuego general, permanente y verificable» (enero de 2011) y finalmente el «cese definitivo» de la lucha armada (octubre de 2011), pasos todos ellos impulsados y acompañados por la comunidad internacional, con la Conferencia de Aiete como mayor y más clara referencia.

Aquel elenco inicial de la Declaración de Bruselas se ha incrementado estos años con el posicionamiento de otros líderes internacionales de máximo nivel y de ideologías y trayectorias muy diferentes. Un mosaico que puede resumirse en cuatro nombres: el ex secretario general de la ONU Kofi Annan, que presidió Aiete; el ex primer ministro británico Tony Blair, que lo promovió y ha continuado facilitando esa vía a través de su mano derecha, Jonathan Powell; el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton, que saludó la «buena noticia» y expresó su deseo de que el proceso avanzara tras el inicio del sellado e inventariado de armas de ETA despreciado por Madrid; y el expresidente de Brasil Lula da Silva, que se adhirió expresamente a la Declaración de Aiete.

Resulta significativo que, frente a todos estos nombres, el Gobierno del PP no haya logrado recabar apoyos públicos significativos a su estrategia de dejar las cosas como están en Euskal Herria, más allá del seguimiento que le ofrece París. En cualquier caso, las presiones e intentos de veto han sido una constante en estos cinco últimos años, igual que ocurrió ya en el proceso anterior con la furibunda campaña que estuvo a punto de frustrar la declaración del Parlamento Europeo en apoyo a un proceso de paz en octubre de 2006. El PP solo ha obtenido algunas victorias pírricas como evitar la presencia de Tony Blair en la cumbre de Aiete (todavía mandaba en Madrid el PSOE pero fue José María Aznar quien presionó a fondo al líder británico), hasta llegar al actual bloqueo de una declaración conjunta de treinta parlamentarios en un punto del mapamundi tan remoto como Filipinas.

La recopilación de apoyos internacionales al proceso vasco ha seguido desde entonces con especial éxito en un área sensible para el Estado español como es Latinoamérica; ahí quedan los eventos y declaraciones plurales de México, Uruguay, Argentina y Ecuador, y que se desarrollaron también superando fuertes presiones españolas para alterar las sedes en que se celebraban o tratar de rebajar el nivel de los intervinientes.

Con todo, la absoluta cerrazón del Gobierno Rajoy frente a la hoja de ruta de Aiete ha provocado un evidente impasse de cuatro años, a la espera de lo que puedan deparar las elecciones estatales de otoño. Y el papel de los agentes internacionales ha quedado necesariamente reducido a lo que en la jerga de resolución de conflictos se llama «facilitación», sin poder llegar al grado de «mediación» al no haber más de un interlocutor en la mesa, contrariamente a lo que ocurre hoy en Colombia o antes en Irlanda y Sudáfrica.

En paralelo, la imposibilidad de desbrozar la hoja de ruta de Aiete a partir del punto 2 («Instamos a los gobiernos de España y Francia a aceptar iniciar conversaciones para tratar exclusivamente las consecuencias del conflicto») ha desplazado transitoriamente la atención de la comunidad internacional a otros puntos del planeta en que tienen más margen de intervención. Así, en el proceso de negociación Gobierno colombiano-FARC en La Habana colaboran hoy Kofi Annan, que recientemente participó en una sesión especial de la mesa, o Brian Currin, que está prestando asesoramiento enfocado a facilitar el desarme del conflicto. Tony Blair centra su labor en representar al llamado Cuarteto de Paz para Oriente Medio. Jonathan Powell tiene asignada una misión en Libia y se afirma que también ayuda en Colombia... En ningún caso ello supone que Euskal Herria haya quedado fuera de su agenda, sino que más bien se deriva del «impasse» reconocido por Currin, sin duda el mayor conocedor de los entresijos de todo este proceso, el pasado domingo en GARA: «Nada va a ocurrir en el Estado español hasta las próximas elecciones generales, en noviembre; cuando digo nada, quiero decir nada significativo».

GIC y CIV trabajan en silencio

Más allá de los posicionamientos puntuales, la decisión de la comunidad internacional de incidir positivamente en el proceso se concretó en dos instrumentos concretos: el Grupo Internacional de Contacto creado en 2010 y la Comisión Internacional de Verificación, surgida en 2011, ambas con expertos independientes de primer nivel y experiencia en conflictos mucho más enconados y sangrientos que el vasco. Sus misiones son distintas, pero su situación actual tiene ciertos paralelismos: la agresividad de Madrid y París (con las citaciones judiciales-policiales a los verificadores como señal principal) les ha hecho adoptar un perfil más bajo a la espera de mejores tiempos.

Más en silencio pero siguen trabajando, contradiciendo a la malintencionada rumorología española que ha dado su recorrido por finiquitado varias veces. Como muestra, en diciembre la CIV anunció que había recibido informes de ETA sobre avances en el sellado e inventariado y confirmó que seguirá actuando «con todos los actores relevantes para completar este proceso lo antes posible». Y hace dos semanas, en la despedida de Lokarri, Alberto Spektorowski dio algunas pistas de en qué anda el GIC al incidir en la urgencia de acabar con la dispersión y sugerir una «coalición nacional puntual» para ello en Euskal Herria.