
[Tenis, béisbol y golf | El rey balón | Explotación infantil]
Un elemento esférico está presente en la práctica de infinidad de deportes: pelota en sus diferentes modalidades, tenis, béisbol, golf, fútbol, baloncesto, balonmano... Tanto en su forma de pelota como de balón, es un elemento imprescindible en esas prácticas deportivas, aunque entre unas y otras se dan notables diferencias. Incluso dentro de un mismo deporte pueden existir diversos tipos, como ocurre con la pelota, tal y como recuerda Ander Zulaika, que fabrica pelotas en Nafarroa desde hace más de veinte años siguiendo la senda de su pa- dre, del que aprendió el oficio.
Las pelotas que son empleadas en el frontón para jugar a mano, remonte, cesta o pala «básicamente se fabrican de la misma manera: un núcleo macizo pero elástico que le da la respuesta en el frontis, una capa de hilo o lana para limitar esa respuesta en el bote corrido o suelo, y una o dos capas de cuero para que la pelota no se rompa durante el juego», desgrana Zulaika. A partir de esa base «se elaboran las pelotas de las distintas modalidades, cambiando los pesos de los núcleos, tensión del hilo o lana, y el tipo de cuero, que siempre es de cabra, pero curtido de distintas maneras. Esos pesos y diámetros están regulados por los reglamentos de las distintas federaciones».
Como el número de capas varía de unas a otras, este hecho hace que también oscile el tiempo que cuesta elaborar una pelota, que además depende de los medios con los que cuente el artesano que la realiza. En el caso de Ander Zulaika, una pelota para mano le lleva entre 45 minutos y una hora; una de pala, entre una hora y una hora y media, y una de remonte, entre dos horas y dos horas y media. Este factor influye en el precio, que en el de la pelota para mano es de entre 25 y 35 euros, en la pelota de pala de entre 20 y 35 euros, y en el de remonte, entre 35 y 50 euros, «dependiendo de cada artesano y de la calidad que tienen su pelotas», puntualiza.

Elaboración de pelotas de cuero y cestas durante la Fería de Artesanía de Errenteria (Gari GARAIALDE / ARGAZKI PRESS)
Porque no se debe olvidar que estamos hablando de un producto que se sigue fabricando de forma artesanal, prácticamente como hace décadas, cuando «en cada valle había un artesano que se encargaba de fabricarlas. Por necesidad salía uno que de entre todos tenía más arte o maña, y que al final era el pelotero de la zona. Y cuando aun así, no era posible la compra, los jóvenes se las ingeniaban para fabricar sus pelotas a partir de tripa de gato que se había fermentado en fiemo para hacer el núcleo, Mi padre llegó a romper un jersey para sacar hilo y el cuero se sacaba de donde se podía, de conejos, de perros...»
Esa sabiduría en la fabricación de pelota se va heredando, ya que lo más habitual es que las personas que se dedican a este oficio lo hagan dentro de un «negocio familiar, donde los conocimientos de la elaboración pasan de padres a hijos. Y dado que no hay un gran mercado, son productos muy especiales que no se pueden fabricar de una forma industrial. Aunque han existido proyectos para fabricar en China, no se fabrican». La mayoría de los artesanos que elaboran estas pelotas radican en Euskal Herria, «aunque en Estados Unidos y Filipinas se fabrican las pelotas de cesta punta para los frontones industriales de esos países», señala Ander Zulaika.
La vida útil de esas pelotas varía dependiendo de la modalidad. Así, «una pelota de mano viene a dura entre tres y diez partidos, dependiendo de cómo se haya hecho, ya que hay pelotas que se usan nuevas en los partidos y se gastan pronto, y otras que hay que domar, bajar el bote para poder jugar y que duran más», puntualiza el artesano.
En cambio, «una pelota de pala de las que nosotros hacemos dura unos 20 o 30 partidos, aunque hay que tener en cuenta que después de cada partido se les cambia el cuero. Llevan dos capas de cuero y la externa, que se rompe, se cambia después de cada partido. Lo mismo ocurre con las de remonte».
¿Y qué se hace con la pelota que ya no sirve? En este ámbito también existe cierto reciclaje, ya que «los núcleos sí que se reciclan, sobre todo los de las pelotas de remonte y de pala, ya que su utilización está limitada a dos empresas y tienen el control de su material. En mano no se recicla y se van usando hasta que ya no sirven».
Pelotas de tenis, béisbol y golf
Aunque en el tenis y en el béisbol también necesitan de una pelota para su práctica, las diferencias con las empleadas en los frontones son notables y la fabricación «no tiene nada que ver, ya que son procesos y características totalmente diferentes. Las de tenis y béisbol se fabrican de forma industrial, aunque las de béisbol están cosidas a manos. En lo básico (núcleo, lana y cuero) no difiere mucho la fabricación de una pelota de béisbol de una vasca, aunque cambian los materiales, ya que emplean un núcleo gomoso, lana sintética y cuero de vaca».
Este hecho se aprecia también en el precio, con las pelotas de tenis costando alrededor de un euro, cantidad que oscila hacia arriba y hacia abajo (puede llegar a cuatro o más), mientras que las de béisbol varían entre los dos y los siete euros, aproximadamente.

Sala de trofeos del Athletic. (Jon HERNAEZ / ARGAZKI PRESS)
Su duración también oscila, ya que una pelota de béisbol puede resistir entre diez y veinte golpes de un bate, aunque en un partido profesional de unas tres horas de duración se llegan a utilizar unas 60 pelotas. En el caso de la pelota de tenis, el factor que más influye en su duración es su presurización, es decir, si conserva el aire inyectado en su interior. Cada golpe que recibe la pelota le hacer perder una porción de aire, lo que influye en su rebote, efectos y peso. Por ejemplo, en los torneos profesionales se cambian pelotas cada siete juegos y un jugador de cierto nivel puede llegar a utilizar tres pelotas al día. A medida que baja el nivel de exigencia, aumenta la duración de la pelota, aunque a las cuatro o cinco semanas ya pierde presión.
Todos estos condicionantes hacen que se genere una importante cantidad de residuos en torneos como, por ejemplo, Roland Garros, que en una edición puede llegar a utilizar 80.000 pelotas. Con el objetivo de minimizar el impacto que puede tener sobre el medio ambiente, los responsables de este gran slam han buscado una forma de reutilizar las pelotas que ya no se pueden emplear y las han convertido en alfombras y revestimientos para cubrir suelos de gimnasios u otras instalaciones deportivas. Este programa nació en 2008 y se aprovecha 53 gramos de cada pelota para fabricar suelos para gimnasios que se ofrecen a asociaciones o centros de rehabilitación para discapacitados.
En la misma línea, un banco canadiense las ha recolectado para utilizarlas como aislante acústico en escuelas.
En cualquier caso, se trata de una mínima parte del total de pelotas de tenis que se pueden reciclar, ya que solo en el Estado francés, que alberga el Roland Garros, se venden alrededor de 14 millones de unidades al año. Unas pelotas que, a pesar de su breve capacidad de uso, tardan 2.500 años en descomponerse.
Menos tiempo lleva deshacerse de forma natural a una pelota de golf, un proceso que puede durar entre cien y mil años a pesar de que dan la sensación de ser más robustas que las de tenis. Se caracterizan por sus alveolos, los orificios que les permiten incrementar su capacidad de vuelo, y existen de dos tipos: las de recreo y las avanzadas. Las primeras son para aficionados y tienen una capa externa sólida y una interna más blanda. Los jugadores más avanzados se decantan por las de tres capas o más y que cuentan con un núcleo firme.
Su precio oscila entre uno y cinco euros, aunque hay más caras. A pesar del desembolso que entrañan, en Estados Unidos se pierden 300 millones de pelotas de golf cada año, lo que ha convertido su recuperación en un lucrativo negocio. Uno de los lugares donde más pelotas se suelen perder en los campos son en los típicos lagos interiores, de donde las rescatan algunas empresas utilizando buceadores, que se pasan cada seis u ocho meses por el lugar, llegando a rescatar entre 30.000 y 40.000 pelotas por cada inmersión. Del lago de un campo de golf de París sacaron en una ocasión 148.000 bolas.
Esas pelotas se limpian y se ponen a la venta a un precio de entre 1,5 y 2 euros, y son utilizadas especialmente por principiantes, aunque algunas de ellas son de gama alta y tal vez solo han recibido un golpe, que fue el que les llevó a las profundidades del lago.
Además de reutilizar unas pelota aprovechables, esta práctica permite evitar una importante contaminación, ya que durante su descomposición, una pelota de golf libera una gran cantidad de metales pesados, incluido el zinc que se encuentra en su núcleo.
Junto a la pelota, otra de las esferas más utilizadas en el deporte es el balón en sus diferentes versiones. Las culturas mesoamericanas fueron las primeras en jugar con una especie de balón que rebotaba porque lo confeccionaban con caucho y látex. En China se empleaba una pelota de cuero crudo rellena de crines, mientras que griegos y romanos utilizaban vejigas de cerdo infladas.
Uno de los ‘balones’ más antiguos que se conservan fue encontrado en el castillo de Stirlin (Stirling, en inglés), en Escocia. En las vigas del dormitorio de María Estuardo fue localizado una pelota de la segunda mitad del siglo XVI hecho con una vejiga de cerdo cosida con un recubrimiento de cuero. Al parecer, la soberana solía arrojar un balón desde el balcón de su habitación para que comenzaran los partidos que solían disputar el personal de la casa real contra los soldados. Esos partidos se parecerían más al rugby que al fútbol, aunque pudieron ser una de las tradiciones que darían origen posteriormente al balompié.
Con el desarrollo del fútbol en el siglo XIX, aparecieron los primeros balones de cuero. En 1855, Charles Goodyear diseñó y fabricó los primeros balones de fútbol tratados con goma. Posteriormente apareció el balón de cuero integrado por gajos, que era cosido a mano y contaba con un tiento, el orificio por el que se inflaba. Constaba de 18 secciones cosidas, con seis paneles de tres tiras cada una. En 1960 se produjo una revolución en este ámbito cuando el arquitecto Richard Buckminster diseñó el modelo basado en 12 pentágonos blancos y negros y 20 hexágonos, conocido como ‘buckyball’ y que se aproximaba bastante a la esfera perfecta que se busca con el balón. Poco después, los materiales sintéticos hicieron aparición, hasta llegar a la actualidad, con balones totalmente sintéticos y mucho más livianos.
Un balón de fútbol reglamentario cuesta entre 13 y 30 euros, aproximadamente y dependiendo de las marcas; cantidades que se aproximan a las que puede llegar a suponer un balón de balonmano. El de baloncesto se sitúa en unos precios similares, aunque algunos rebasan los 50 euros. De todos modos, el caso más extremo es el balón de baloncesto fabricado por la casa de lujo Hermès y que cuesta 13.000 dólares, ya que está hecho en piel de ternero azul y enteramente cosida a mano. Aunque esta cifra resulta un poco mareante, lo cierto es que la NBA, la principal liga de baloncesto del mundo, se gasta al año 266.000 euros en balones. En concreto, los 72 equipos de este campeonato utilizan 2.160 balones, cuyo precio por unidad es de 124 euros.

Pelotas en la red de la vieja cárcel de Iruñea. (Jagoba MANTEROLA / ARGAZKI PRESS)
En torno al balón existe un lucrativo negocio que cuenta con una parte muy oscura, especialmente en el ámbito del fútbol. Muchos de los balones con los que se termina jugando, por ejemplo, el Mundial han sido fabricados en Pakistán por niños y en condiciones de explotación. Cada año se venden en todo el mundo unos 40 millones de balones de fútbol, de los que el 70% son fabricados en ese país, especialmente en la localidad de Sialkot, y otra parte en India y en China, aunque en este último caso los balones no se hacen a mano, sino que son ensamblados con tec- nología de termosellado.
Unos 7.000 niños y niñas paquistaníes trabajan en la fabricación de balones de fútbol, con una media de diez horas de trabajo, lo que les impide acudir al colegio. Uno de esos menores necesita unas cuatro horas para coser las 32 piezas de cuero sintético que integran un balón. Trabajando 12 horas al día, cobran unos tres euros como máximo, a pesar de que, por ejemplo, una réplica del jabulani, el balón del Mundial de Sudáfrica, podía costar 25 euros y un esférico oficial se situaba en los 120 euros.
Además de privarles de recibir educación, los niños deben pasar largas horas cosiendo, lo que les daña la vista. No cuentan con ningún tipo de seguro.
Los organismos internacionales del fútbol son conscientes de esta realidad y en 1997 se aprobó el Acuerdo de Atlanta para erradicar el trabajo infantil en la industria del balón de fútbol. Sin embargo, la situación no ha cambiado y un informe del Foro Internacional de Derechos Laborales hecho público en 2010 revelaba que la explotación continuaba y menores sin derechos laborales seguían dedicándose a esta actividad. Estos pequeños que viven rodeados de balones son los que menos juegan con este elemento esférico que, en algunos casos, suele terminar haciendo de tope en los garajes de coches o en las fauces de algún perro para seguir cumpliendo con su función esencial de aportar entretenimiento.

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