«Hemos levantado el velo de la autopista que pasa por Chillida Leku»
Arantxa Aguirre (Madrid, 1965) es una documentalista cuya trayectoria ha estado siempre relacionada con el arte. Se ha ‘metido’ en el mundo de Maurice Béjart, Nuria Espert o Luis Buñuel. Ahora llega a las salas su ‘Ciento volando’, el preciosista documental que cierra el centenario de Chillida.

Salgo de la sala de cine a la agitada realidad urbana y, de pronto, me doy cuenta de que escucho con más claridad sus sonidos, su banda sonora de cláxones y voces. No los oigo, los escucho. Es lo que tiene el cine: abre ventanas no solo a la imaginación, también a los sentidos. Eso sucede con ‘Ciento volando’, el documental de Arantxa Aguirre que, tras estrenarse en Zinemaldia dentro de la sección Zinemira (incluimos aquí la crítica de Gaizka Izagirre), llegó el viernes a las salas de cine, precisamente el día en el que Eduardo Chillida habría cumplido 101 años.
Gracias a este documental, los espectadores se pueden dejar llevar por la belleza de la interacción de las esculturas con la naturaleza, en un Chillida Leku que suena en el cine como si fuera un bosque virgen. Adiós a la ‘capa’ del tráfico, se dijo Aguirre. Y la experiencia resulta hasta relajante.
Con este documental se cierran las celebraciones del centenario del nacimiento del escultor guipuzcoano, dentro de las que, a lo largo de 2024, han tenido lugar medio centenar de actividades, entre ellas 20 exposiciones. Un aluvión que contrasta con ‘Ciento volando’, un título que toma una frase de una carta de Chillida a su mujer, Pilar Belzunce, en la que daba la vuelta al refrán: mejor ciento volando, que pájaro en mano.
En lugar de rodar por todo el mundo, porque las esculturas del artista vasco están repartidas por casi una veintena de países, Aguire ha optado por hacer algo más íntimo: un viaje guiado por la actriz Jone Laspiur, quien pasea por Zabalaga con quienes habitan Chillida Leku, desde el jardinero Jexuxmari Ormaetxea hasta los visitantes, pasando por artistas como Koldobika Jauregi, en la que probablemente fue su última entrevista –murió poco meses después de participar en el rodaje– o Andrés Nagel.

Para Arantxa Aguirre, que es hija de la actriz Enriqueta Carballeira y del director de cine donostiarra Javier Aguirre, también ha sido un regreso a sus raíces: se declara enamorada de la música del euskara. Por eso, dice, ha peleado porque sea en versión original. ¿Y a Chillida, ha conseguido conocerlo? «Es un viaje que no ha llegado a destino. Todavía estoy en él y supongo que estaré toda mi vida, porque a los artistas grandes no se les acaba de conocer», responde.
«Ciento volando» no es una película comercial: pide tomarse su tiempo, estar de una cierta manera. Tampoco es un documental, un género que no se prodiga en las salas y menos con propuestas preciosistas como esta. Es una apuesta importante que se hayan decidido llevarla a tantas salas, estrenándolo en capitales y cines vascos, también en Barcelona y Madrid, ¿verdad?
Creo que con los documentales está empezando a revertir la cosa; o sea, cada vez hay más, y poco a poco, se empieza a apreciar a los que se hacen con la ambición de estar en las salas, como es el caso. Ya veremos lo que pasa. Desde luego no es nada fácil, pero hace muchos años que estoy en esta batalla, porque pienso que el documental es un género cinematográfico que, si se hace con ambición y con calidad, merece estar en las salas. Tenemos que estar en esa trinchera, porque si no desaparecerán y se irán a la tele.
Es también un género bastante «femenino». Hay muchas mujeres dirigiendo documentales, se supone que por cuestiones económicas. ¿Han cambiado las cosas desde que usted empezó?
Es verdad que yo hace muchos años que me hice esa reflexión, porque hay bastantes más mujeres en proporción. Desde luego, el factor económico es claro; eso es innegable: los documentales tienen menos presupuesto que las películas de ficción y, por lo tanto, es más fácil que a una mujer se le confíe una película de menos presupuesto que una de más.
Luego yo también creo que hay una razón más profunda: no sé si estaré en lo cierto, pero creo que, al revés del estereotipo que dice que las mujeres hablamos mucho, creo que lo que las mujeres hacemos mucho es escuchar. En las familias somos las que escuchamos a los mayores, a los hijos... y esa capacidad de escucha es clave en el documental, porque tienes que desarrollar ese instinto.
El documental también está ganando importancia, con festivales propios y, sobre todo, premios en festivales importantes.
Si te fijas en estos cuatro últimos años, los festivales de serie A de Europa han dado su máximo premio a un documental: hace unos años fue Venecia, hace poco fue Cannes. Dentro del año, siempre uno de los cuatro o cinco festivales de serie A que da su máximo premio a un documental. El más reciente fue Zinemaldia con ‘Tardes de sol’, de Albert Serra.
Realmente es un género que se va abriendo y, mucho cuidado, porque muchas veces los marginales van abriendo es una brecha y, de pronto, te los encuentras. Realmente, este año muchas de las películas más interesantes de la cartelera son documentales y yo me alegro muchísimo.
Chillida es un personaje muy conocido. En este momento, hay como ocho exposiciones sobre su obra, en 2016 se estrenó en Zinemaldia otro documental sobre él hecho en Euskal Herria y titulado ‘Chillida, Esku Huts’, de Juan Barrero... Cuando le hicieron el encargo de rodarlo, ¿su mayor preocupación fue que ver qué contaba de nuevo? ¿Por eso decidió centrarse en Zabalaga, el ‘corazón’ de Chillida?
Exacto, he ido al corazón, que es Chillida Leku. No he querido salir de ahí excepto por la gran excepción del mar, que me parecía que debía estar.
A mí, el hecho de que ya se hayan hecho más documentales y de que sea una figura muy conocida me supone un aliciente, porque es un desafío más grande todavía. Y los desafíos siempre te hacen esforzarte más y sacar lo mejor de ti. Aparte, creo que este tipo de figuras siempre necesitan interpretaciones sucesivas. Los grandes artistas dan mucho de sí y plantean muchas preguntas, por eso son grandes y resisten el paso del tiempo: siempre necesitan de nuevas interpretaciones. La mía entra dentro de una tradición y de un río; es decir, ha habido antes y la habrá después. Esta es la que llega en el momento del centenario y espero que sea un eslabón más y que a los espectadores de ahora, que no son los de ayer ni los de mañana, les aporte algo.

Como hilo conductor ha elegido a Jone Laspiur: actriz, licenciada en Bellas Artes e hija de un escultor. Y la mete en un viaje a Zabalaga en el que ella, al final, reconoce algo que también nos pasa a muchos: no conocemos a Chillida realmente.
Siempre hay un punto de enigma y en un artista, además, es inevitable. Por eso también quería que conversara con personas diferentes, para que fueran dando ópticas distintas y fueran construyendo un personaje que, al final, tampoco vas a poder atrapar. Porque, si uno no se conoce a sí mismo, ¿cómo va a conocer a los demás? Yo necesitaba una interlocutora para acercarme a estos personajes, porque todavía queda mucha gente que conoció bien a Chillida. Mi deber es acercarme a ellos, porque a lo mejor en el futuro ya no van a tener esa suerte. Y no quería acercarme con un gusto parlante, quería que fuera cine.
Entre los entrevistados está Koldobika Jauregi y este documental, sin quererlo, se convierte así en un homenaje a dos personajes fundamentales de nuestra cultura. ¿Es quizás esta una de las últimas entrevistas que se le hicieron?
La entrevista fue en febrero de 2024, unos meses antes de que muriera. Fue un golpe para todo el equipo, porque justo habíamos entrevistado también a su mujer en mayo. Fue una persona que nos dio mucho: fue muy generoso y nos dio claves y reflexiones maravillosas. Se entendió muy bien con Jone, fue maravilloso escucharles a los dos en euskara. Al final, la película se ha convertido en un homenaje a los dos, que además son dos escultores unidos por una línea maestro-discípulo. Eso te lo da el azar: en el documental siempre tienes que contar con el azar que te lleva por sitios que tú no habías previsto.
Zabalaga, la casa del padre, parafraseando al poema de Gabriel Aresti, es aquí protagonista. Hay mucho tiempo de rodaje metido en estas imágenes.
Yo creo que tengo el deber de darle a los espectadores algo que no es fácil que tengan por sí mismos. No les vas a dar un sucedáneo de una visita a Zabalaga, porque ya lo pueden hacer ellos, pero lo que no pueden ir es al amanecer, porque está cerrado y no pueden ver esos amaneceres, pero yo sí. Lo hice para enseñar facetas y colores de Zabalaga que no es fácil ver para un espectador normal. Y luego también, claro, ha sido insistir, porque en eso me inspiró también Chillida, que era una persona insistente y lenta. Yo volvía a Zabalaga porque no tienen nada que ver los árboles cuando pierden las hojas y queda el esqueleto desnudo recortándose contra el cielo gris, porque esa dureza te da otra sensación que no tiene nada que ver con la que tienes en verano o en primavera. Yo quería tener toda la paleta de colores para la fotografía: los ocres del otoño, los verdes de la primavera... y ofrecer al espectador lo que es muy difícil que obtenga por sí mismo.
¿Y por qué tres directores de fotografía?
El inconveniente que tuvo esa decisión mía fue que no podías fidelizar a los equipos, porque ibas a a rodar, luego parabas para esperar a que cambiara el tiempo y, en ese lapso, los directores de fotografía se comprometían con otros trabajos y entonces no podías contar con el mismo. Entonces eso fue el inconveniente que tuve, pero a la vez conté con tres directores de fotografía magníficos que supieron, además, entender el proyecto y adaptarse. No tuvieron el ego de decir ‘esta película no es mía, porque solo estoy haciendo una parte’, sino que se la tomaron con autoría y con ilusión y con ganas, y creo que hicieron un trabajo magnífico los tres: Gaizka Bourgeaud, Rafael Reparaz y Txarli Arguiñano.
La fotografía es estupenda, merece la pena ver el documental en pantalla grande. Pero el sonido especialmente espectacular: estás en medio de la naturaleza, escuchas a los pájaros, a un tordo... resulta hasta relajante.
Me alegra muchísimo que me lo digas, porque es lo que más hemos cuidado. Tuve mucha suerte porque el sonidista es un auténtico maestro: Carlos de Hita es sonidista, pero también ornitólogo, naturalista y conoce todos los pájaros... él hizo un trabajo maravilloso.
Yo también me planteé que, ya que esta es la película del centenario, ¿qué regalo de cumpleaños le podíamos hacer a Eduardo Chillida desde el cine? Y me dije: ‘Hay un regalo que le podemos hacer con nuestra técnica y con nuestros recursos cinematográficos, y es levantar el velo de esa autopista que pasa alrededor de Chillida Leku y que tamiza a los pájaros con el fondo de los coches’. Esa autopista no se puede eliminar: se ha hablado de poner barreras, pero no es estoy segura de que lograran barrer del todo esa capa de sonido. Pues nosotros se la hemos quitado y hemos hecho que Chillida suene como debería sonar en un ideal, sin ninguna ninguna interferencia de tráfico.
Ha optado por contar Zabalaga no desde la familia Chillida, sino desde los personajes que lo habitan o quienes han pasado por ahí, artistas o visitantes. Y hay un descubrimiento, que es el jardinero Jexuxmari Ormaetxea, todo un personaje, quien corta la hierba con la guadaña y tiene momentos divertidos, como cuando le dice a Jone Laspiur que Chillida Lekua es un buen sitio para montar una sidrería.
Eso es genial. Es importante poner un punto de sentido del humor y siempre lo pongo en todos mis trabajos, pero aquí se me estaba resistiendo y, de pronto, esto fue oro puro, con esos puntos de vista que tenía él tan desacralizados. Luego, además, me ayudaba a dar el paso del tiempo gracias a sus actividades y no solo por los colores: recoge hojas en otoño; en invierno, corta la leña, en primavera, siega... porque encima él fue campeón de Euskadi de segalaris y claro. Además quien está allí todos los días, a todas horas, y él tenía que aparecer porque forma parte de Zabalaga. De hecho, su antecesor está enterrado en el jardín con Chillida y su mujer.
Se oye también mucho euskara en las entrevistas, pero usted sea madrileña. No sé si alguna manera ¿esto es como una vuelta a sus raíces?
Absolutamente, yo soy fifty fifty. Mi madre es madrileña y mi padre donostiarra. Los veranos los pasaba en Donostia en casa de mis abuelos, con mis tías y mi tío y ha sido una vuelta a mis raíces absolutamente. Y luego además, con el euskara, al margen de que yo tenga raíces, es que me parece una lengua con una sonoridad tan personal que renunciar a eso me hubiera parecido muy pobre. Es música. Para mí, los idiomas son música, y el euskara tiene una música absolutamente propia, que no te recuerda a otros idiomas vecinos. Es un gran potencial que no he querido renunciar a él.
Jone por eso está también aquí, porque domina perfectamente el euskara y es como he visto que es la vida allí: que se pasa del euskara al castellano con mucha naturalidad. Y eso también había que enseñarlo. Es un signo de riqueza y hay que ponerlo en valor.
Ha habido gente que me ha dicho que los subtítulos te quitan público... mira, yo creo que no, porque el público al que va dirigido esta película es un público que hace muchos años que se ha acostumbrado a la versión original, que es otra de las batallas en las que yo también estoy en esa trinchera. A mí, en todas las batallas perdidas me vas a encontrar y la de la versión original es muy importante para mí. Y creo que, por suerte, en muchas ciudades ya empieza a haber cines de versión original y ya el público se va educando. Y si no, lo siento, pero hay que intentarlo y hay que dar esa batalla, porque es muy importante no reducirlo todo a tu lengua, sino escuchar otras lenguas y otros sonidos y otras maneras de estar en el mundo.

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