
Al punto de que se aferran sin rubor alguno a la posibilidad de que el presidente electo venezolano no sobreviva físicamente a la última intervención del cáncer que padece. O que el proceso no sobreviva políticamente a la enfermedad de su líder.
Conscientes de que exigir la convocatoria inmediata de elecciones no tiene pase alguno a no ser que Chávez no superase el postoperatorio en La Habana, los antichavistas tratan de condicionar el devenir político de una Venezuela a la que buscan convulsionar. Su objetivo ahora pasa por defenestrar al vicepresidente Nicolás Maduro, nombrado por Chávez como su sucesor, y de impulsar el nombramiento interino del presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello. Se aferran para ello a una interpretación formalista de la Constitución. Pero en el fondo, y de forma indisimulada, destacan la condición de militar de Cabello mientras lanzan cantos de sirena al Ejército y apelan a su condición de «árbitro» ante un eventual proceso de sucesión de Chávez. De la misma manera que en 2002 el antichavismo trató de implicar a los militares en el fracasado golpe de Estado contra Chávez, en 2013 trata de embaucarlos con la excusa de su enfermedad.
Ese es el cáncer que mantiene postrada a la oposición venezolana y hace errar una y otra vez a la nutrida brunete mediática internacional antichavista. Acusan a Chávez de endiosamiento mientras lo tratan como al diablo, cuando es sabido que Dios y el Ángel Caído comparten el mismo origen. Apelan a la democracia y a la Constitución cuando, simplemente, las desprecian. Recemos para que algún día superen su enfermedad.
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