Ramón SOLA

Cantera, corazón y coaching

Una veta de oro en los peores momentos de la cantera de Tajonar, una hinchada que no se rindió ante el desastre absoluto y, finalmente, un brujo llamado Enrique Martín que conectó esos dos hilos de vida y encendió la chispa del milagro. Un año después de sobrevivir, Osasuna vuelve a la cumbre.

Los jugadores se preparan para mantear a Enrique Martín. (Jagoba MANTEROLA/ARGAZKI PRESS)
Los jugadores se preparan para mantear a Enrique Martín. (Jagoba MANTEROLA/ARGAZKI PRESS)

Hace un año, en plena crisis deportiva e institucional, los planes más optimistas pasaban por que Osasuna pudiera volver a Primera allá por su centenario, en 2020. Pero el calendario ha corrido tanto estos meses que el objetivo se ha adelantado cuatro años. Una historia fulgurante de supervivencia primero y resurrección después con tres protagonistas muy marcados:

Empecemos por los jugadores, porque el juego al fin y al cabo es suyo. Nadie hubiera previsto hace tres años que una generación entera explotaría de esta forma. En 2013 Osasuna Promesas descendió a Tercera tras 26 años consecutivos en Segunda B. Sopesó comprar la plaza en los despachos, pero Martín, entonces responsable de la cantera, decidió no hacerlo y dejar a los jugadores curtirse en los duros campos navarros amateurs. Ahí creció gente como David García (22 años), el central que marca la línea y saca jugado el balón; Unai García (24), que lloró hace un año al ser cedido al Tudelano y ha vuelto convertido en una roca; Miguel Olavide (20), un zurdo con regate, de los que se cotizan; o Alex Berenguer (20), velocidad pura y comparado con Neymar por su entrenador. Aunque lo mejor llegaba justo detrás, y venía tan rápido que no ha tardado en irse a un grande europeo; la batuta de Mikel Merino (19) ha puesto música a este ascenso. El Borussia se lleva una ganga.

Quizás no tan buenos, pero saldrán más. La «quinta del buitre» navarra continúa con dos centrocampistas de talento aunque dudoso físico como José García (19) y Antonio Otegui (18), y con el lateral Aitor Buñuel (18), un clon de Azpilicueta. El resultado es que en muchos partidos Martín ha alineado a ocho-nueve jugadores de casa cuando en tiempos de Camacho, no tan lejanos, solían ser dos.

La calidad se conjuga con corazón, la palabra más evocada estos días en Iruñea. Porque hay que volver la vista atrás una temporada y destacar que el osasunismo no dejó de latir nunca. Ni siquiera cuando la marca rojilla se cotizaba a nivel de bono basura por el descenso de Primera y los escándalos judiciales. Todos los entrenadores que pasan por El Sadar coinciden en que este estadio gana partidos. En el play-off la grada ha llevado al equipo en volandas del primer minuto al 94. Un vendaval que empieza siempre en la esquina de Indar Gorri, al que ni siquiera calló la absurda operación policial de febrero, y da la vuelta al terreno.

Corazón derrocharon también, en los momentos más gélidos, un grupo de espartanos del fútbol que se negaron a sacar bandera blanca. Oier, Torres o los hermanos Flaño eran de casa, pero Nino, por ejemplo, no mostró menos compromiso para echarse el equipo a la espalda en los peores pasajes de la pasada temporada. La supervivencia fue culpa suya.

Y en esto llegó el nuevo Martín, capítulo aparte en esta historia. Pocos habrán sido tan denostados y nadie ha resutado tan eficaz. Con el descenso a Segunda, el de Campanas llegó a ser anunciado como entrenador, pero en el último minuto se le dio una patada para colocar en el banquillo la opción más popular de Jan Urban. Martín calló y esperó y, tras el paréntesis de Mateo, cogió la patata caliente que suponía evitar el descenso a Segunda B.

Aunque lo logró, de chiripa, su renovación fue puesta en entredicho: se remarcaba que tenía casi 60 años, que había sufrido un achuchón preocupante, que sus métodos parecían anticuados, que sus equipos se hundían en las segundas vueltas, que ya nadie juega con cinco defensas... Pero efectivamente bajo el mismo pellejo de siempre había un nuevo entrenador aferrado a un manual moderno de inteligencia emocional.

La sabiduría con que ha dirigido al grupo merecería estudiarse en una universidad. Desinhibido como nadie (igual sale al banquillo con pañuelo rojo que canta en la rueda de prensa), Martín ha liberado a su plantel con axiomas como «no hay que pensar, solo gozar». Ahí, sin las ataduras de la presión, ha salido lo mejor de los jugadores y también de la afición, divertida y hasta emocionada con ese tipo antes tan sospechoso y al que se ha acabado cantando «Es que yo sin ti, Enrique Martín/ no sabría cómo subir, llévame a Primera, llévame a Primera...» Misión cumplida.