
«Si esto no se soluciona en 30 o 60 días, será una temporada navideña realmente difícil, con estantes vacíos en muchos de los principales minoristas». Habla Josh Staph, director ejecutivo de Duncan Toys Company, empresa juguetera estadounidense. El sector siente la soga al cuello en un país que el año pasado importó juguetes por valor de 17.000 millones de dólares, de los cuales más de 13.000 procedieron de China. Duarante su primer mandato, Trump los exoneró de impuestos aduaneros, pero ahora no se salvan de la quema: en febrero les impuso un arancel del 10%, en marzo lo elevó al 20% y en abril ha escalado al ya famoso 145%.
Staph, que como tantas otras firmas estadounidenses, diseña en casa pero fabrica en China, asegura en declaraciones a la agencia AFP que la situación «es bastante debilitante» y que la mayoría de jugueterías ha suspendido los pedidos desde la imposición de nuevos aranceles.
«Como líder empresarial, tras cien días de gobierno (de Trump), diría que lo más difícil es la incertidumbre», explica, añadiendo que «es difícil elaborar cualquier tipo de estrategia y seguir un plan» cuando «las cosas cambian casi a diario».
Staph insiste en que los juguetes que nutren las estanterías de grandes cadenas como Walmart y Target en épocas navideñas todavía no están en EEUU y augura grandes dificultades para la época de máximo esplendor en el sector de la juguetería. Para ello explica los tiempos ordinarios: los productos navideños se elaboran durante la primavera, llegan a EEUU a lo largo del verano y se envían a los minoristas en otoño, ya cerca de las Navidades.
Greg Ahearn, director ejecutivo del grupo The Toy Association, subraya la idea: si los aranceles siguen vigentes, «el precio de los juguetes disponibles probablemente duplicará o más al del año pasado».
Ahearn añade dos notas preocupantes. Por un lado, asegura que, como los pedidos se han frenado, «la producción de juguetes prácticamente se ha detenido en China». Por otro lado, advierte de que la capacidad productiva estadounidense requerirá de bastante tiempo para poder sustituir la fabricación china. Por ejemplo, apunta que el proceso de moldeo por inyección para producir en serie muchos artículos requiere herramientas extremadamente grandes y pesadas que deben instalarse desde cero, ya que resulta imposible trasladarlas.
China, la fábrica del mundo
El de la juguetería apenas es un ejemplo del efecto rebote que pueden tener los aranceles impuestos por la Administración Trump en numerosos sectores de la economía estadounidense. No en vano, son muchos los fabricantes de los más variados productos que, igual que Duncan Toys Company, mantienen en suelo propio las fases de producción más rentables, como el diseño, pero trasladaron hace años a China la fabricación misma de los productos.
Del resultado da cuenta el gráfico que acompaña estas líneas, en el que se recoge la cuota de importaciones chinas en productos variados, a partir de los datos oficiales de la Comisión de Comercio Internacional de EEUU. La supremacía de Pekín resulta avasalladora en productos tan comunes y diversos como las tostadoras (99,7% de cuota), los paraguas (98,1%) o los carritos de bebés (96,9%).
Más allá de manufacturas más o menos básicas, el dominio chino se extiende también a sectores tecnológicos como los teléfonos inteligentes (el 81,1% de los que se importan a EEUU vienen de China) o las videoconsolas (86,1%).
Los aranceles impactan en todos los eslabones. Desabastecen o, como mínimo, encarecen una larga lista de productos para el consumidor estadounidense, mientras que, en China, paralizan cadenas de montaje enteras.
Pekín no elude el choque
A diferencia de Europa, México o Canadá, que tratan de negociar con Trump una rebaja al marco arancelario impuesto por Washington –tal y como persigue el propio mandatario estadounidense, para quien los impuestos aduaneros son una herramienta de presión–, China ha reiterado desde el principio que no negociará nada bajo la presión impuesta por los aranceles.
A modo de muestra, Pekín acaba de enviar de vuelta a EEUU dos aviones que Boeing estaba a punto de entregar a compañías chinas. El pulso está echado y sirve para ilustrar todo lo que EEUU puede perder también en esta guerra comercial. Antes de 2018, uno de cada cuatro aviones que fabricaba Boeing se vendían en China, un grifo que se cerró con los primeros aranceles de la primera administración Trump. La compañía aeronáutica, que es la mayor firma exportadora de EEUU, estaba empezando a recuperarse en el mercado chino a la llegada de este segundo Trump.
La principal beneficiaria de esta situación debería ser, sobre el papel, la europea Airbus –que tiene participación de los Estados francés, alemán y español–, que ya se aprovechó del choque de 2018. Eso sí, desde Pekín insisten en que tomarán represalias contra los países que, para rebajar aranceles estadounidenses, opten por acuerdos que perjudiquen a los intereses chinos. La partida no ha hecho sino empezar y Trump no es el único jugador.

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