Mikel ZUBIMENDI

«Alt-right», de brigada de troles al más poderoso ejército proTrump

Un dispar fenómeno «on-line», sin cohesión interna ni órganos centralizados, ha desafiado la ortodoxia del Partido Republicano y sus valores tradicionales. La denominada derecha alternativa o «Alt-right», una remarcable fuerza electoral contraria a «lo políticamente correcto», ha encontrado en Donald Trump una bendición para su «causa».

Que la cultura de internet está cada vez más entrelazada con la política está fuera de toda discusión; que los medios de comunicación tienden a amplificar ciertos comportamientos ofensivos que, amparados en el anonimato, tanto medran en internet es una evidencia. No hay que ir hasta EEUU para comprobarlo, ni siquiera es algo distintivo de la derecha.

En la jerga de internet, se llama trolear al uso de la grosería como munición para provocar, para atacar a una persona o a un colectivo. Pero el término, en realidad, lo engloba todo, desde una travesura tonta en Twitter, hasta campañas destructivas perfectamente organizadas con un discurso «contra lo políticamente correcto». Este es un fenómeno de internet, sí, pero su filosofía es muy antigua en la política. Hay provocaciones que ni llegan a ser divertidas, otras están destinadas a herir, a proyectar odio sobre el contrario. Hay quien dice que lo mejor es no dar de comer a los troles, no seguirles el juego, no darles excusas para que sigan divirtiéndose. Pero siguen ahí y han venido para quedarse.

En EEUU este fenómeno funciona con esteroides, sin límites ni compasión. Y, desde un hábil manejo de las posibilidades que ofrece internet, ha pasado de ser una oscura subcultura a situarse en el centro de la escena política, a convertirse en una potente fuerza electoral. Tras dar rienda suelta al arma de trolear masivamente, algo en lo que las subculturas anónimas son brillantes, estas se han ido constituyendo en mainstream, en una poderosa fuerza, quizá en la más vibrante, que ha aupado a Donald Trump.

La llamada «Alt-right» o derecha alternativa es un movimiento amorfo, con una retórica que desafía tabúes, adicto a la provocación, a cometer herejías. Tiene como objetivo explotar al máximo la técnica de la llamada «ventana Overton», que consiste en una secuencia concreta de acciones con el fin de conseguir un resultado deseado, a saber, cambiar la actitud popular hacia conceptos considerados totalmente inaceptables.

Cuando se habla del movimiento «Alt-right» no se hace referencia al renacimiento del Ku Klux Klan, ni a una banda de «1488ers» –cifrado de los supremacistas blancos: 14, por las catorce palabras de «we must secure the existence of our people and a future for white children» ‘debemos asegurar la existencia de nuestro pueblo y un futuro para los niños blancos’, frase acuñada por George Lincoln Rockwell, fundador del Partido Nazi Americano; y 88, por la octava letra del alfabeto, la «h», ergo 88: Heil Hitler). Aunque si se mira debajo de su cama, seguro que se encuentran individuos de esa calaña.

«Machoesfera on-line»

La nueva «derecha alternativa» de EEUU es un movimiento más inteligente, más ecléctico, más ambicioso. Aunque, eso sí, no resulta fácil su taxonomía. Se podría definir más fácil en base a lo que se oponen que a lo que apoyan. Seguramente no se pondrían de acuerdo sobre qué tienen que construir, pero tienen un consenso casi total sobre lo que hay que destruir.

Nacido de la subcultura del anonimato que alimenta internet, trolear es su arma política de atracción masiva. Constituido en un ejército que dispara con memes, esta nueva derecha ofrece, además, su particular alternativa al aburrimiento. Blasfemar, romper las reglas, decir lo indecible, desafiar lo políticamente correcto, es para ellos algo divertido. Y el islam, el feminismo y el antirracismo son algunos de sus «villanos favoritos».

Entre sus seguidores online, resalta la pujanza de la «machoesfera», una de las partes más vibrantes de su base, que ellos mismos consideran como la némesis del feminismo radical. Abundan los gays machistas partidarios de incorporar argumentos masculinizantes, porque piensan que las sociedades modernas vienen de la mano de la pérdida de virilidad.

Conservador por instinto

En sus filas abundan también los que se podrían definir como «conservadores naturales», aquellos que por instinto prefieren la homogeneidad a la diversidad, la estabilidad al cambio, las jerarquías a una igualdad real. Tienen una oposición instintiva a lo extranjero y a lo que no es familiar. Su «valor supremo» no es el mercado, o la eficiencia económica, sino la cultura.

Este es un dato clave para entender este nuevo movimiento que plantea su particular guerra en términos culturales, en la preservación de la cultura occidental como «virtud heroica». Y claro, como la cultura y raza van unidas para ellos, las vallas son una mejor opción que la integración de distintas comunidades étnicas o religiosas.

Es aquí donde rompen con el stablishment republicano obsesionado con la economía y la política exterior, personificado en el tándem Reagan-Thatcher, en el consenso económico en lo doméstico e intervencionismo «neocon» en el extranjero.

Adiós al Tea Party, a los «neocons», a Pat Buchanan y su paleoconservadurismo. El otrora ala ultra del Partido Republicano, que tanto temor infundía, es para el movimiento «Alt-right» una banda de cuckservatives. Un termino realmente hiriente, pero revelador de hasta qué punto todo vale para ellos, nada es lo suficientemente sucio y barriobajero. Tomando esa palabra del género porno llamado cuckold –a partir del hábito del cuco de dejar sus huevos en nidos ajenos– que presenta a maridos excitándose al ver a sus mujeres copulando con negros, pretenden desprestigiar así a unos conservadores a los que consideran domesticados por los demócratas.

El «Alt-right» ni siquiera es la versión made in USA de fuerzas de ultraderecha europea como las lideradas por el británico Nigel Farage, la francesa Marine Le Pen, el holandés Geert Wilders o la alemana Frauke Petry. Es algo más heavy, sin arrepentimiento alguno, sin límites.

La nueva «derecha alternativa» de EEUU se opone a la globalización, llama a pararles los pies a las feministas, a lo políticamente correcto, a las culturas no occidentales. Son contrarios al libre comercio, a los inmigrantes, a los grupos internacionales como la OTAN o bloques como la UE. Y son adeptos, adictos, a las teorías de la conspiración.

Pero a diferencia de sus cuñados europeos, el movimiento «Alt-right» se concentra menos en la política y más en el rendimiento. Su táctica es trolear sin compasión, llamar a una revolución cultural contra una izquierda que consideran que domina la prensa, la televisión y la industria del entretenimiento, que marca qué es lo socialmente aceptable en política.

Bendición para la causa

Si el «Alt-right» ha dado el salto a la política es porque han visto en Trump un vehículo muy útil para su causa, una «bendición» que no se puede desaprovechar. Steve Bannon, el exdirector ejecutivo de “Breitbart News”, órgano oficioso y altavoz del movimiento, dejó su puesto en agosto para hacerse cargo de la campaña de Donald Trump, certificando así la fusión semioficial. Milo Yiannopoulos, joven británico de 31 años y auténtica «estrella» mediática del «Alt-right», quizá el misógino más odiado en internet, hace campaña por el magnate neoyorkino y augura que habrá un antes y un después para su movimiento tras estas elecciones presidenciales.

Yiannopoulos, un gay que dice amar a los negros solo para relaciones sexuales, que jamás contrata a gays entre sus colaboradores, que odia a las mujeres y equipara a las feministas con un cáncer, se presenta a sí mismo como un «MRA» (Men Rights Activists), un «activista de los derechos del varón». Un cruzado de una «causa justa», que se opone a la tiranía de una izquierda cultural que hasta ahora había ganado la batalla de lo que es «divertido y correcto» en política.

No es flor de un día

Acérrimo enemigo del movimiento Black Lives Matter que trabaja por los derechos civiles de los afroamericanos y en contra de la brutalidad policial que sufren, Yiannopoulos se muestra confiado y considera que están «ganando» la kafkiana guerra de troles para conquistar el alma de los estadounidenses.

Con razón, para muchos el «Alt-right» simboliza la peor basura de la sociedad: supremacistas blancos, misóginos, antisemitas, los que rinden culto al father-Fürher Trump. Con un comportamiento sociópata que se divierte con el racismo y la opresión de la mujer, que ataca por igual a latinos, judíos, negros y cuckservatives, podría parecer que es flor de un día. Pero no, no son miembros residuales del Ku Klux Klan con túnicas y capirotes o skinheads con esvásticas. Los «Alt-right» son jóvenes y creativos, muy hábiles en el manejo de internet, y por locura que parezca, una vez entendida la lógica trol, son bastante más peligrosos de lo que muchos creen.