
En una sociedad infantilizada como la nuestra, donde lo repetitivo es un síndrome de deficiencia educacional, las series nostálgicas de anime japonés arrasan. Baste con decir que éste es el largometraje número 21 estrenado en la gran pantalla, y que la compañía Toei Animation no piensa dejar de explotar la creación manga de Akira Toriyama, toda vez que esta última entrega cinematográfica lleva recaudados más de 50 millones de dólares en la taquilla mundial, y que la versión novelada de la película a cargo de Masatoshi Kusakabe tuvo un lanzamiento inicial con casi 11.000 copias. Son cifras mareantes, demostrativas de lo que supone un fenómeno que se mantiene vivo generación tras generación.
Y, renovación, sí que hay. Es la segunda entrega del universo Dragon Ball Super, tras ‘Broly’ (2018), dirigida por Tatsuya Nagamine. Se decanta ya abiertamente por la animación CGI, dejando atrás la tradicional animación en 2D. Un cambio técnico, que va a unido a la mayor presencia autoral, puesto que su creador original Akira Toriyama se ha empleado más que nunca en el guion, basándose más en el manga que en el correspondiente anime. Lo diferente es que el protagonismo heróico pasa de Son Goku y Vegeta a Piccolo y Gohan. El decepcionante villano es Cell-Max.

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